Ya en la calle el nº 1042

Pobres

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

PASCUAL GARCÍA/FRANCISCA FE MONTOYA

Tal vez salgamos de la crisis por la puerta falsa, sobre todo por las ganas que tenemos de no ser pobres, de no pertenecer de nuevo al ámbito de los indigentes y más necesitados, que es y ha sido siempre un lugar vergonzante y despreciable a pesar de la famosa afirmación bíblica.

PASCUAL GARCÍA/FRANCISCA FE MONTOYA

PobresTal vez salgamos de la crisis por la puerta falsa, sobre todo por las ganas que tenemos de no ser pobres, de no pertenecer de nuevo al ámbito de los indigentes y más necesitados, que es y ha sido siempre un lugar vergonzante y despreciable a pesar de la famosa afirmación bíblica.
Nos han prometido siempre el galardón eterno si sufríamos un poco en esta parte de la vida pero o no hemos acabado nunca de creérnoslo o, como los críos, necesitamos desesperadamente abrir el regalo lo antes posible, conseguir el premio que creemos merecer.
Esperar nunca ha sido plato de buen gusto, pese a que vivimos de la esperanza y a que eso es, en el fondo, lo que hacemos en este mundo. Sabemos que se nos debe algo y aquí andamos aguardando el instante en que nos abonen la deuda, un día y otro, mientras miramos el correo, husmeamos cada guasap y abrimos impacientes el buzón de nuestra casa cada día.
Pobres es un término rotundo y absoluto que casi nadie está dispuesto a aplicarse, porque pobre siempre es el otro, el pordiosero que nos encontramos en la calle y que extiende su mano hacia nosotros y nos pide una ayuda cualquiera o los que llenan la pantalla de la tele cada día huyendo de las muchas guerras y ocupando los muchos campos de refugiados, los que mueren atravesando el mar que los separa del sueño de una riqueza imaginaria.
Pobre es cualquiera menos nosotros, sobre todo porque la pobreza nos ha avergonzado siempre, nos coloca en un lugar de exclusión humillante en el que nadie desea estar, como si nos hubiesen encerrado en una cárcel alejada del mundo y estuviésemos marcados para siempre.
Para nosotros pobre es el que no encuentra alimento a la hora de la comida o no posee ropa para cubrirse o una casa digna donde protegerse cada día y cada noche, el que no puede pagar la electricidad, el agua o la peluquería, el que no llega a fin de mes aunque le ampara el derecho de alimentar a los suyos y ha adquirido la obligación de llevar a su familia hacia adelante. Nos gustan esos casos extremos porque nunca nos vemos reflejados en ellos, y podemos compararnos y salir bien parados y seguir adelante sin mirar a los que vienen a nuestra espalda recogiendo lo que nosotros vamos tirando.
Muy poca gente tiene el valor de pararse y proclamar sin pudor que es pobre porque no pertenece al mundo de los poderosos, de los que les sobra el dinero y pueden permitirse lujos con cierta frecuencia. Acaso porque nos engañamos, como lo hacemos en tantas otras cosas, para seguir viviendo y soportar el tránsito doloroso y gris de los días.
Mi madre, en cambio, pequeña y en apariencia frágil, poseía un vigor interior, que quizás había heredado de mi abuelo Cristóbal junto con un sentido ético y una honradez consigo misma y con los suyos, fuera de lo común.
Por eso, cuando era muy pequeño y, en una ocasión, le dije con alivio que nosotros no éramos pobres, no dudó ni un instante en contradecirme y en colocarme en mi sitio, en bajarme a la tierra y ayudarme a tomar conciencia de la clase a la que pertenecía. Con ella no valían paños calientes; uno era lo que era y punto. Luego estaba el trabajo, el esfuerzo, el tesón y un futuro para prosperar y para ser alguien en la vida.
Estas cosas por aquellos años y en mi familia no tenían vuelta de hoja, porque eran elementales y no las poníamos en duda. Había que levantarse cada día, doblar el espinazo y echar la jornada; había que abstenerse de lujos y de otros gastos superfluos.
Y acatar con arrojo y templanza que éramos pobres y que no pasaba nada.

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