Carlos MARTÍNEZ SOLER
Me acerco a Hannibal, la serie, temeroso y receloso ante lo que me voy a encontrar, el motivo tal vez sea que lo primero que me viene a la mente es El silencio de los corderos, esa obra majestuosa que dejó tras de sí uno de los iconos audiovisuales más conocidos, el Dr. Hannibal Lecter, un caníbal perfectamente encarnado por Anthony Hopkins. Si a esto le unimos que la serie se emite en la NBC, cadena en abierto de los EE.UU, mis miedos se acentúan todavía más, pues la presencia de casquería explicita que requiere un relato de esta temática puede que no exista por exigencias de la empresa televisiva. De hecho, lo único que me llama de Hannibal es saber que detrás de su primer episodio está el realizador David Slade, creador de una de las películas más sugerentes y retorcidas del cine contemporáneo: Hard Candy.
Comienza el primer capítulo y mis dudas se disipan de un plumazo, a la cuidada fotografía y al excelente tratamiento sonoro, se le une una recreación de los asesinatos muy sugerente, pues éstos responden a las ensoñaciones de su protagonista, el analista Will Graham, y donde la sangre y las vísceras están muy presentas, más de lo esperado de hecho.
Hannibal tiene algo magnético, hipnótico, y eso que en sus primeros capítulos la presencia del caníbal es casi testimonial. Sin embargo, a medida que avanza el relato y descubro al nuevo Dr. Lecter (Mads Mikkelsen) quedo fascinado. Me cautiva y aterra a la vez esta versión pulcra y perfectamente ataviada del caníbal. Un Hannibal de alta costura al que acompaña un dominio inmaculado del discurso y unas artes culinarias sorprendentes, más si tenemos en cuenta que lo que cocina son sus víctimas.
Hannibal juega con el tempo, el ritmo del relato, el mostrar mucho pero sugerir si cabe todavía más, confeccionando una nueva imagen del caníbal, diferente pero igualmente espeluznante, y donde lo mejor está por venir.