Pascual García | [email protected]
En navidad el pavo y el arroz son un clásico, pero juntos constituyen el plato ideal de los días principales, jamás hubiese pensado que escribiría esto porque de niño apenas si me gustaba la carne y el arroz, pero como cantaba Pablo Milanés, nos vamos haciendo viejos y el amor no lo reflejo como ayer, o algo parecido, ahora como, digo y hago cosas que no habría hecho nunca y las comprendo de nuevo, como las viejas lecciones que no estudiamos bien o que no nos las explicaron en su día, no nos gustaban las espinacas o el pescado o los sesos y de repente nos entra el fervor por algunos de esos alimentos, pues bien, el arroz con pavo ha sido una de esas comidas, cuyo sabor prácticamente había olvidado y que hoy he vuelto a recordar de manos de mi mujer, reconozco que he recuperado la alegría de su sabor y el sentido completo de su presencia en la mesa los días de la navidad.
La suavidad de la carne de ave junto al cereal, el sofrito con aceite de oliva y la luz propia de estas fechas elegidas del invierno me ha traído los viejos recuerdos de antaño pero con el sabor propio de la sabiduría culinaria de mi mujer y se ha obrado el milagro, he descubierto el pasadizo hasta una comida cualquiera de una navidad de mi infancia, con mis padres, mis abuelos y el resto de mi familia a la mesa del comedor, y digo todo esto para no escribir que el arroz con pavo estaba exquisito, como no lo había estado nunca, quizás porque regresar a la niñez tiene este prodigio, el poder de descubrir los sabores que por aquel entonces no supimos o no supe apreciar bien porque en aquellos días solo era un crío con dengues y no me gustaban todas las comidas, por supuesto, y no entendía casi ningún rito que no fuera el juego y la holganza cotidiana, de hecho esta reflexión habría sido imposible y sin reflexión no cabe placer ninguno, pero estoy contento de haber recobrado algún sabor perdido, de no haber extraviado del todo el júbilo dominical y festivo de aquellos monumentales arroces con pavo que cocinaban mis padres y a los que dedicaban la mañana entera, era la fiesta y estábamos juntos y, como tantas veces dijo mi padre, en los días de fiesta solo se puede comer arroz, con pavo o con conejo o con pollo, pero el arroz de siempre.
Ahora lo he entendido del todo, después de varias décadas de soportar la tabarra familiar de los domingos y las fiestas, mientras mi padre se iba al corral a elegir un pollo o un conejo y a matarlo, mi madre preparaba el fuego, y con ayuda de mi abuela desplumaba el ave o despojaba de la piel al animal y los primos jugábamos por la casa porque lucía un sol maravilloso de diciembre o de enero, éramos felices y no lo sabíamos todavía, por supuesto.