Ya en la calle el nº 1041

A manera de pregón del Año Jubilar 2024

La “Luz Jubilar” cumple una vez más su misión simbólica de guiar al peregrino y también señalar el lugar donde la puerta está abierta para la obtención de la reconciliación a lo largo de todo un año de gracia

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de Caravaca y de la Región de Murcia

Mientras miles de voluntades, desde la rosa de los vientos hispana, de Europa y desde las tierras de ultramar, miran a Caravaca, y otros tantos miles de personas dirigen sus intenciones hacia el cerro donde se ubica un castillo roquero en el Sureste de la Península Ibérica. Cuando el S. XXI ha cumplido su mayoría de edad, y la humanidad entera se encuentra en la plenitud de los tiempos, una luz se enciende sobre las almenas desdentadas de una fortaleza medieval sobre la que pesan los siglos y fluyen los vientos. Esa luz, conocida por las gentes como la “Luz Jubilar”, indica al peregrino que la avista, de día o de noche, que en ese lugar hay una puerta abierta en la casa común, donde se acoge a quienes, sin importar color ni raza, se dirigen a postrarse al pie de la Cruz de Cristo esperando la obtención del perdón  de sus culpas durante el período de la “Gran Perdonanza” que la Iglesia Católica, madre y maestra, concede a los hombres y mujeres de nuestro tiempo que hasta allí se dirigen a la búsqueda de la Generosidad Divina.

                  A seis años a media luz, sigue el que con luz propia brilla y alumbra el calendario del tiempo. Seis inviernos han dado paso a otras seis primaveras; y éstas a otros tantos veranos y otoños a lo largo de los cuales la humanidad ha madurado para estar a punto de obtener la gracia de un período jubilar en el que los corazones latirán con fuerza y el alma se alegrará por la llegada de un tiempo nuevo. Un tiempo de perdón durante el cual, enfrentado cada cual, a su propia conciencia, y en las debidas condiciones que prescribe la Iglesia, la Humanidad recuperará de nuevo la ilusión necesaria para proseguir el camino de la vida, con la mirada y el espíritu limpios a lo largo del trecho aún por recorrer hasta el encuentro definitivo con el buen Dios, cuando Él así lo disponga.

                  La “Luz Jubilar” cumple una vez más su misión simbólica de guiar al peregrino y también señalar el lugar donde la puerta está abierta para la obtención de la reconciliación a lo largo de todo un año de gracia. Pero también esa luz es hoguera virtual donde se queman las culpas y comportamientos inadecuados contra Dios y también entre los hermanos. La hoguera no se apaga a lo largo de todo el período jubilar. Siempre está encendida para el peregrino que necesite de su ardor para que su culpa se consuma allí mismo y, envuelta en oraciones, obtenga de la Divinidad la paz que su espíritu busca.

                  Al castillo roquero, al que la Historia convirtió en templo donde el mismo Dios decidió la conservación de parte de la Cruz donde murió el Redentor, ya miran gentes de todas partes, desde donde parten caminos que conducen al pie de esa Cruz. Y es que todos los caminos conducen a Caravaca guiados por la llama que, como zarza ardiente o Estrella de Belén, indica al peregrino donde se encuentra el lugar de lugares, el sitio por excelencia, la Casa de Dios. Por todos esos caminos circulan ya multitudes al encuentro con la Generosidad Divina que se manifiesta al pie de la Cruz.

                  Las multitudes, con la mirada puesta en la fortaleza medieval convertida en templo por voluntad celestial, buscan antes el abrazo con los hermanos llegados hasta aquí siguiendo otras rutas de peregrinación. Antes de iniciarse el ascenso a la “Domus Dómini” por el último tramo del camino, el peregrino, individualmente o en grupo, se detiene en el templo mayor, dedicado al Señor San Salvador, que los caravaqueños dibujaron a lo largo del S. XVI en el espacio de la Caravaca de nuestros antepasados. Allí, bajo las bóvedas renacentistas que a lo largo de los siglos han acogido peregrinos llegados de aquí y de allá, desde el Septentrión al Meridión, y desde el Saliente al Ocaso, reciben todos juntos, sin distinción de sexo o procedencia, la bendición del sacerdote que saluda y anima a los allí presentes, a llevar a cabo el ultimo esfuerzo del camino, por las empinadas y sinuosas cuestas que conducen al templo santo de Dios donde, en relicario de piedra, aguarda el no menos santo Leño donde dio su vida el propio Cristo al final de su vida terrena.

                  Ese último tramo del camino es alegre. Ya han quedado atrás las posibles penurias del viaje. El paso por las últimas cuestas, a veces rezando o cantando, tiene lugar bajo el repicar de las campanas a lo largo del barrio medieval, cuyas angostas calles han sentido durante siglos la pisada cansina, aunque ilusionada del peregrino o turista, ante la inminente cercanía del final del trayecto.

                  La lonja del castillo se convierte entonces en gran nave del templo donde se erige la Casa de Dios. Su aspecto exterior sorprende y prepara el espíritu para el deseado encuentro con la Vera Cruz que, en manos del sacerdote y anunciada por campana sonora, se hace presente mientras el silencio se puede tocar y todas las miradas se concentran en un único punto. El ansiado punto donde brilla, con luz propia, la Señal del Cristiano: la Santísima Cruz.

                  El peregrino reconoce en esos momentos la grandeza de Dios y la pequeñez de su persona. Por fin ha alcanzado la meta, y en este entorno sagrado reconoce que haber llegado hasta aquí ha merecido la pena. Ya no se siente el cansancio, desaparece el peso físico del equipaje, y si se han cumplido las premisas jubilares, también desaparece el peso interior de nuestras flaquezas. Cuerpo y alma en paz al pie de la Cruz siente el peregrino durante la celebración eucarística, a cielo abierto o en el interior del templo, con frío o calor en el cuerpo, pero con el bienestar interior que el encuentro con la Cruz proporciona.

                  Luego llegara el momento del beso de agradecimiento que pone tibio el relicario que la piedad popular, a lo largo de los siglos, ha enriquecido con piedras preciosas que no son sino lágrimas petrificadas de tantos que han llegado hasta aquí como en ese momento lo hacemos cualquiera de nosotros., dejando consumir sus culpas en la “hoguera jubilar”.

                  Nada hay más sublime que el encuentro con la Cruz de Cristo una vez despojados del peso de nuestras culpas, vertidas en el confesionario al que uno se acerca en busca de la reconciliación. Compruébalo, peregrino, como yo mismo lo he comprobado tantas veces tiempo atrás, y nunca olvidarás aquella vez que, en Caravaca, al pie de la Cruz, obtuviste el perdón y la libertad de conciencia.

                  La jornada de peregrinación da aún para mucho. Para disfrutar del tejido monumental que las gentes del lugar hemos ido forjando a lo largo de los siglos a la sombra de la Cruz. De las calles tortuosas y empinadas de una ciudad milenaria que durante siglos fue frontera con el Islam y se fue configurando lentamente dentro y fuera de la muralla que definitivamente se abrió en el S. XVI lejos ya en el tiempo el peligro musulmán tantos años al acecho. De la adquisición de recuerdos con que obsequiar a quienes aguardan vuestro regreso, ansiosos de conocer vuestra experiencia jubilar. De la gastronomía propia de las tierras altas del interior de la Región de Murcia. Del clima y del contacto con las gentes, siempre hospitalarias con el peregrino, con el que está acostumbrada a convivir. Y en el momento del adiós dirige tu mirada al Castillo y a su templo, intramuros del mismo, en el que sigue brillando la “Luz Jubilar”. Los de aquí siempre hemos rezado la oración del “Credo” al avistar o despedir en el horizonte la “Ciudad Santa”. Y cuando llegues a tu destino cuenta a quienes aguardan tu regreso las experiencias interiores y exteriores vividas al pie de la Cruz. Si decides volver, los caravaqueños te recordaremos como el hermano que sentiste otrora el doble abrazo con el que los de esta tierra acogemos a los de fuera, y comprobarás como se quiere aquí, al hermano cuando es forastero.

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