Ya en la calle el nº 1041

En la calle

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

Añade aquí tu texto de cabecera

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

En la calle
En la calle

La calle era entonces nuestra segunda casa y, en ocasiones y para algunos, la única, es verdad que apretaba el frío en febrero y que a veces nevaba o llovía, que se llenaba de charcos y que no era del todo cómoda, pero en esos casos sabíamos dónde meternos y quién nos abría la puerta con gusto, íbamos de charco en charco y con el barro de las calles construíamos casas de muñecas o pequeños corrales para los animales o cualquier otra filigrana porque en aquel tiempo no teníamos demasiados juguetes, en verano era más fácil, nos refugiábamos a la sombra de las parras, bajo los aleros de los tejados y pasábamos las siestas en su pequeño paraíso de frescura hasta que llegaba el atardecer y tapaba el sol y empezábamos a jugar con brío, como si despertáramos todos a la vez, aunque la mayoría de las ocasiones nuestras madres no habían logrado meternos en la cama del todo, porque la siesta era el momento ideal para zascandilear por la casa y buscarnos la vida, aunque había quien se escapaba a la calle y se le notaba el sol en la cara y en los hombros a la hora de la cena, o quienes en algún caso nos íbamos al río o a una balsa de riego a bañarnos, mi padre nos pilló una vez al vecino y a mí y nos echó un buen puro, las siestas eran aburridísimas y la fiesta estaba fuera de las casas, en la calle, porque el juego nos llamaba a todos y era como una droga, dentro de casa solo había obligaciones, deberes y vigilancia desabrida, porque en aquellos años con esa edad todos éramos culpables de algo y estábamos siempre a punto de cometer una fechoría, así que se nos tenía a mano y se nos custodiaba hasta que el sol hubiese bajado lo suficiente y salir a la calle no fuese una temeridad, claro que nunca era peligroso y qué problema había en tomar el sol o soportar los airazos del Castillo hasta que la luz empezaba a declinar del todo, en ocasiones nos pillaba en la huerta o en el río y nos alarmábamos repentinamente porque podíamos llegar de noche a casa, y ese sería límite, porque nuestras madres empezarían a echarnos de menos cuando la luz menguara y saldrían a la calle a llamarnos y a buscarnos, así que despertábamos de nuestro sueño vespertino y enfilábamos apresurados el camino hacia el Castillo, con la fortaleza siempre a nuestro frente, llegábamos a Las Torres exhaustos y con caras de culpables, si había sabido escabullirme de mi padre, mi madre, cuando llegara a casa, no me diría nada, respiraría aliviada y me daría la merienda con gusto.

Todo estaba bien entonces, mi abuelo había encendido el fuego y la casa permanecía caliente, mi padre vendría más tarde y yo estaba dando buena cuenta de la merienda sentado frente al televisor, aunque tenía un ojo puesto en la calle, que veía desde la ventana, por donde entraban los ecos de la vida.

Mañana volveríamos a intentarlo.

¡Suscríbete!

Recibe cada viernes las noticias más destacadas de la semana

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.