Ya en la calle el nº 1041

La vida es un mar de túnicas

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

AÑOS FUGITIVOS

Pascual García ([email protected])

FOTOGRAFÍA: Jesús Rodríguez

Todo es raro y heterodoxo en la Semana Santa de Moratalla, todo es único y exclusivo, inolvidable y difícil, mágico y valioso, todo es  diferente, surgido de otro mundo e irreconocible, peculiar e inimitable como lo es, al fin, este pueblo en cualquier fecha, porque se trata al cabo de un enclave mágico que muy pocos sabrán  apreciar en su justa medida, que muy pocos logran, en efecto, darle su verdadero valor; si venimos en esas fechas hallaremos en sus plazas y callejas un mar de túnicas hechas de jirones de colores en los días de primavera, figuras espectrales que recorren sus calles tocando el tambor con ahínco, un tambor bronco y templado en el cielo con dos porras de madera que destellan sonidos metálicos y espasmos de una primavera violenta acostumbrada a que muchos viernes santos descargue agua y fuego del cielo, porque en este pueblo todo suele ser único, feroz y desatado y la primavera no podía ser menos.

Tiembla el oro de la mañana de Jueves Santo en el aire frío de marzo, el sol vibra en la ventana al compás del toque de los primeros tambores que han pisado la calle presurosos y remotos, no hay una hora concreta para salir pero hay muchas ganas y una ilusión inmensa que es posible vislumbrar en la actitud  de los primeros nazarenos, y la primavera resuena espectacular bajo un cielo desnudo y pulquérrimo, como si amaneciera otra vez en los redobles que ha traído de nuevo el tiempo, la vida es un círculo y nosotros aguardábamos expectantes y casi angustiados  a que se cumpliera del todo ese ciclo para ceñirnos el cinto, que nos había bordado nuestra madre, colgarnos el tambor, recién apretado y aventurarnos cuesta abajo en dirección a la barahúnda que ya había tomado la Calle Mayor para sumarnos al escándalo de los muchachos y de las muchachas que participaban de la fiesta y estaban disfrutando de ella, porque cuando eres un crío sientes la codicia de todas las fiestas y te entregas a ellas en cuerpo y alma, porque has quemado tus naves en la orilla  y nadie te impedirá gozar de los días y de las noches, sabes, mientras comienzas a tocar el tambor, que todo tiene un plazo y que un día no muy lejano deberás volver a casa cabizbajo, exhausto y roto, con el alma esquilmada y con le ciega esperanza de que el año ha de pasar pronto, atrás quedarán los ecos de tambores lejanos, los efluvios del azahar y los jazmines, la embriaguez de los ojos claros de la muchacha que te gusta y que ya te encuentras muy a menudo porque ahora va siempre contigo, la euforia de la cerveza que con tanta pericia escancian los baristas de Moratalla y que tú acompañas con tortas de bacalao, habas tiernas y tapas de sesos hasta que dejas a un lado el apetito y te das cuenta de que has comido ya, porque en Semana Santa y en Moratalla nadie come en casa, vamos de bar en bar en una especie de procesión pagana degustando las especialidades de cada uno hasta saciar el hambre por completo. Faltan muchos de los viejos bares pero la afición no ha decaído del todo.

         Esta fiesta es como la vida, nace un día, esplende y se agosta a la tercera fecha, acaso porque sabe que lo que dura en exceso, cansa y no lo estima nadie, ya retumban los tambores cerca, miro por la ventana y veo a mis amigos en la puerta esperándome, así que cojo la indumentaria apresurado que me ha preparado mi madre y los arreos y me voy con mis amigos, la vida recién nacida es simple y bella y me espera toda en la calle.

         Sonrío cuando me da el sol y me apresto a tocar con ellos.

         Esto no ha hecho más que empezar.

                                   

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