FRANCISCO SANDOVAL/ARQUITECTO
En estas líneas pretendo invitar al lector a descubrir algunos detalles que a menudo pasan desapercibidos entre nuestras calles y a apreciar un material con el que se construye desde hace milenios. Más allá de la arquitectura monumental, el centro histórico se valora porque posee esquemas parecidos que narran una historia común. Sin embargo, los materiales y la forma de construir son sustancialmente diferentes entre unos y otros. La piedra es muy valorada en la factura tradicional cuando forma sillares y ricas labras por la suntuosidad que transmite, pero la mayoría del conjunto histórico-artístico se conforma de edificios construidos con técnicas y materiales habitualmente considerados más pobres como el ladrillo y, sobre todo, la tierra.
Tras el fatídico terremoto de Marruecos acaecido en septiembre de 2023 hubo voces que apuntaron a la arquitectura de tierra como la culpable de los terribles derrumbes. Esa misma arquitectura que lleva incluso siglos en pie y que tiene ejemplos, como el Ksar de Ait Ben Haddou, con los que muchos se han maravillado. Frente a esto, ICOMOS (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios asociado a UNESCO) lanzó un comunicado en defensa de la arquitectura de tierra, puntualizando que las intervenciones incompatibles y/o la falta de mantenimiento son los desencadenantes del desastre y no la naturaleza de su construcción, puesto que igualmente sufrieron estructuras modernas de acero o de hormigón armado.
En Çatalhöyük hace 9000 años se construyeron los muros de las viviendas con tierra y desde entonces no hay período en la humanidad que no la haya utilizado. Es un material muy abundante que con diversas técnicas de puesta en obra ha llegado hasta nosotros.
En Caravaca de la Cruz, de las variantes que existen en construcción con tierra, la más abundante es la tapia, aunque también hay obras con adobe. Se trata de tierra vertida entre dos tableros (llamados tapiales) y apisonada. Con esta técnica se hizo el castillo primigenio, sus murallas y también la cerca urbana. De esta última aún podemos ver la parte que conformaba la Puerta de Santa Ana, cuya puesta en valor permite ser apreciada en el punto de información turística al inicio de la subida al castillo. Otro resto de la muralla que cercaba la villa medieval se conserva, aunque con progresivo deterioro, en un solar de la calle Puentecilla, y es nada menos que el arranque de un torreón que flanqueaba la línea defensiva. Este caso es, en mi opinión, aún más interesante, porque conserva la costra que lo protegía de la degradación y un resto de aguja de madera que nos habla del método constructivo. Este torreón es tan antiguo que cuando fue levantado Caravaca aún no custodiaba entre sus murallas a la Vera Cruz.
Dejando atrás la Edad Media, la construcción con tierra podemos atestiguarla en obras como la ermita de San Sebastián (placeta del Santo), recientemente restaurada para eliminar elementos incompatibles como el mortero de cemento que favorece la humedad en la tapia. Durante los siglos XVI y XVII se sigue utilizando la tierra para edificar el convento de Madres Carmelitas. En la primera foto se puede apreciar uno de los muros de la iglesia, realizado con tapia y reforzado con yeso en sus esquinas. Tal y como mandaba Santa Teresa de Jesús, sus austeros muros exteriores no están enlucidos ni ornamentados de ninguna forma, mostrando todos los indicadores de cómo fue construido. Este tramo de muro, 400 años después, sigue intacto.
Más adelante, la humilde ermita de Santa Elena se levantó con muros de tierra. Hoy no lo podemos apreciar en su fachada principal por los revestimientos posteriores, pero si paseamos por el callejón de Santa Elena, en la parte posterior, veremos una tapia reforzada también con yeso en sus esquinas. La vibración, naturalidad y pureza que transmite este paramento no la ofrece ningún revestimiento moderno. Se puede apreciar en la segunda fotografía de este artículo. El farol delata que se trata del centro histórico, pero bien podría ser uno de tantos muros que nuestros antepasados conservaron en los núcleos rurales.
Murallas, templos y, por supuesto, viviendas. Un elevado número de viviendas del centro histórico tienen su estructura realizada con tierra apisonada. Un ejemplo es la casa donde, según la tradición, vivió San Juan de la Cruz. El espesor y la naturaleza del material son los que originan el buen aislamiento que proporcionan estas casas, no solo térmico, sino también acústico. En ese sentido, la diferencia es notoria respecto a las delgadas paredes de muchos edificios de la segunda mitad del siglo XX donde usted es partícipe de la vida de su vecino (y él de la suya).
Por todo esto, la construcción con tierra es una técnica que favorece un desarrollo sostenible, es respetuosa con el medio ambiente y se incorpora cada vez más a proyectos de vanguardia con unas necesidades muy específicas: habitar cómodamente y con muy baja huella de carbono. Así, la tierra no solo está presente en obras de restauración sino cada vez más en autopromoción, y en muchos lugares está viviendo un renacer que probablemente vuelva a dar cobijo a generaciones venideras.
