Ya en la calle el nº 1041

Yo no conocí a mi abuelo. Parte III y última

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

Añade aquí tu texto de cabecera

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Juan C. Muñoz Vargas

Martes, 2 de junio de 2015. Apenas dejamos atrás la Sierra Nevada desaparecieron todas las nubes y llegó ese azul absoluto que ya nunca se fue. Luego, la más que sutil frontera entre Andalucía y Murcia, casi imperceptible en la interminable recta de la RM-730 y su extensísimo horizonte. Muy notorio para nosotros, eso sí, el primer letrero que anuncia Singla, justo al llegar a Barranda. De pronto nos topamos con el cerro de la Ermita y una parroquia desierta. No podía ser otra. Ya estoy aquí, frente a su puerta y a ese terrible número que tiene grabado: “1936”. Nadie nos abrió, es increíble que alguien haya atendido el teléfono cuando llamé…

Meses antes, mi amigo cartagenero Fernando da Casa había actuado como avanzada, yendo a Singla para intentar encontrar algún rastro de mi abuelo. A estas alturas creo que está perfectamente claro que en esta historia nada se consigue en el primer intento, por supuesto que no hubo suerte, “aquí nunca ha vivido ningún Muñoz”. El enterrador le dijo que quizás en Los Prados y allá fue, y a otros sitios cercanos más. Y no, tampoco. Para nuestra visita nos había concertado una cita en Caravaca Radio, porque no encontraréis nada en Singla, así que apenas dejamos el equipaje nos dirigimos hacia allá. Pero como no hay viaje que se precie si no incluye mesa, antes hubo tiempo para un buen Jumilla, cómo no. ¡Bienvenidos! Ya en Caravaca Radio, muy amablemente, sin mediar mayores preguntas ni darle tiempo al vino para que abandonara nuestras cabezas, Ma. Carmen presionó el botón de grabar. La entrevista se transmitiría al día siguiente.

Ahora sí, Singla.
Atardece, todo el mundo está reunido afuera del bar “Verónica”, el clima es estupendo. Cuatro juegan ruidosamente al dominó en una mesa roja de plástico y los demás les observan desde las bancas de la Plaza de España. Las mujeres charlan un poco más allá, frente a la tienda de tabacos. Todos notan nuestra presencia pero siguen a lo suyo, como si nada. Buenas tardes. Mi padre se queda sentado en la barra del bar y yo salgo a tentar a la suerte, quizás con demasiada fuerza. ¿Qué tal?, venimos desde México porque mi abuelo era de aquí. ¿Y cómo se llamaba tu abuelo? No, aquí nunca ha vivido ningún Muñoz -sin dejar de revolver las fichas-, si lo sabrá él que es el más mayor. Risas. No, no. Vale. He sido muy directo. Me siento en una banca con un hombre de aspecto amable. Es muy tranquilo Singla, sí, aquí nos reunimos todas las tardes, somos casi todos mayores, sí, aquí todos somos del Madrid. Ya es de noche. ¿En dónde se hospedan? Ah, en La Almudema, con los ingleses… pues que haya suerte, hasta luego, hasta luego. Aún es pronto.

Al día siguiente Fernando nos esperaba en el “Verónica”, hacia allá íbamos cuando escuchamos en la radio del auto la entrevista que nos habían hecho, seguimos haciendo ruido. Ya en el bar, la charla pronto se centró en las consecuencias de la guerra en Murcia. Mientras terminaba su cerveza, el único cliente que había alrededor nuestro se levantó diciendo “es muy cierto lo que dice este señor”. Son ustedes los mejicanos (así, con jota), sí, los he visto ayer. Pues miren, habría que preguntarle a éste que vive aquí al lado que es el más mayor del pueblo, ahora no podemos ir porque está muy sordo y no escuchará la puerta, pero por las tardes viene su hijo y lo lleva a comer al Centro Social. Pero a mí me habían dicho que el más mayor era aquél otro, dijo Fernando… Qué va. Sin mediar explicación alguna nos llevó a una fábrica de embutidos en donde expuso nuestro caso -confundiendo a veces México con Argentina- a la pareja que salió a atendernos. No, no lo sé, pero quizá ‘La Cartera’. Eso, ‘La Cartera’… pues miren, no puedo acompañarlos más porque me ha mandado mi mujer a hacer la compra, pero vayan a la calle de Correos que seguro la encuentran. Muchas gracias. Sólo una mujer caminaba por la calle desierta del sol de mediodía y a ella nos acercamos. Sí, soy yo. No, ningún Muñoz por aquí nunca, lo recordaría. Mi marido fue cartero toda su vida, que por eso me dicen así, y luego mi hijo, que en paz descansen, y no, seguro que no. Una señora con delantal salió de una casa y comenzó a escucharnos, esperen, que mi marido se acuerda de todo, y volvió a entrar mientras nosotros seguíamos charlando. Regresó poco después. Que sí, que claro que era de aquí, mujer, era hijo de ‘La Miles’. La cara de ‘La Cartera’ se transformó, ¡pero si sois de la familia!, un parentesco lejano que intentábamos dilucidar a través de todo lo que seguía diciendo sin parar mientras yo trataba de comprobar que no hubiera confusiones dando nombres y apellidos y fechas. Que sí, hombre, que sí, ¿queréis conocer la casa de tu abuelo? Sin tiempo para entender nada nos llevaron frente a una casa cerrada y le pusieron en las manos a mi padre un teléfono móvil, es tu primo. Mi padre hablaba y yo no podía creer lo que estaba pasando. Lo has conseguido, chaval. Apenas terminó la llamada las mujeres se disculparon y nos dejaron allí asombrados, a mi padre y a mí por el hallazgo y a Fernando por las tajantes negativas que había recibido antes. Del “no” absoluto al “sí” sin condiciones. Hay temas que sólo se tratan con personas con acento extranjero, supongo.

Dos días más estuvimos en Singla, hablando con todo aquel que se topaba con “los mexicanos”, muy especialmente con el hombre que recordó a mi abuelo porque lo había conocido siendo apenas un niño. Tela marinera. Y sobre todo, estuvimos dos días llenándonos los ojos de aquel paisaje ahora sí nuestro. Esos olivares, esa enorme luna llena, esos rebaños y la mayor cantidad de estrellas que haya visto en mi vida.

Poco más de un año después, en la Ciudad de México y con un mezcal en la mano, conocí a través de la Dra. Carmen González Martínez de la Universidad de Murcia a Víctor Peñalver Guirao, historiador republicano aún más terco que yo y que tiene toda la culpa de que esto esté escrito aquí. Gracias, paisano. Y salud.

Juan Severino Muñoz Gómez nació en Singla, Caravaca de La Cruz, en 1909. Jornalero, formó parte del Ejército Popular y tras la derrota republicana cruzó los Pirineos y fue recluido en el Campo de Saint-Cyprien. Tras un año de internamiento partió rumbo a República Dominicana de donde sería expulsado cinco años después teniendo que volver a emigrar, esta vez a México donde pasaría el resto de su vida. Murió en 1969. Nunca pudo volver a España. Hasta antes del 3 de junio de 2015 sus familiares lo daban por muerto en combate.

¡Suscríbete!

Recibe cada viernes las noticias más destacadas de la semana

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.