Ya en la calle el nº 1042

El barranco de Túnez, el Río Castril y el maestro Eduardo

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

El barranco de Túnez, el Río Castril y el maestro Eduardo
El barranco de Túnez, el Río Castril y el maestro Eduardo

La sierra se aprieta cuando tiras hacia el norte y hacia poniente desde Caravaca o desde Moratalla. Para verlo solo tienes que echarle un vistazo al mapa. O tirar camino adelante y así lo podrás comprobar en tus carnes. Y quizás sea en los primeros relieves con los que se tropiezan los altiplanos y corredores de Baza, Huéscar, Puebla de D. Fadrique, y Caravaca donde más altura cogen esas montañas. Destaca La Sagra, que se deja ver por todas partes, como le corresponde por ser la reina de la cordillera con sus 2381 m de altitud. Pero, allí mismo, se rodea de atalayas que no son menores y sobrepasan los 2000 m: Los Obispos y Revolcadores (los puntales de la Sierra Seca de Cañada de la Cruz, según los mapas antiguos); Las Cabras, el Cagasebo o la Atalaya, en la nerpiana Sierra de las Cabras; La Guillimona de Puebla de D. Fadrique y Huéscar que le hace pareja; y varias cumbres señeras de la Sierra Seca del otro lado, la que comparten Castril y Huéscar, como es el cerro de Tornajuelos. Por cierto, me cuenta el biólogo Félix Carrillo que el topónimo “Sierra Seca” quizás venga de las lenguas prerromanas (íberas) y vendría a significar sierra de manantiales, o sea lo contrario a lo que podría parecer eso de “seca”.

El barranco de Túnez, el Río Castril y el maestro Eduardo
Barranco de Túnez. Río Castril – FOTO Juan de Dios Morenilla

Precisamente entre la Sierra Seca de Huéscar y la Sierra de Castril propiamente dicha discurre bravo y salvaje el río Castril, que como todos los ríos serranos ha tenido y tiene tantas penas y alegrías como las comunidades humanas a las que da vida. Su nacimiento es caprichoso y exuberante. En los temporales de lluvia o en los deshielos revienta entre las piedras. A su paso por Castril ofrece un hermoso espectáculo fluvial en la cerrada que se forma a los pies del pueblo.

Luego sus aguas limpias se juntan con el Guadalentín y el Guardal formando el Guadiana Menor que pasados los cerros de Úbeda se entrega al Guadalquivir.

Pero antes, el río Castril está sometido a la voluntad de los hombres por muy bravo que sea. A su paso por el pueblo de Castril, en tiempos tempranos -1918- formaron un salto para la producción de electricidad, y años después embalsaron sus aguas en El Portillo, un poco más arriba.

No obstante, es el pantano del Negratín, un auténtico mar, el que recoge las aguas de los tres ríos antes dichos y le caben más de 500 hectómetros cúbicos de agua, riega miles de hectáreas de nueva producción y dejó enterrados poblados y vegas de Zújar y otros municipios, lo cual aún lamentan los lugareños.

El barranco de Túnez, el Río Castril y el maestro Eduardo
Arreglando las vacas para la romería de Castril FOTO Juan de Dios Morenilla

Antes de todo esto, los ministros ilustrados de Carlos III iniciaron las obras para llevarse a Lorca las aguas de este río, proyecto que dejó su huella en algunos trozos del canal. Pero en aquellos tiempos de escasa tecnología era una obra imposible y seguramente disparatada.

A pesar de todo esto la contundencia de la montaña en la que se origina este río, la Sierra de Castril, no ha perdido su pureza serrana ni las huellas del viejo poblamiento que acogió en tiempos. En ella trasegaron caminantes y oficios de tránsito en un poblamiento tradicional de cortijos y escuetos labrantíos.

La mayor altitud de esa fecunda sierra la alcanza el cerro de Empanadas o de La Empanada, 2106 m. En su vertiente oriental se forman varios cauces vertiginosos que confluyen en el barranco de Túnez. Y allí, junto a una fuente, se aposentó, Eduardo Iglesias, “el maestrillo” del barranco de Túnez, personaje singular por su actitud ante la vida. Sobre él hizo reportajes el ideal de Granada y se han escrito algunas cosas. Quizás como colofón de ellas habría que destacar el trabajo de Antonio Castillo en el libro “La Sierra del Agua”, de muy recomendable lectura.

Eduardo Iglesias fue uno de estos maestros que iban a los cortijos a enseñar a leer y las cuatro reglas en la larga postguerra hasta que a final de los años cincuenta se empezaron a reconstruir las escuelas públicas. Fue uno de tantos represaliados por el franquismo. Procedente de Vélez Blanco, estuvo ejerciendo en los cortijos de Castril y alrededores.

El barranco de Túnez, el Río Castril y el maestro Eduardo
Nacimiento Río Castril FOTO Carlos Díaz

Verdaderamente, a Eduardo Iglesias le llamaban el “maestro Eduardo” los que fueron sus alumnos. Lo de “maestrillo” es un diminutivo que tiene connotaciones despectivas, pero, cosas de la vida, ha terminado imponiéndose. Los que recibieron sus enseñanzas lo recuerdan con cariño, cosa que no sucede en todos los casos con estos maestros que a veces se excedían en el castigo físico como metodología pedagógica.

Cuando ese oficio dejó de tener clientela, el maestro Eduardo decidió, por esa u otras razones que solo él sabría, retirarse a ese agreste e inaccesible lugar y vivir de lo que él mismo producía. Construyó una choza con barro y piedras y una balsa para aprovechar el agua de la fuente, y cultivar unos ranchales que apañó. Lo más imprescindible para comer. Él mismo se hacía el pan y cazaba con trampas algún animalujo, complemento proteínico necesario para su alimentación. De él también se cuentan algunas historias de amoríos, más bien de desengaños amorosos, que ya no sé si serán verdaderas. Y también se dice que tenía planificada su muerte y enterramiento: Cavó su propia tumba allí mismo, junto a la choza, con la idea de que, cuando su vida tocara a su fin, el primero que pasara por allí le diera tierra. Sin embargo, los acontecimientos no se produjeron de esa forma, porque el alcalde de Castril, en los primeros años 90, que se tiraron unas nieves muy malas, se lo trajo al pueblo, donde murió tiempo después y fue enterrado en el cementerio.

El barranco de Túnez, el Río Castril y el maestro Eduardo
Cortijo del Peñón, frente al Barranco Túnez FOTO Juan de Dios Morenilla

La vida en soledad del maestro Eduardo se veía alterada o alegrada, según se mire, por algunas visitas de montañeros, de lugareños y de algún arriero o recovero que le proporcionaba pequeños lujos. El montañero Luis Arrufat estuvo varias veces en su humilde vivienda. A él y a quienes lo acompañaban les hizo unas migas un día que nevaba mucho, lo cual recuerdan con emoción. Luis, en alguna de sus visitas, le llevó cartones de tabaco “Habanos”, porque Eduardo decía que el Ducados era flojo. Su costumbre, como ha sido lo corriente en nuestras sierras, era fumar tabaco de hoja que él mismo cultivaba. También, que yo sepa, lo visitó José Ruiz Andújar, Pepillo, buen amigo de Juan de Dios Morenilla, el cual anduvo repetidas veces por esos serrijones controlando una pareja de quebrantahuesos y algunas más de buitres, fiel a esa pasión por las aves y el conservacionismo que ha guiado al bueno de Juande toda su vida. Por allí también acudía el profesor de física y sobresaliente montañero Isidro Villó. Y algunos más que yo no conozco, o eso creo.

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