Ya en la calle el nº 1042

La Santa Misión

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares GuerreroCronista Oficial de la región de Murcia, de Caravaca Y de la Vera Cruz.

Ahora que se anuncia un Misión General en las tierras de la región de Murcia promovida por el Obispado de Cartagena, me vienen al recuerdo aquellas Misiones Populares celebradas periódicamente en pueblos y ciudades de toda España hasta bien pasado el ecuador del S. XX y, sobre todo, a lo largo del tiempo del denominado Nacional Catolicismo, con protagonistas tan importantes como los padres Tarín, Rodríguez o Martínez en nuestras latitudes geográficas.

La Santa Misión tenía lugar durante un período de tiempo no superior a quince días, generalmente en el otoño, siendo organizada por la Iglesia local, y cuya predicación se encargaba a un grupo de sacerdotes de fuera, jesuitas sobre todo en estas tierras. En el transcurso de ese período de tiempo todos los sectores de la población y todas las clases sociales tenían su propio mensaje y también durante ese período de tiempo se normalizaban situaciones entonces mal vistas como amancebamientos, litigios entre vecinos, enfrentamientos sociales y un largo etcétera.

Previo al comienzo, un grupo de colaboradores preparaban para el matrimonio religioso a quienes se prestaban a normalizar su estado, hacían una relación de los vecinos enfrentados entre si y disponían para recibir el bautismo a niños sin bautizar, entre otras situaciones, siendo anunciada la Misión por los sacerdotes de la ciudad con mucha antelación al vecindario. A mi memoria vienen las misiones celebradas en Caravaca en 1954 y 1963 y la que tuvo lugar en Cehegín en 1950.

El día del comienzo suponía un verdadero acontecimiento para la sociedad local. A media tarde se recibía masivamente al grupo de misioneros en la Plaza del Arco (entonces de José Antonio), asistiendo los niños con sus maestros, provistos de banderitas de colores, fabricadas por ellos mismos en las vísperas con papel de seda de diferente color. En aquel acto se presentaba a los misioneros desde el balcón central del Concejo o desde la balconada de Falange (hoy desaparecida) y el Padre Rodríguez, o el que dirigía el grupo, anunciaba la distribución de los clérigos en las tres parroquias locales y el plan a seguir en adelante.

Cada mañana, desde aquel día, antes de amanecer, se convocaba al pueblo con las campanas de la torre y a través de la megafonía especialmente preparada al efecto, a participar en el Rosario de la Aurora, con cantos como el que decía: Levántate fiel cristiano/ que ya llega la mañana/. Levántate que la Virgen/ para el Rosario te llama./ Venid cristianos venid/que ya la iglesia abierta está./ Llegad cristianos llegad/ que ya el Rosario va a empezar.

El Rosario, multitudinario, se rezaba y cantaba por las calles de las tres feligresías de la ciudad, concluyendo en el templo de donde había salido, donde se celebraba la misa, acabándose los actos antes de las 8 de la mañana para que las gentes pudieran marchar al trabajo.

A lo largo de la mañana los misioneros celebraban actos sectoriales con señoras y sobre todo con los niños, quienes acompañados de sus maestros acudían al templo a recibir su propio mensaje cristiano utilizándose por aquellos un impecable y hábil sistema para captar la atención infantil, consistente en rendir materialmente a aquellos con cantos por todos sabidos, a voz en grito, durante el tiempo suficiente para que al terminar, cansados de tanto gritar, atendieran sin parpadear el mensaje a ellos dirigido.

Los actos sectoriales seguían por la tarde según la actividad laboral de cada cual y al anochecer tenía lugar en cada jornada el acto central con una plática y un sermón. Aquella estaba dirigida a formar el criterio de conducta cristiana, versando sobre los mandamientos, sacramentos y virtudes cristianas. El sermón iba más bien dirigido a la formación del corazón cristiano, por lo que se hablaba del arrepentimiento, la contrición, el perdón, la caridad etc.

Recuerdo, e invito a recordar a los lectores entrados en años como yo mismo, al P. Rodríguez, moratallero y jesuita él, dotado de unas cualidades oratorias extraordinarias, con gran crucifijo colgado al cuello, sobrecoger con su encendida palabra a la multitud que, silenciosa y atenta llenaba cada tarde las naves de la Iglesia del Salvador. La sociedad en general se comprometía con la Misión. Los bares cerraban sus puertas, la empresa Orrico dejaba de proyectar esos días películas en el Gran Teatro Cinema y el Cine Gran Vía y todos, sin excepción, eran invitados y motivados a la confesión y la comunión durante aquellos días, creciendo la intensidad emocional individual y colectiva conforme avanzaba la celebración de la Misión.

La clausura se hacía coincidir con un día festivo y para ella se preparaba un acto multitudinario y emotivo en la Pl. del Arco, al que nadie podía sentirse ajeno y cuyo recuerdo debía perdurar en el tiempo. Para clausurar la gran Misión celebrada en noviembre de 1963 se organizó una procesión general con farolillos que, saliendo del Salvador, se dirigió al Castillo, en cuya puerta se instaló un altar con

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