Ya en la calle el nº 1041

María Van Rysselberghe, la Pequeña Dama

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN

Hay muchas formas de amores: están los amores imposibles, aquellos que se resisten, aquellos en los que la chispa no prende, la magia no aparece…pero también están aquellos en los que el amor explota, la chispa arrasa… aunque sea en tu hija. Eso fue lo que le pasó a María Van Rysselberghe. Fue la mecha que no quiso encender ella, la que explotó en el corazón de la única mujer contra la que no quiso competir y que nos recuerda que las arrugas de una mujer no son las mismas que las de un hombre. Nosotras siempre debemos mirar siempre hacia delante, mientras que ellos pueden volver la vista atrás y enamorarse del reflejo de lo que pudo haber sido y no fue.María Van Rysselberghe, la Pequeña Dama

María Van Rysselverghe nacería en Bruselas en 1855 en el seno de una familia de editores, los Monnom, por lo que creció rodeada de poetas y escritores. Todo estaba perfecto cuando decidió casarse con el pintor neoimpreionista Théo, del que tomó el apellido. Era un matrimonio moderno, que diría mi madre, y pasaban largas temporadas de veraneo con amigos. Hasta que apareció el poeta Gide, por entonces recién casado (en plan casto) con su prima Madeleine, a la que aseguraba amaba locamente (también en plan casto). Y es que Gide era abiertamente homosexual (aunque yo diría que era más bien abierto “en general”).

El caso es que Theo sabiendo eso, o por un exceso de confianza, dejo solos a María y a Gide. Y llegó el cariño, pero no el roce.

Así narra María en “Hace cuarenta años” como pasan tanto tiempo solos que surge una especie de amor de almas, lleno de apasionados momentos, aunque ninguno sexual. Cuenta la historia de una casita en la playa, bajo la brisa del mar, en la que tuvieron que vivir juntos y solos, durante un mes, una pareja de poetas, un hombre y una mujer. Enamorados…pero casados, “felizmente casados”, por lo que aquella pasión maravillosa se queda en amor platónico. Cuarenta años más tarde, cuando los otros tres actores de la historia han fallecido, María decide contar la historia. Y a pesar de que hay quien dice que no se puede contar nada realmente importante en menos de cien páginas, María lo hace estupendamente, enseñándonos que hay amores que nunca terminan de apagarse a pesar que nunca han llegado a encenderse.

De ese verano quedaría para ellos una larga amistad, y para nosotros “Los cuadernos de la Pequeña Dama”, las anotaciones en las que María fue apuntando todo lo relacionado con el poeta Gide desde 1918 hasta su muerte en 1952.

Me supongo el dolor con el que relataría María en esa tarea autoimpuesta de contar la vida de Gide un acontecimiento tan alegre como es el nacimiento de su hija. Y es que por esas vueltas que da la vida, era su nieta. Gide, ese mismo casto varón que estuvo con ella mirando las estrellas y oliendo la brisa del mar, tuvo en 1923 una hija, Catherine, que nace de la unión (no tan casta, por lo visto) de este con Elizabeth Von Rysselberghe,(la hija de María), que por esos entonces estaba casada con Pierre Hérbart, discípulo y “amigo” de Gide.

No sabemos que pensaría esa madre que ve como su hija ha conseguido lo que a ella se le negó en las mismas circunstancias, ni que sentiría la hija al arrebatar la pasión de la madre, ni si se contarían en la salita tomando el té las artes amatorias del tal Gide (que debió de ser un fenómeno).

Un libro que contase esas conversaciones si que hubiese necesitado más de 100 páginas.

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