Fuente: turismocaravaca.com
Por todos es conocida en Caravaca la calle que lleva su nombre, o al menos su apellido. La calle Poeta Ibañez, que confluye con la calle Canalejas paso a denominarse con el nombre del poeta en 1925. Desde el siglo XVI se la conoció como Calle de Don Fernando, abreviación del nombre de D. Fernando de Robles Miñarro.
¿Quién fue el poeta Ibáñez?
Juan José Ibáñez Cánovas, que era su nombre completo, nació en 1869 y murió en la noche del sábado 24 de enero de 1920, a los 51 años de edad. Don Francisco del Moral y Luna, en un artículo que fecha en Madrid y que titula “¡Ha muerto el Ingenioso Hidalgo de Caravaca!”, invita al alcalde de dicha localidad a que considere la oportunidad de dedicarle una calle de la ciudad, cosa que como ya hemos referido ocurrió en 1925.
Don Juan José fue poeta, militar de profesión (con grado de teniente), oficial en el Registro de la Propiedad y periodista vocacional. Sabemos de él que era hijo de Miguel y Asunción y que contrajo nupcias con Isabel Fernández.
Aunque su obra, de claro corte romántico, no destaca más allá del ámbito local, fue persona muy querida, y participó muy activamente en la vida cultural y festera de la Caravaca de su tiempo. Prueba de ello son los periódicos en los que participó en su promoción, sostenimiento y redacción como “Argos”, “La Luz” (sustituido después por “La Luz de la Comarca”) y “El Siglo Nuevo”.
Actividad social
Promovió asimismo certámenes literarios con motivo del centenario del Quijote y de las fiestas patronales, fiestas para las que hizo un parlamento en 1916 y en las que fue el introductor de la Retreta, que era un festejo que tenía lugar durante las primeras horas de la noche de cada cuatro de mayo y que se parecía mucho al murciano Entierro de la Sardina. Consistía dicho festejo en una cabalgata nocturna de carrozas tiradas por bueyes o mulas que transportaban seres mitológicos de cartón piedra, y desde las cuales sus tripulantes arrojaban caramelos y pequeños juguetes de cartón y barro así como miles de “pitos” de madera por los que pugnaba la muchedumbre situada a lo largo del recorrido. Las carrozas iban escoltadas por bandas de música y decenas de bengaleros y chisperos que iluminaban la noche creando así un ambiente mágico dado que la iluminación callejera de la época era muchísimo menor que la actual .