Ya en la calle el nº 1043

Tejiendo utopías, por Isabel Martínez Llorente

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

[Fragmento del discurso-semblanza leído en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Caravaca de la Cruz el pasado 13 de diciembre durante la entrega de la XLIII edición de los Premios Albacara en sus distintas modalidades].

La palabra texto comparte su raíz con el verbo tejer. No deja de sorprenderme nunca el alma del lenguaje, la filiación entre el signo escrito y la realidad que nombra, la historia que cada palabra va acumulando en su vida de siglos como si fuese la moneda del tesoro del lenguaje. Se llama etimología, o bien, historia de lo que somos, porque ¿no nos nombra la palabra que pone cuerpo a una emoción?, ¿no es acaso el lenguaje la única forma de otorgar realidad al marasmo informe, inefable, de sentimientos e ideas que nos definen como personas? Texto y tejido llegan hasta nuestros días de la mano, y hoy sois vosotros, escritores y jóvenes adolescentes que recibís este precioso galardón lleno de historia, quienes construís las vestimentas de una realidad compleja, los atavíos de un mundo aún por cifrar desde vuestra mirada nueva, reluciente de sueños. Y lo hacéis con las palabras, con el amor a las palabras, ensartáis en el hilo de un papel piedras preciosas con mimo hasta conformar un precioso manto de textos que habéis traído a este certamen.

Pero el paso previo a la escritura es, sin duda, la lectura. Hay un momento repleto de magia en el universo, un paréntesis en el tiempo y en el espacio de la cotidianeidad, una burbuja frágil y maravillosa que nos atrapa en su interior de forma delicada cuando, en la orilla de la cama, quienes nos cuidan y nos ayudan a crecer para la vida pronuncian la contraseña con la que se salta, de una vez y sin dilaciones, a la casa de la fantasía: “érase una vez”. Y probablemente ese momento sea uno de los grandes pilares de una infancia construida sobre las alas de la belleza, porque cuando un niño se convierte en nube, dragón, pirata, payaso, monstruo, hada, lobo, enanito, bruja, cordero, princesa, cerdito…, cuando un niño es capaz de meterse en la piel de todos los héroes y de todos los monstruos cada noche al hilo de la historia susurrada, vive otras vidas y genera modelos de comportamiento que serán los que conformen a los jóvenes que hoy sois, a los adultos que ya vislumbráis ser.

Tejiendo utopías, por Isabel Martínez Llorente
Isabel Martínez Llorente

¿Qué es leer? Leer es encender una luz brillante en medio de una carretera en la que vivimos a oscuras, leer es tener la capacidad de transportarnos a territorios que nunca hubiéramos imaginado habitar en primera persona, leer es convertirse en aquello que te nombra cuando, solo, no fuiste capaz de encontrar esas palabras que dieran forma, que pusieran rostro a lo que estabas sintiendo: amor, celos, compasión, ternura, alegría, nostalgia… Cuando leemos adoptamos un papel solidario en el ejercicio de asignar sentido a la historia, y brotan chispazos de una curiosidad auténtica: ¿por qué ese antihéroe ve gigantes en vez de molinos?, ¿por qué “puedo escribir los versos más tristes esta noche/ yo la quise, y a veces ella también me quiso”?, ¿por qué “Era inevitable. El olor de las almendras amargas le recordaba el destino de los amores contrariados”? La curiosidad se teje en un hilo irrompible con la atención, esta gran maltratada en la era de las pantallas: si nos interesa, ponemos todos los sentidos a trabajar. Nuestro cerebro, la máquina más extraordinaria que existe, pone en marcha un engranaje neuronal a una velocidad de vértigo que genera aprendizaje, y este, a su vez, va ligado a la memoria y a la emoción. Esto se traduce en que no existen dos lectores iguales para la misma obra: la experiencia de la lectura es única para cada uno de nosotros, incluso, la misma lectura es única cuando la volvemos a hacer años más tarde, porque también releemos quiénes éramos y quienes somos ahora. Si leo el famoso verso de Bécquer “poesía eres tú” indudablemente le asigno un rostro, le doy un nombre. Cada uno de nosotros es el artífice de su propio “protagonista”. “Leer no es ser espectador de una película, es ser intérprete de un concierto”, le oí no hace mucho al novelista Antonio Muñoz Molina, premio Príncipe de Asturias en 2013.
Es un honor para mí ser la encargada de dirigirme a vosotros: soy una profesora de literatura que lleva dos décadas a pie de aula observando vuestras miradas cada día cuando leo las estrofas de un poema, cuando acerco el sentido de una novela al universo de jóvenes como vosotros, y sé que en algún lugar persistirán las emociones que vais desentrañando al hilo de la literatura. Hoy llego hasta aquí para deciros “enhorabuena”. Enhorabuena por ser, cada uno de vosotros, ese Bastián de La historia interminable, la novela de Michael Ende en la que el protagonista se cuela dentro del mundo fantástico que habita en las páginas del libro y acaba siendo el personaje más importante de una aventura que nunca acaba, y nunca acabará mientras existan lectores y escritores como vosotros: esta historia, la de la fantasía, será interminable. Seguirá viva y su magia nos rescatará para siempre de la vulgaridad, de la fealdad del mundo, de los recodos de maldad y avaricia que empobrecen la grandeza de los hombres. El arte, y concretamente el arte de la palabra que esta tarde celebramos, ha tejido a lo largo de los siglos desde la Grecia clásica, desde Roma, desde la India y desde los confines del planeta, un mapa de historias en las que refugiarnos cuando las sombras acechan. Qué mejor final para un discurso que el inicio de esta historia interminable, la del joven Bastián, que resume, en unas líneas, lo que aquí, hoy, todos compartimos:

Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado…
Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito…[…]
Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.

Se pregunta Miguel Sánchez Robles en uno de los primeros poemas de la obra que esta noche se premia “por qué la vida es algo que se quema muy rápido/ y cómo se soporta esta muerte continua”. Pues bien, podríamos sugerir que tal vez solo el amor y la lectura nos salven de esa quema continua, de ese incendio del tiempo.
Lean y escriban: solo así seremos capaces de entender a quienes están frente a nosotros y estaremos construyendo de esta forma el camino hacia una paz más urgente que nunca.

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