Ya en la calle el nº 1041

Las malditas guerras, por Jesús López García

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Las malditas guerras, por Jesús López García
Las malditas guerras, por Jesús López García

La plaga de la guerra es tan terrible que ni siquiera los sitios más recónditos han podido escapar de las levas decretadas por los mandantes. Cuesta aceptar que las tierras más desasistidas por las autoridades de todos los tiempos se hayan visto obligadas a entregar a sus hijos en cada estado de guerra, pero así ha sido.

Hasta hoy día se conserva viva, en el seno de las familias, la memoria de las miserias de la guerra. Vivos siguen aun los que vieron cómo, siendo niños o adolescentes, se llevaban a sus padres a la Guerra Civil del 36, y por transmisión oral todavía queda testimonio de guerras anteriores, incluyendo las desastrosas del 1898, Cuba y Filipinas. Así que el drama de la guerra siempre estuvo presente en la vida de nuestras aldeas y cortijos durante la primera mitad del pasado siglo XX. Además, hasta 1912 estuvo vigente la redención en metálico, que permitía librarse de la guerra a los que pudieran pagar 1500 pesetas en esa fecha. Así que solo los pobres iban a morir a esos mundos extraños, lo que trajo no pocos conflictos sociales en España.

Entre los muchos jóvenes que fueron enviados a la lejana guerra de Cuba estuvo el abuelo de Venancio Beteta, Eulogio Rubio, que se fue con 20 años y volvió con 28. Claro está, después de tanto tiempo le dieron por muerto. Sin embargo, pudo sobrevivir y llegar al inusual sitio del puerto de Mazarrón, desde donde volvió andando a Los Chorretites (Nerpio), que allí vivía la familia. Era verano y los campos estaban llenos de gente trajinando con la siega. Al hombre, reducido a huesos y pellejos, con barbas hasta el pecho, no lo reconocía nadie. “¿Es que no sabéis quién soy?”.

Con mucha dificultad, porque el estómago se le quedó como un puño de pequeño y sufría ardores cada vez que se echaba algo a la boca, sobrevivió. Su naturaleza tenía que ser muy fuerte porque murió en el año 1948, cincuenta después de terminar la guerra de Cuba, si no he hecho mal las cuentas.

Luego le tocó el turno a su padre, Juan Beteta, en la guerra del 36. Cuenta Venancio Beteta que cuando su padre se fue a la guerra él tendría entre 3 y 4 años. Vivían entonces en el cortijo de Las Tablas, en Jutia (Nerpio). En el pesar de la familia, Venancio, cuando vio que su padre se iba camino adelante, ni corto ni perezoso, salió detrás de él, porque debió intuir en su infantil sabiduría que se iba a la guerra, y la desgracia tan grande que eso era. Tuvo que caminar un buen rato hasta que lo echaran en falta en la casa. Si ya no era poco el drama familiar, la angustia de no saber dónde podría estar el crío debió ser mayúscula. Al final, lo encontraron en medio de unos chaparros porque escucharon su llanto.

Las malditas guerras, por Jesús López García
Cortijo de Las Tablas FOTO: PEPE BLASI

El caso es que el bueno de Juan Beteta, como tantos otros, acudió a la guerra. Afortunadamente él volvió, otros no.

En el largo camino hacia Nerpio se le tuvo que pasar por la cabeza irse a la sierra a esconderse, pero no lo hizo y vivió la terrible experiencia de la guerra, ya en su última fase.

Las malditas guerras, por Jesús López García
El Prao las Yeguas y la Sierra de las Cabras. Recreación del camino, por Juan Fracisco Jordán Montes

En las postrimerías del conflicto, el desánimo y las carencias en el bando leal a la República fueron muy grandes. Eso llevó a muchos a desertar, incluso a cambiarse de bando -aun a riesgo de que los fusilaran- porque sabían que en el ejército franquista al menos se comía. Era tal la escasez entre las tropas republicanas que el hambre no les dejaba pensar ni siquiera en sobrevivir al fuego enemigo. Mientras huían de las balas y la metralla, se paraban en los bancales a comer brotes de alfalfa, o en los ejidos a buscar cáscaras de patata o de naranja, restos de cebolla o algarrobas, o lo que fuese con tal de amortiguar las punzadas del hambre.

Las guerras las sufren los padres y las postguerras los padres y los hijos. El recuerdo de la última está muy presente en quienes la vivieron y sus narraciones abarcarán aún largo tiempo. A la represión, aún silenciada en el seno de muchas familias, se unió la insoportable mortalidad y la miseria.

Por los cortijos pasaban cada día decenas de personas pidiendo algo de comer. Muchas mujeres con hijos, que habían perdido a los maridos en la guerra, salían en su desesperación al campo y caminaban un día tras otro, a veces llevando niños pequeños a coscoletas, envueltos en una manta a modo de hato y durmiendo en los amasaores de los hornos comunales o donde pillaban. Así mismo, auténticas bandadas de gitanos rulanderos famélicos vagaban de un sitio para otro. Cuenta Venancio Beteta que una vez se les murió el cerdo allí en Las Tablas, lo enterraron y los gitanos lo desenterraron para comérselo.

A todo esto, los jóvenes, en sus mejores años, tuvieron que acudir al largo servicio militar y además con el miedo a que los enviaran a cualquiera de los restos coloniales de África. Algunos españoles humildes cayeron en la última, olvidada e inútil guerra colonial, que fue la que produjo la pérdida de Sidi Ifni.

Los que vivieron aquello tienen como mejor recuerdo de su juventud haber visto el mar, o una ciudad grande, o singularmente alguna comilona. Se trataba de desquitarse del hambre haciendo burradas cuando se presentaba la ocasión. Aún recuerdo de mis tiempos de la mili a un brigada, que por sus excesos y su descomunal humanidad, le llamaban “el brigadón”. Sus compañeros, por llamarlos de alguna manera, le retaban a comerse una tortilla de 12 huevos o a beberse una botella de vino con un embudo, lo cual hacía. Seguramente, el hombre, por otra parte bondadoso e inofensivo, cosa que casaba poco con la bravuconería que imperaba en los cuarteles de aquellos tiempos, debió pasar no poca necesidad para sacar adelante una numerosa familia que dicen que tenía. Así pasó y así sucede hoy día en otros sitios.

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