El concepto ‘poesía’ está relacionado tanto con la belleza como con la creatividad. La Real Academia Española de la lengua (RAE) señala que la poesía es la manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa. Lo poético puede incluso no escribirse, pero la poesía ha de ir arbolada y consigue su mayor expresión a través del componente de oralidad que le es propio.
El poeta es un ser sensible que captura la realidad y la trasciende, utiliza para ello tanto su percepción como los recursos estéticos que elige para optimizar la realidad que observa. El resultado es una realidad magnificada y animada (de animus=alma) que sugiere bastante más que lo que en sí acontece a secas. En el caso de la poesía escrita, esos recursos se materializan mediante el uso del lenguaje, de la elección del vocabulario. Que coexistan métrica y rima o no, es cuestión de gustos y de idoneidad. La poesía es la expresión bella de las cosas. Tampoco se entiende la poesía si no genera emociones. ‘El poema es la emoción que produce’, decía Jorge Luis Borges.
A menudo se confunde poesía con rima o con pareados, señalamos como composición poética cualquier manojo de renglones cortos cuyo logro consista tan solo en que las terminaciones coincidan en las dos o tres últimas sílabas, por decirlo de manera simple, aunque lo que exprese el ripio no pueda catalogarse siquiera de bello.
Etimológicamente, la palabra poesía viene del griego ‘poiesis’, que significa crear. La poesía es la expresión —o creación— bella de las cosas. Aceptamos aquí sentimiento como cosa.
Esta sección pretende acercar la poesía a los lectores del semanario El Noroeste. En nuestras comarcas nos albergamos poetas de sensibilidad diversa que tenemos un denominador común: la búsqueda de la belleza por medio de la palabra. Algunos podremos asomarnos a este ventanal literario de Poesía en territorio.
Para leer este poema, invito al lector a evocar el paraje de Las Fuentes del Marqués, en Caravaca de la Cruz, en la hora de Vísperas, al atardecer, esperando la noche.
HABLÉ CON LA LUNA
El paseo me llevó a un rincón del bosque
donde la palabra era ausente,
donde no había palabra
aunque sí lenguaje.
(En mi trance cotidiano, investido de aromas y esencias,
escuché las diferentes lenguas).
Me habló el chorrillo de agua del manantial
que se abría paso entre el ramaje.
Me habló el picoteo insistente
de algunos pájaros
que husmeaban larvas en los troncos cansinos
de los álamos
los álamos alineados que señalan el camino.
Me habló el enfado de las ardillas
que trajinaban con descaro
de un árbol hasta otro
volando sus colas entre los pinos.
Me habló el mecido de las hojas
casi en vuelo
que se impregnaban de brisa suave
y se batían en duelo obstinado
con la inercia de besar el suelo.
Me hablaron los mirlos desgastando su canto
en medio del follaje
al tiempo que exhalaban belleza
en el paisaje.
Sentí también el hálito de la vida que paseaba
entre las sombras transparentes
que el atardecer dibujó en mi ánimo serenado.
El paseo me llevó a un rincón del bosque
donde se hizo la palabra presente
ordenando silencio sobre silencio,
quietud sobre quietud,
sigilos que solo a la poesía pertenecen.
Hablé con la luna historias de plata
y conté cuentos a la oscuridad preparada:
sosiego y paz en plenitud
que mi alma enternecen.
Todo silencio
sin derroche
nada se mueve.
Ya saluda la noche