Ya en la calle el nº 1041

“No somos héroes”, un libro terapéutico

Y va también y escribe un libro que nos ha dejado pasmados, borrachos de asombro al comprobar el valor que tiene la palabra cuando surge del sentimiento honesto, sin más adornos que los que en sí pone la vida, que no son pocos

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ BLANC

"No somos héroes", un libro terapéutico

A lo mejor se acuerda Raúl de aquellos días en La Canaleja, la finca de María José Barrera que está cerca de la Fuente Benámor, cuando hicimos una pequeña ruta por el monte. Quizá tuviera él diecisiete años o así, con unos ojos curiosos que parecían diecisiete soles, abiertos de par en par a las curiosidades que muestra la naturaleza. Se pegó a mí como una lapa para empaparse de las historias que contaba a una recua de adolescentes en fin de semana de acampada, ávidos por conocer más allá de la estulticia que vocifera la televisión. «Los árboles tienen memoria» —les decía mientras mostraba las hojas de una encina majestuosa. Y Raúl abría sus ojos brillantes y frescos como el rocío del amanecer al observar que las hojas de las ramas bajeras de la encina tenían pinchas y las de las ramas altas no. «Porque la carrasca recuerda los miles de años en que las cabras han mordido las hojas hasta donde alcanzan, y por eso se defiende generando espinas en las hojas para disuadir en lo posible a los animales». Mi relato le emocionó y no paraba de preguntar por todo. Adolescente curioso y observador.

         Y va y resulta que el muchacho hace la carrera de medicina y se especializa en cirugía cardíaca y se anima a operar a niños frágiles con cardiopatías genéticas a los que la vida les ha dibujado un latigazo en su inocencia.

"No somos héroes", un libro terapéutico
Raúl durante la presentación en Caravaca de “No somos héroes”

         Y va también y escribe un libro que nos ha dejado pasmados, borrachos de asombro al comprobar el valor que tiene la palabra cuando surge del sentimiento honesto, sin más adornos que los que en sí pone la vida, que no son pocos.

         Leer No somos héroes es como darte una ducha de acontecimientos extremos que impactan en las entrañas de las emociones y te interpelan hasta el hartazgo. Pero Raúl relata esos impactos con tal frescura y humildad que hasta la experiencia del dolor y de la muerte la llegas a percibir como una gracia, como un regalo. Eso se llama esperanza.

Hay en el libro mucho de universalidad transfronteriza, de llevar la interculturalidad hasta los trenques. Samer, Karim y la propia Erika, su esposa, entre otros, alimentan desde hace años con Raúl la experiencia del amor en la diversidad. Todo lo que acontece puede convertirse en aprendizaje, como cuando su amigo Samer ha de ser operado debido a un cáncer de pulmón con metástasis pleurales. Y va el amigo egipcio y da una lección de  humanidad razonando que vivimos demasiado aferrados a todo, enquistados en complejos que nos impiden evolucionar como personas, hasta que descubrimos que la vida es un don, una gracia, y todo cambia con este hallazgo que nos permite, desde la humildad, disfrutar de todo desde otra visión, la del agradecimiento. Seguramente esto es un común denominador en las historias de No somos héroes.

"No somos héroes", un libro terapéutico
"No somos héroes", un libro terapéutico

Confieso que he leído y releído No somos héroes porque me reconforta su lectura. Raúl cuenta historias, algunas de ellas de extremo dolor, vividas como cirujano cardíaco en el Hospital de La Paz en plena pandemia de Covid-19, y las intercala con recuerdos de su infancia en Pino Hermoso, una finca rural en la que su familia se dedicaba a actividades agropecuarias. También está presente en sus aprendizajes la propia Caravaca de la Cruz, la ciudad natal que le reporta tantas emociones.

En el libro, Raúl Sánchez Pérez pasa con sutileza de darse un trastazo tras intentar cabalgar sobre una oveja, a esperar contra toda esperanza con Yaneli, una niña que le ayuda a descubrir que el dolor y el sufrimiento nos empareja, nos ayuda a empatizar. Pasa casi sin enterarnos de cazar saltamontes para alimentar a un pájaro azulejo extraído de un nido, a aprender a bucear dentro de sí mismol y encontrar los cables que no están bien conectados. Se lo dijo un médico de Urgencias cuando estaba empezando. Y él —nos dice— va conectando cables a diario.

Raúl, de ser un adolescente que pastorea seiscientas ovejas, esas que se le pierden de la vista por estar leyendo la narración erótica de Miguel Delibes en El Hereje, con la muchacha Minerva, pasa a aprender de Inés Matáix, la entrañable viverista de Navares que le muestra cómo la clave del éxito es hacer las cosas pequeñas como si fueran grandes. O de Juanjo Gómez, de Cehegín, con el que aprende que la vejez hay que llenarla de posibilidades.

He escuchado decir a Raúl que operar a corazón abierto es para él un momento de felicidad, como la que le reporta el empecinamiento por caminar siempre hacia lo alto del monte, hacia la cima, según le decía su amigo Javi.

Y Raúl, siempre volando, como los vencejos, que solo bajan del aire para criar y luego siguen, sin parar.

Una joya de libro, además de terapéutico.

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