Ya en la calle el nº 1042

Memoria de papel

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

Añade aquí tu texto de cabecera

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Memoria de papel
Memoria de papel

Llegabas a casa y estaba ahí, en el mueble del recibidor, esperándote: el sobre había recorrido el mapa que separaba dos direcciones demasiado lejanas. En su cubierta se acariciaba tu nombre, la calle y su número, el pueblo de tus padres que sigue siendo el tuyo, un código postal junto a un país que te regala una lengua y una forma de entender la vida. Del lado del remitente existía aquel otro lugar, aquel otro nombre, aquel otro destino desde del que llegaban noticias. El sello con su matasellos atestiguaba que unas manos habían pesado aquellos papeles, con textura, color y, acaso, olor. Dentro se plegaba un folio, una servilleta, una nota, una tarjeta. Emergían rasgos escritos que eran palabras, ideas, mensajes que volaban sin importar ni el tiempo ni el espacio, y quedaban fijados en la cartografía de la memoria. Cuando fui joven, porque una vez lo fui, esperaba con expectación el acontecimiento de la carta manuscrita. Y es que el papel permanece: tiene una corporeidad que nos permite aferrarnos al objeto, tiene una vida que podemos constatar en la mancha de café, en la velocidad de la letra, en el trazo decidido.

Siempre preferí los libros en papel, y soy fiel coleccionista de ejemplares de segunda mano: me fascina encontrar un billete de tren, una entrada a un museo, una postal con una dedicatoria, y dedicar el resto del día a fantasear con esa otra persona que habitó sus días entre las páginas de ese volumen que, ahora, ha llegado hasta mí. Y es que, los libros, como las personas, tienen una vida.

Sin embargo hoy, que somos ultramodernos, tenemos la biblioteca de Babel al alcance de un clic, podemos llevar las obras completas de todos los escritores conocidos y desconocidos en un dispositivo que no pesa más de unos gramos. En un ebook no mancho de mermelada (como decía el gran Umberto Eco) el ejemplar de Proust En busca del tiempo perdido. Nuestro mundo hace que andemos fascinados por todo aquello que no ofrece resistencia, que persigamos lo fácil, lo que apenas pesa, lo que es suave y delgado, lo que no nos ocupa tiempo. El libro físico que ordenamos meticulosamente en la biblioteca se convierte en un archivo digital (invisible) en la nube (sin coordenadas geográficas); lo que antes podías tocar, manchar, subrayar y anotar se resalta en la pantalla digital pasando suavemente un dedo por encima y anotando cualquier aspecto al que nunca regresarás, porque la recurrencia de lo digital no es, en absoluto, eso: recurrente. ¿Dónde están las fotos digitales? Tenemos miles de ellas y no tenemos ninguna. Pero el álbum, aquel que fuimos confeccionando con las imágenes que tomábamos con la cámara, a ese sí volvemos. Y es que, como ocurre con las cartas manuscritas, con las fotos, los libros también tienen una geografía: de dónde vienen, a dónde van, quiénes los leen, qué marcas han dejado en sus subrayados o en las páginas dobladas, cómo los colocamos en la estantería, cuándo y por qué volvemos a rescatarlos… Porque sabemos que están ahí. Cuando todo es etéreo porque habita en el limbo de una nube, cuando no hay arquitectura física, perdemos los anclajes sobre los que revisitar la bibliografía que nos nombra.

Memoria de papel

Fragmento de la obra “McQueen”. Acrílico sobre lienzo. (2013). Autor: GALVA (Pedro Antonio Galindo Valero)

Estos días estoy dando cursos a profesores de distintos centros de la región sobre comprensión lectora, y siempre surge la misma polémica cuando hablamos de lectura digital: “si no hubiésemos avanzado, seguiríamos escribiendo sobre tablillas sumerias”. Y no seré yo quien reniegue de la tecnología (o no del todo), pero cuando hablamos de lectura y escritura el tema es muy serio, mucho más si detrás de la pantalla están los niños. Cuidado.

Está científicamente probado que no se activan las mismas regiones cerebrales cuando escribimos a mano que cuando lo hacemos pasando los dedos sobre un teclado, sabemos que la exposición a las pantallas impide que se formen procesos cognitivos más lentos encargados de generar la lectura profunda, el pensamiento crítico, la reflexión, la empatía. La evidencia científica es amplia: L. Salmerón, M. Wolf, N. Carr, S. Dehaene… Cuando leemos en digital lo hacemos, generalmente, en vertical y a un ritmo veloz. Hacemos una lectura “a saltos”, como si fuésemos ranas que saltan sobre las palabras clave (las más importantes) para asignar un sentido global (macroestructura) al texto. Cuando lo hacemos sobre papel el tempo es lento, leemos en horizontal y asignamos un sentido profundo a aquello que tenemos entre manos. Cuando hemos filtrado la información, la retenemos en la memoria. Y este es el aspecto más importante de todos: solo aquello que hemos almacenado como parte de nuestro conocimiento del mundo podrá ser activado en ocasiones futuras para generar una forma de empatía compasiva. Reconoceremos modelos de comportamiento que no hemos vivido en primera persona, y seremos capaces de acercarnos más a la piel de quienes no piensan como nosotros. Esto no ocurre cuando leemos sobre una pantalla.

Ya lo advertía el gran Joan Margarit en su poema “No tires las cartas de amor”, ellas “serán tu última literatura”. No dejes que la ligereza de la pantalla fluorescente nuble la verdad que se esconde en el trazo de la palabra escrita, en el peso del libro que haces tuyo. No tires los libros de papel: en ellos está la memoria de lo que eres.

¡Suscríbete!

Recibe cada viernes las noticias más destacadas de la semana

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.