Ya en la calle el nº 1041

Juan Fernández, “In perpetuum”, por José Antonio Melgares

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Conocido popular y cariñosamente como “Juanico, el de Filo” era natural de la pedanía de Barranda, donde su padre, Filomeno Fernández había sido acreditado herrador de caballerías.

Vino al mundo en 1930, y se educó en el seno de una familia piadosa y entregada a la sociedad local, querida y admirada hasta el presente. Desde niño manifestó su inclinación a la vida sacerdotal, marchando, con 12 años al Seminario Menor de S. José de Murcia y pasando luego al “Mayor” de San Fulgencio, donde cursó los estudios de Filosofía y Teología, con sabios maestros a los que siempre recordó con veneración.

Recibió las primeras órdenes del obispo Ramón Sanahuja y Marcé, quien le ordenó sacerdote el 14 de junio de 1954, cantando su primera misa en Barranda, en acto publico que revistió carácter de acontecimiento, y que no olvidaron los vecinos en mucho tiempo.

Tras pasar por varios destinos pastorales, marchó como misionero a Ecuador, donde permaneció entre 1956 y 1967, regresando a España en este último año.

Durante sus viajes desde América, vistiendo asiduamente la sotana blanca habitual en aquellas tierras de excesivo calor, alcanzó fama como orador sagrado, cuyas prédicas llegaban al corazón del gran público. Recuerdo, siendo adolescente, cuando se comentaba cariñosamente de él que…”cuado subía Juanico al púlpito, y antes de comenzar su alocución, ya estaba el auditorio llorando…”

Ya de regreso, e incardinado en la Diócesis, en tiempos del obispo Miguel Roca Cabanellas, ejerció diversos ministerios, a los que siempre se entregó en cuerpo y alma, por lo que también recibió reconocimientos públicos más que merecidos.

En 1986 estableció su residencia definitiva en la Casa Sacerdotal de Murcia en apartamento lleno de libros que devoraba apasionadamente, llegando incluso a aprender a leer en diagonal, lo que le permitía la lectura de un libro, y enterarse de su contenido, en un par de días. Ello le valió para obtener una bastísima cultura, material y espiritual, que le permitía hablar de todo, con autoridad y brillantez.

Ya jubilado, nunca abandonó el trabajo pastoral, atendiendo capellanías entre la población de etnia gitana, viudas, medios de comunicación social y en el Hospital Provincial (hoy Reina Sofía), heredando del sacerdote y periodista Juan Hernández Fernández la coordinación de los medios de comunicación social de la Iglesia, en cuya labor siempre se movió como pez en el agua. Ese fue su último cometido ministerial, colaborando en los programas religiosos de la Diócesis a través de la Cadena COPE, y en el diario “La Opinión”, en programas semanales de gran audiencia.

Como divulgador cultural ejerció un gran impacto, sobre todo en Barranda, donde junto a barranderos ilustres como Ignacio Ramos, Antonio Aznar, Juan Fernández y otros, se preocupó de animar la cultura local, sobre todo en el período estival, acudiendo a su casa familiar cada verano, desde donde no sólo seguía atendiendo sus compromisos con la prensa y la radio, sino que organizaba actividades que a lo largo de los años han tenido repercusión en el tiempo.

Aquejado de una dolencia respiratoria, que le obligaba a depender del oxígeno cada vez más horas, pero con gran calidad de vida hasta el final de sus días, gracias al cariño de su familia y a las atenciones de los amigos y compañeros sacerdotes de residencia, pasó sus últimos días en la Casa de Nazaret que las religiosas de la M. María Gambín regentan en la localidad huertana de El Rincón de Seca. Desde allí partió a la Casa del Padre al comenzar el año 2024, con las maletas vacías de cosas terrenales, pero muy llenas de experiencias y vivencias espirituales.

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