Ya en la calle el nº 1042

El chocolate de cada dos de mayo

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

MARÍA GARCÍA

La mañana del dos de mayo comienza temprano para la mayoría de caravaqueños. Los caballistas recogen a sus caballos de las cuadras y empiezan a peinarlos y vestirlos antes de que salga el sol. Al mismo tiempo Concepción Martínez -de 97 años- y Mercedes -de 87 años-, junto a su hija, se levantan para preparar el chocolate que más tarde tomarán los componentes de la peña Zuagir y casi todo aquel que se acerque a ese rincón de la calle Larga.

Concepción vio nacer a Mercedes, y son vecinas de toda la vida. Llevan haciendo chocolate la mañana del día dos desde que la peña Sangrino se formó en 1980. Más tarde, cuando el hijo de Mercedes, junto a sus amigos, creó la peña Zuagir, ambos grupos compartieron chocolate. Los caballos se vestían en la misma calle, y así sigue siendo. Esto fue hasta que Lucía, otra vecina, falleció, y dejaron de hacer chocolate para la peña Sangrino. Ambas recuerdan a su amiga, “le gustaba todo este jaleo, estaba siempre la primera, era una mujer muy activa porque todas las fiestas le encantaban”. Estas mujeres forman parte de la historia viva de las fiestas y mantienen la tradición de la chocolatada.

Concepción, con una memoria impecable, cuenta que la tradición del chocolate no se remonta a hace muchos años; en comparación con sus 97 años, cuarenta le parecen poco. Esta tradición la trajeron unos caravaqueños que vieron cómo se desayunaba en otras fiestas, “dejaron un fondo para que, en la Plaza Nueva, dieran tortas de manteca y café con un chorro, ese fue el principio”. Más tarde, en 1973, se creó la peña Pura Sangre y fueron los primeros en comenzar la tradición de desayunar chocolate.

Concepción remarca emocionada que no tienen pereza para levantarse a las 4:30 de la mañana porque lo hacen por cariño a su pueblo y a la Cruz. Además, para ella no hay otro amanecer como el de ese día. “Me perderé la alborada del día dos cuando me muera, pero mientras no. Es lo que más me gusta de las fiestas, un día dos no lo cambio por nada”, añade. Mercedes entre risas corrobora el ritual que su vecina hace todos los años.

Recuerdan entre las dos sus fiestas de infancia. A Mercedes su madre le hacía un babero que sacaba de una camisa para que pudiera subir a la cuesta. Sin embargo, la madre de Concepción le hacía vestidos de percal para ir al Castillo. La cuesta se llenaba igual que en la actualidad, pero Concepción explica que no estaba como ahora porque se arregló más tarde, había rocas, y todas estaban llenas de caravaqueños.

Cuando eran jóvenes las fiestas eran diferentes, aunque la esencia era la misma. Mercedes insiste en que las fiestas eran “preciosas” pero Concepción le rebate, “no digas eso, porque aquello no era lo de ahora”. Mercedes explica que les gustaban mucho porque no tenían otra cosa, en este caso Concepción le da la razón. Cogían un caballo y le colocaban una colcha de las que las mujeres utilizaban cuando se casaban, esas colchas se doblaban y se las ponían al caballo. Entre risas Concepción exagera, “lo mismo había caballos, que yeguas que burros”. Los hombres vestían con una blusa y un pañuelo, “y a correr”, dice Concepción. Recuerdan que no había peñas, que quien quería salir vestía su caballo por cuenta propia y corría. Concepción, “aquello era muy distinto, pero se ha vivido siempre con ilusión, porque la ilusión de los caravaqueños es la Cruz y no hay más”.

El año pasado, en 2023, la Peña Zuagir les entregó una placa de reconocimiento por el trabajo que realizan todos los años. “Hay que reconocer que nos lo merecíamos, tuvieron un detalle que ya estaba bien”, comentan entre risas. “Nos soltaron un poco de sermón y nosotras nos bailamos un pasodoble”, cuenta Concepción.

Si se les pregunta por cuál es el secreto para que su chocolate tenga tanto éxito, Concepción responde “no tiene secreto, hay que tener un poquito de inteligencia”, y Mercedes añade “y muchos años de experiencia”. Explican que el chocolate tiene que ir moviéndose para que no se pegue y hacer bien la mezcla para que el punto de espesor sea el idóneo. Suelen hacer unos treinta litros de chocolate, pero no lo calculan de forma exacta, todo es a ojo de buen cubero. Les gusta acompañar el chocolate con dulces de todo tipo que aportan otros componentes de la peña.

Esa mañana, sobre las ocho, se comienza a repartir el chocolate. Mercedes entre vaso y vaso que reparte consigue beber un poco, y Concepción es diabética por lo que solo disfruta viendo a los demás. Cuando apoyan la olla de chocolate a la mesa que montan en la puerta de su casa, la gente se arremolina alrededor reclamando su vaso. Mercedes, “nosotras estamos en lo nuestro, echando vasos y vasos, no sabemos a quién echarle ya”. Aunque reconocen que todos los años sale todo bien. El futuro de la chocolatada está en la hija y la nieta de Mercedes, que también ayudan esa mañana, al igual que la hija de Concepción.

Concepción y Mercedes mantienen viva la tradición de la chocolatada. Su historia es la de muchas mujeres caravaqueñas que de una forma u otra contribuyen a que la fiesta de Caravaca sea algo particular y especial. Sus recuerdos y vivencias son los tesoros de los que nutrimos nuestras tradiciones y que han hecho que esta fiesta se prolongue en el tiempo con el valor que merece. Escucharlas hablar es abrir una ventana a una Caravaca que existe y merece ser escuchada.

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