No es la primera vez que escribo sobre Sixto de Marchena. Ya lo hice con cierta amplitud en mis libros El viaje hacia el olvido de Teófilo Fernández y Viejos caminos, viejas historias. Pero es que estas cosas nunca se cierran, porque son consecuencia de la guerra. Y la guerra no concluye nunca, ni siquiera para los que se creen vencedores, que siempre viven postrados ante sus falsos ídolos, los cuales, a su vez, vivirán postrados ante su propio destino.
Después de la guerra civil española fueron muchos los que se echaron al monte para huir de la represión franquista, formando parte de la oscura y larga postguerra. De esto no se sabe mucho. A veces solo rumores. La mayor parte de los estudios existentes están referidos a los maquis, muchos de los cuales los coordinó el partido comunista. Se sabe menos de los que se fueron al monte a la desesperada para escapar de la cárcel o de una muerte segura. Sin embargo, el caso de Sixto de Marchena es más conocido, porque hay alguna documentación, aunque escasa y parcial. Y sobre todo porque estuvo operando durante bastante tiempo hasta que la partida fue rematada en el año 1950 por la Guardia Civil.
La partida de Sixto estuvo formada básicamente por tres individuos, aunque luego se incorporaran otros temporalmente: Juan Ruiz, “alcalde de Yeste”, José Antonio “el de Miller” y el propio Sixto. Los tres huyeron de campos de concentración o de cárceles improvisadas por las autoridades franquistas. En uno de los golpes murió José Antonio, “el de Miller”, y solo quedaron al final Sixto y Juan Ruiz. A este le atribuye el imaginario popular la mayor dureza y crueldad en su comportamiento, sin estar esto demostrado, como tampoco está demostrado que fuera alcalde de Yeste, ya que fue presidente del Frente Popular de la localidad y la gente confundía unos y otros cargos en el caos que reinaba en los pueblos en la desdichada guerra. Así es que en la duda quedan las cosas que cuentan, una de ellas, quizás la más espeluznante, es que cuando los guardias civiles los tenían atrapados en su escondite, Sixto estuvo dispuesto a entregarse, pero Juan Ruiz le dijo que, si lo hacía, él mismo le dispararía por la espalda y le daría muerte.
La partida actuó durante siete años, aunque no siempre estuvo igual de activa, y se movió por toda la sierra. En los archivos de la Guardia Civil y también a partir de testimonios orales, que aún se pueden rescatar, aparecen citadas sus fechorías desde Cortijos Nuevos u otros lugares del occidente de la sierra, hasta gran parte del término de Nerpio, estando sus refugios más habituales en los entornos del río Zumeta.
El portilllo de Rivelte fue uno de los puntos que empleaban para sus asaltos, puesto que es un paso especialmente propicio para emboscadas. Allí cerca se escondían en la cueva de la Hiedra, oculta por la maleza y de difícil acceso
Aunque hay algunas controversias, lo más probable es que allí fuera donde atracaron a Eusebio Ibáñez, marchante que se crio en el Cortijo Nuevo (Nerpio) y que luego recabó en la finca de Las Almenas, en el campo de Caravaca, donde alcanzó una cierta prosperidad y pudo atesorar unos dineros. Como tantos en aquel tiempo, lo más probable es que Eusebio Ibáñez tuviera ánimo y fuerzas para emprender más negocios en aquellos tiempos difíciles.
El caso es que, con todo el dinero que tenía -entre 12.000 y 18.000 pesetas- tomó camino de la sierra para comprar ganado, borregos principalmente, y dar un giro a sus negocios, asumiendo no poco riesgo por esos caminos de Dios. Y las cosas no le salieron como él se había propuesto. La escueta partida de Sixto salió a su encuentro, secuestrándolo para robarle su dinero.
Según su familia, Eusebio fue camino abajo por el río Segura, por la Toba, hasta las Juntas, y de allí a Marchena. Si fue así, lo secuestrarían en una cueva situada en el picón de Marchena que servía de refugio más o menos permanente a los bandoleros. Sin embargo, fuentes de la Guardia Civil citan el portillo de Rivelte como el lugar en el que atracaron a Eusebio. Lo cual me parece más probable, porque por allí cruzaban los marchantes que procedían de Moratalla y Caravaca, después de meterse por Las Casas de la Cabeza y las lomas del Sapillo hasta Jutia.
Lo más probable es que los bandoleros fueran conocedores del dinero que llevaba Eusebio y por eso lo esperaron. Según el testimonio de la familia, lo metieron a la cueva y allí lo tuvieron todo el día sin comer, apuntándole con una escopeta. Por lo visto, Eusebio no perdió la serenidad y quiso negociar con los bandoleros, pero Sixto le dijo, “da gracias que te dejamos con vida”. Le quitaron todo lo que llevaba, buscándole la ruina. No le dejaron ni las tijeras de señalar el ganado. A media noche lo pusieron en el camino con los ojos tapados. Le dieron 40 pesetas para que cogiera el correo de Nerpio a Caravaca y le dieron suelta.
Unos años después, la Guardia Civil dio muerte a Sixto y a Juan Ruiz, seguramente gracias a la colaboración de alguna de sus víctimas, aunque también es probable que fuera por una traición. El suceso tuvo lugar en esa cueva del picón de Marchena que les servía de principal refugio. Allí encontraron después del luctuoso suceso objetos diversos, utensilios, restos de comida, pieles de borrego…Es difícil saber lo que pudo durar el sitio y asalto a la guarida, quizás fuese largo por las cosas que cuentan. Parece seguro que en el combate se empleó dinamita y también fuego de granadas por una u otra parte.
Los cuerpos carbonizados de Sixto y de Juan Ruiz los pasearon en un serón a lomos de una burra hasta Santiago de la Espada. Allí los expusieron para horror de algunos y alivio de otros.
La Guardia Civil le comunicó a Eusebio Ibáñez la muerte de los bandoleros y le hizo entrega de las tijeras de señalar el ganado. Eso fue todo lo que recuperó.
La diáspora de los años sesenta y setenta del pasado siglo repartió a los familiares de Eusebio por Santiago de la Espada, Caravaca, y Barcelona, entre otros sitios. Aún lamentan aquellos sucesos.
Un comentario
Hay que explicar todas las partes de la historia.porque robaba Sixto y a quien…y como lo quemaron y exhibieron .siempre hay dos lados de la historia está claro.