DAVID LÓPEZ
Si Evan Glodell, director, guionista y actor de “Bellflower”, y también primer largo de su carrera (anteriormente codirigió un corto llamado “La fome a L’Amour”, que también protagonizó), se las gasta de esta forma tan destructivamente apocalíptica, habrá entonces que apostar por un futuro esperanzador donde creador por un lado, y espectador por otro, caminen la mar de contentos hacia un destino quemado por la grasa retestinada de una vidas al borde del caos.
La película sigue la odisea de dos amigos que dedican su tiempo a construir lanzallamas y otras armas con la esperanza de que se produzca un apocalipsis global que despeje el camino de su banda imaginaria, Mother Medusa, para asumir el dominio de la humanidad. Mientras aguardan el comienzo de la destrucción, uno de ellos conoce a una joven carismática de la que se enamora rápidamente. Tras un intento de integración en el grupo, la pareja huye en un viaje de traición, amor, odio y violencia extrema, más devastador que cualquier fantasía apocalíptica.
Un producto de muy bajo coste con unos resultados –cinematográficamente hablando- altamente notables. Bellflower no es sólo apocalíptica, es a su vez abrasiva, creadora de sueños y de falsas esperanzas también. Unos personajes haciendo papelones. Exquisitos en cada momento y, una música perfectamente ordenada y coordinada para que las llamas que veremos al final de nuestras vidas, tengan su mejor despedida.
Una joyita escondida entre un mar lleno de títulos, muchos, absurdos, intragables y nada beneficiosos para la cinefilia que no se conforma – y no quiere- vivir sólo del mainstream.