El paisaje de buena parte del territorio de la región de Murcia está moteado de atochas de esparto. A través de la historia, junto con el cáñamo, ha sido la planta más extendida en nuestras comarcas con la finalidad de obtener fibra. Basta adentrarse en las carreteras que unen Caravaca y Cehegín con Lorca y Águilas, para comprobar el predominio de las cepas de esparto en los cerros, los que no están dedicados a labores de otros cultivos.
Al menos desde el Neolítico ha sido usado el esparto para multitud de funciones, indispensable durante más de siete mil años para todo lo que tenía que ver con la cordelería, la navegación, los recipientes, y hasta con la vestimenta. Con la irrupción del plástico en la segunda mitad del siglo XX, el uso fue decayendo hasta quedar entre sus funciones la meramente decorativa. El museo del esparto, en Cieza, es una joya didáctica digna de ser visitada. También en Mula, en el museo de El Cigarralejo, nos hacemos una idea de lo que significó el esparto en las sociedades agrícolas prerromanas.
Los romanos llamaron Campus spartaria a la zona de influencia de Carthago Nova, pues era el esparto, sin duda, de los bienes más preciados que Roma aprovechaba en este territorio, junto con la lana y los metales.
En el imperio bizantino, desde aproximadamente mediados del s. VI hasta el 622 d. C., la amplia zona influenciada por lo que era la actual Cartagena recibió el nombre de Carthago Spartaria, denominación que presupone la importancia que las legiones romanas otorgaron a los atochales de esparto.
¿Se puede construir poesía a partir del esparto? Me maravillo a menudo de esta planta tenaz —uno de los nombres específicos de sus variedades se denomina tenacissima—, quedo absorto al evidenciar la capacidad de aguante a través de los siglos; me fascina su vocación a permanecer en el mismo suelo, salobre y poco fértil casi siempre, a pesar de los embates del tiempo que moldean el paisaje. Me maravillan las varetas inhiestas que albergan esos tropeles de flores diminutas rodeadas de pelos hirsutos.
SOY COMO EL ESPARTO
El aire que respiro es el mismo aire
que respiran todos los seres,
el soplo de la vida invade los ángulos
hasta el infinito
los nutre y doma las aristas
para que se alcen las hierbas
y aclamen.
Soy como el esparto,
patilargo y humilde,
que crece con apenas unas pocas lágrimas
del cielo.
Me adapto como su hoja estilizada,
tejo esteras
urdo baleos
entrelazo los embates de los días
y los convierto enseguida
en capachos de sueños,
en canastos y serones que albergan
la retahíla del afecto aprendido.
Vivo también como el esparto
en la montaña de la adversidad tosca
y apelmazada,
en la agrietada tierra salobre
que aguanta sin agua
y espera.
Pero pronto enraízo como el esparto
en cuanto me ofrecen lloros de lluvia
o besos
aliñados con guiños y sonrisas.
Clavo entonces los pies
y desafío a la tierra,
doblego su rigidez
y brindo mimos a su aspereza
(la tierra en la que habito no da sueldo
a los zahoríes).
No me impresionan los redobles de tambores
que escucho
no me intimidan los toques de corneta
que anuncian
las batallas en las que fui vencido,
más gloriosas son las salvas lanzadas
para festejar el tiempo que he permanecido.
Sí, mantengo mis raíces en el mismo suelo
agostado que pisaron aquellas milicias
de Carthago Spartaria,
permanezco en la misma tierra afanosa
en la que hilaron el amor
las mujeres de Asso y de Begastri.
Atendedme aquellos que os derrumbáis
ante el dolor del mundo,
mirad cómo doblego el infortunio
milenario
y lo transformo en poesía.
Soy como el esparto, patilargo y humilde,
y respiro el mismo aire,
el de tu hálito amanecido entre la hierba.