Ya en la calle el nº 1042

Don Miguel Doblado, librero en el recuerdo

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de la Región de Murcia

                  Hasta los años ochenta del pasado  siglo abría sus puertas a la capitalina calle de Santa Ana la “Librería Doblado”, regentada por su dueño Don Miguel Doblado, hombre de gran talla intelectual, a quien conocí ya entrado en años, siempre trajeado de color gris, aspecto aseado y cuidado; dotado de buen y abundante pelo ya blanco por la edad. Gran conversador, socialista convencido de los denominados entonces “Históricos”, que tuvieron por líder durante los años de la Transición Política al albaceteño José Prat, quien sin proponérselo causó tanto daño al PSOE en la Elecciones Generales de 1977, en las que, a pesar de no alcanzar el acta de diputado, arañó muchos votos al PSOE por la confusión de los electores entre las siglas de una y otra formación política. Ello llevó al partido de Felipe González a acuñar la frase: “PSOE, el partido del puño y la rosa” en las siguientes elecciones para evitar las confusiones que tantos votos quitaron al PSOE. Aquel aparente despegue de la formación política de Prat, proporcionó un relativo subidón a los históricos murcianos, que a diario se reunían en la Librería Doblado, donde se confeccionaron las listas con las que concurrieron a las elecciones municipales celebradas en abril de 1979 y que, como es sabido, ganó el médico José María Aroca Ruiz-Funes en la capital de la Región.

                  Quien esto escribe, recién licenciado universitario en las fechas a que me refiero, visitaba con mucha frecuencia la librería, muy bien dotada de ejemplares de cualquier naturaleza Lo había hecho desde mis años estudiantiles en la UMU pues, además de cumplir siempre con mis expectativas, el lugar me parecía un templo donde se rendía culto a la Cultura, al margen de la actividad política que tenía lugar entre sus cuatro paredes. D. Miguel, como respetuosamente le llamábamos los clientes más jóvenes, conocía perfectamente toda la bibliografía del momento, sin tener que acudir a otra información que la proporcionada por su bien amueblada cabeza. Desconozco su formación intelectual, e incluso si llegó a tenerla, pero estaba dotado de una gran memoria para informar sobre cualquier publicación, reciente o antigua.

                  En la Librería Doblado adquirí muchos de los libros de texto y otros aconsejados por los catedráticos a quienes siempre consideré mis maestros, recordando con cariño sus consejos y consideraciones cuando me quejaba del elevado precio (para mi corta entonces, economía estudiantil, de un volumen concreto).

                  Si te compras el libro, te quedarás sin dinero, pero tendrás el libro. Si no lo compras, en unos días no tendrás ni el libro ni el dinero”. Sabio consejo que tantas veces he recordado al enfrentarme al precio de un libro a lo largo de mi vida.

                  D. Miguel tenía un hijo del mismo nombre. Trabajador y de pocas palabras, quien llevaba el papeleo del negocio. Siempre asido a la máquina de escribir y a carpetas con facturas pagadas o por pagar. Gozaba de poca salud, su color era enfermizo. Luego supe que padecía una diabetes de imposible curación, y de la que falleció siendo aún muy joven. También tenía una hija, cuyo nombre no recuerdo, que rara vez aparecía por la librería pues sus ocupaciones eran otras. Ella debió cerrar el negocio a la jubilación y pronta muerte de D. Miguel, en los años ochenta, o quien sabe si en los primeros noventa pasados.

                  De aquella tertulia de señores venerables y muy simpáticos todos, recuerdo a otro D. Miguel, de apellido Pintado, hermano de un canónigo de la Catedral y mayordomo del Seminario Menor de S. José, tras haber sido muchos años párroco en Mazarrón. También frecuentaban la librería y se entretenían en las tertulias los catedráticos Antonio Soler y Juan Cañavate. Entre ambos migueles intentaron convencerme para que liderara, o formara parte, de la lista que los “socialistas históricos” pensaban elaborar para concurrir a las “municipales de 1979” ya mencionadas. Luego he tenido otras “tentaciones” pero recuerdo aquella petición con ternura por haber sido la primera y por venir de tan venerables personajes, a quienes yo consideraba muy mayores y expertos políticos, con heridas de la guerra en el alma, y con la prudencia que proporciona la edad, intentando convencer a un jovenzuelo inexperto, cuya contestación reiterada fue la de “no ser la persona que ellos buscaban”, pues mi vocación era la del estudio, el silencio y la actividad en otros ámbitos profesionales.

                  La Librería Doblado, también ejercía de distribuidor, y durante muchos años fue referencia obligada para la intelectualidad murciana, rivalizando con otras como “Biblión” (en la C. “Pascual”), “González Palencia” (entonces en Saavedra Fajardo), o Jiménez (aún en activo en los soportales de la Catedral, como es sabido). De su existencia casi no queda recuerdo a pesar del relativamente poco tiempo de su cierre. Pero el barrio, las calles “Enrique Villar” y  Santa Ana, aun huelen al papel de sus libros entre el recuerdo de quienes la tuvimos casi como una habitación más de nuestra propia casa.

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