Ya en la calle el nº 1041

12, 13 y 14 de Diciembre de 1674: Visita de don Gaspar de Haro y Guzmán para adorar la Stma. y Vera Cruz

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Francisco Fernández García/Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz

Desde muy antiguo ha sido costumbre que cuando alguna personalidad viaja a Caravaca haga una visita a la capilla de la Vera Cruz y la adore; en esta ocasión vamos a relatar la que realizó don Gaspar de Haro y Guzmán en el año 1674, una de las más curiosas por lo problemática que resultó ser. La noticia de esta visita aparece recogida en el libro de Marín de Espinosa, aunque se equivoca en la fecha ya que la sitúa en 1670, y fue objeto de un detallado artículo publicado por Gregorio Sánchez Romero en la Revista de las Fiestas de 1997. En el Archivo Municipal se conserva toda la documentación sobre la misma, siguiendo la cual vamos a relatar lo que realmente sucedió.

Para quien no lo conozca, habrá que decir que don Gaspar de Haro y Guzmán fue uno de los personajes mas importantes de su época en España, era hijo de don Luís de Haro, primer ministro de Felipe IV, y sobrino del Conde Duque de Olivares. En el momento de su visita a Caravaca ostentaba los títulos de Marqués del Carpio, de Eliche y de Olivares, Conde de Morente y Duque de Olivares y de Montoro, además de Gentilhombre de la Cámara del Rey, Montero Mayor y Alcalde de los Reales Bosques de El Pardo, Valsain y Zarzuela. Como no tuvo hijos varones, la mayor parte de sus títulos pasaron a su hija Catalina y posteriormente a la Casa de Alba, ya que esta se casó con el X Duque de Alba. Se dedicó a la diplomacia y a la política, y fue embajador en Roma desde 1671 y posteriormente Virrey de Nápoles desde 1682 y Consejero de Estado; fue también un apasionado bibliófilo y un gran coleccionista de arte, siendo el primer propietario del célebre cuadro de Velázquez “La Venus del Espejo”.

El 11 de septiembre de 1674 desde Cieza don Gaspar de Haro escribió una carta al concejo de Caravaca comunicando su deseo de viajar hasta aquí para “adorar esa Sagrada Reliquia”; tres meses después, el 9 de diciembre, se anunció su inminente llegada por lo que el ayuntamiento comisionó a dos regidores para que lo recibieran, le dieran la bienvenida “y hagan lo demas que combenga”. El día 12, en la habitual reunión de los miembros del concejo, el alcalde mayor expuso que el marqués había solicitado licencia para que se abriera el viril del relicario y poder “tocar inmediatamente a la madera algunas cruzes”. El término viril, derivado de vidrio, alude a las piezas de cristal transparente utilizadas en los relicarios para aislar el objeto de culto del contacto directo de los fieles permitiendo su visión. Esta petición dio lugar a una acalorada discusión entre los regidores, ya que había algunos partidarios de conceder el permiso y otros contrarios al mismo. Entre estos últimos estaba don Francisco Escagedo, quien argumentó su oposición en que cada vez que se realizaba esta operación se ocasionaba un gran daño al lignum crucis, por lo que pensaba que no debería volver a abrirse nunca, siendo conveniente que se solicitara al Rey que expidiese una Cédula Real que lo impidiera, opinión que fue secundada por don Pedro Sánchez y don Francisco Ximénez.

A continuación tomó la palabra don Francisco Díez Martínez de Robles, también contrario a la apertura, que intentó convencer al resto de los asistentes recordando la visita realizada en 1642 por el capitán de coraceros don Nicolás de Resta en la que sustrajo un pequeño fragmento cortándolo con un cuchillo, muriendo ahogado en una rambla esa misma noche como consecuencia de una gran tormenta. A raíz de este hecho se fabricó un nuevo engaste de oro “de manera que no se pudieran quitar los viriles sin desclauarla”, pero se había vuelto a abrir en varias ocasiones observándose siempre lo carcomida que estaba la madera llegando a desprenderse pequeños fragmentos, pudiéndose comprobar mirando a través de los viriles y también la última vez que se abrió con motivo de la visita del obispo de Málaga; por todo lo cual se oponía apoyando la propuesta de solicitar la referida Cédula Real.

También hubo un grupo de regidores, encabezado por don Ignacio de Ortega, favorables a retirar el viril atendiendo a que el peticionario era “vn principe de los mayores de España” y “que su deuocion le trae a solo adorar esta Santa Reliquia”, pero la mayoría fue de la opinión contraria. La decisión final tenía que tomarla el alcalde mayor cargo que ocupaba en aquel momento de manera accidental don Antonio de Robles puesto que el titular don Francisco Calderón se encontraba enfermo, ya que la opinión de los regidores no era vinculante. Antes de decidirse pidió al escribano que en un plazo máximo de 8 horas y bajo pena de 50 ducados le notificase las últimas veces que se habían abierto los viriles, resultando de dicha información tres ocasiones: el 11 de abril de 1650 por orden de la reina, el 4 de noviembre de 1656 para su adoración por la Marquesa de los Vélez y el 4 de mayo de 1659 con motivo de la visita del Marqués de los Vélez.

El día 13 volvió nuevamente a reunirse el ayuntamiento comunicando el alcalde mayor su decisión de que se retirara un viril del relicario “por la parte mas comoda”, encargando esta operación al platero Pedro Iturre. Posteriormente se notificó la decisión al alcaide del castillo y al vicario para que entregasen las llaves que tenían en su poder para poder acceder a la Cruz, ya que en esa época se guardaba bajo tres llaves, una guardada por el ayuntamiento, otra por el vicario y la tercera por el alcaide del castillo. El vicario accedió y entregó la suya, pero el alcaide, que no era otro que el regidor don Francisco Díez Martínez de Robles, se opuso cerrando además a cal y canto las puertas del castillo. Inmediatamente conocido esto, el alcalde mayor ordenó la detención del alcaide y su traslado a las salas capitulares vigilado por 4 guardias hasta que cambiara de opinión. Pero el alcaide no rectificó, redactando un memorial en el que explicaba su postura justificándola en que la mayoría de los regidores eran partidarios de que no se quitase el viril, por lo que se ordenó su inmediato traslado a la cárcel colocándolo “en el cepo con dos pares de grillos”, y requiriéndole una vez mas la entrega de la llave. Como seguía en las mismas, a medio día se informó de la situación al alcalde mayor titular, quien a pesar de su enfermedad se levantó de la cama y se dirigió a la cárcel, observando al entrar en ella que no se habían cumplido las ordenes de su sustituto ya que el cepo estaba abierto y el preso sin los grilletes puestos. Como seguía negándose a entregar la llave, exigió el cumplimiento del castigo llevándose el mismo las llaves del cepo y del calabozo para que no pudieran quitarlo ni sacarlo de él.

La noticia de lo que estaba sucediendo llegó al propio marqués, que recibió asimismo los ruegos del superior de los carmelitas y del rector de los jesuitas para que mediase en la liberación del alcaide, sugiriéndole de que de este modo podría hacerle cambiar de opinión y conseguir la entrega de la llave. Convencido de ello, el marqués envió al ayuntamiento a su secretario solicitando la liberación del alcaide, a lo que accedió el alcalde mayor, entregando las llaves del calabozo al secretario del marqués, quien a las 4 de la tarde se dirigió a la cárcel y liberó al preso. Sin embargo este continuó sin querer entregar la llave, lo que enfadó enormemente al marqués que llegó incluso a amenazar con hacerle perder la vida.

A las 7 de la tarde, el rector de los jesuitas informó al alcaide del enfado del marqués y del riesgo que corría su vida, ante lo cual por fin consintió en la entrega con la condición de que solo la haría al antiguo alcaide, don Diego Ladrón de Guevara.

La ceremonia de apertura del viril se realizó finalmente sin incidentes en la mañana del 14 de diciembre en la iglesia de Santa María, donde recibía culto la Cruz mientras se construía el actual santuario, asistiendo a ella las principales autoridades civiles y religiosas encabezadas por el alcalde mayor don Francisco Calderón y el vicario don Juan González. Cuando se retiró el viril se pudo comprobar que la Cruz no estaba tan deteriorada como algunos decían ya que “se reconocio fixa y sin el detrimento que se a referido y la adoro Su Excelencia y se tocaron muchas Cruzes ynmediatamente concurriendo muchas personas”. Concluido el acto, el marqués entregó 100 ducados de limosna y emprendió viaje hacia la corte, concluyendo así este singular e insólito suceso.

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