ANTONIO MELLADO MENA
No pude disfrutar de mis abuelos. Murieron algunos años antes de nacer yo. Siempre he pensado que la suerte de aquellos que han podido vivirlos estriba en que han podido deleitarse con sus historias, sin importar qué es real y qué no lo es. Es curioso que solamos pensar que la vejez es una época en la que todo hombre es sabio por el mero hecho de ser anciano y que el refrán «más sabe el diablo por viejo que por diablo» se cumple a rajatabla, pero eso no es verdad. Hay ancianos más sabios que otros, y, por tanto, no es la experiencia vital la que proporciona sabiduría, sino que es la experiencia vital la que puede proporcionarla si uno ha vivido fiel a sus convicciones.
Desde hace alrededor de tres años he tenido la sensación de que he podido disfrutar de un abuelo, de sus enseñanzas, de sus pensamientos y de su sabiduría. Un hombre cuya vida ha estado plagada de momentos cruciales en la historia de España, un hombre cuyo pensamiento ha sido más fresco, auténtico y lúcido que cualquiera de los pensamientos en los últimos 50 años (por lo menos). Un hombre que, además de dejarnos un legado de conocimiento para la posteridad, ha dejado algo mucho más importante: ha enseñado una forma de estar en el mundo, de conocerse y de respetarse a uno mismo. Estoy hablando de Antonio García-Trevijano Forte. Un señor que vivió por y para la libertad de todos, la suya y la de los demás. Según sus propias palabras «para que yo pueda ser libre tú también tienes que serlo».
Por suerte, tuve el placer de estar con él en dos o tres ocasiones (no tuve tiempo de poder hablar con él sobre John Ford, al cual sé que admirábamos los dos, maldita sea), y debo admitir que, a pesar de los defectos que se le pudiesen atribuir en cuanto a su carácter, ha sido la persona más extraordinaria que he conocido en toda mi vida, tanto por su la labor para con el conocimiento como por el compendio de virtudes que un ser humano debe poseer: principios, valores y honradez intelectual. Personalmente, esto último es el legado más importante que nos deja. Para mí siempre será el hombre que vivió conforme pensó. Y eso, damas y caballeros, no puede aplicársele a todo el mundo.
Fuiste importante para unos pocos, pero suficientes. La libertad política colectiva estará con nosotros ineludiblemente, y, llegado el momento, espero que estemos a la altura de las circunstancias y sepamos qué es lo que debemos hacer.
Libertad política colectiva: el pleonasmo más bello que jamás se haya escrito.
Hasta siempre, don Antonio.