Ya en la calle el nº 1041

El amor de nuestra vida

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

PASCUAL GARCÍA

Tal vez haya llegado el momento de admitir que a lo largo de nuestra existencia albergamos un puñado de pretensiones que no podremos cumplir nunca y que esto formará parte siempre de una permanente frustración porque vamos a debatirnos de un modo constante entre la realidad y el deseo, que el poeta Luis Cernuda eligió como título general para su obra poética completa, pero también Alonso Quijano luchó en vano durante unos días y cientos de páginas para terminar admitiendo que se había equivocado, que su sueño imposible de caballero andante y su amor por la princesa de sus días y sus noches, la sin par Dulcinea, habían sido humo, sueño, nada.

Es posible que el intento fallido, la lucha ímproba basten en sí mismos para justificar toda una vida y que es esto lo que nos enseña el mejor arte y la mejor literatura, porque más temprano que tarde habremos de admitir que nuestro empeño era baldío, que no nos fue posible llevar cabo la mayor parte de nuestros proyectos. Quisimos cambiar el mundo con ideas que otros nos prestaron en libros y folletos, tratamos de alcanzar el cielo en una infancia repleta de promesas, esperanzas y energía (¿cómo podríamos concebir una infancia diferente?) Nos enamoramos, soñamos, diseñamos un porvenir y ahora que va la vida en serio como proclamaba el poeta, nos damos cuenta de que el valor verdadero de todo esto radicaba en el afán, porque sin un afán cualquiera no se pueden arrostrar los sinsabores de los días.

No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, cantaba Serrat, y aunque a uno le gustaría volver a algún lugar entrañable, a las conversaciones íntimas en la Plaza de la Iglesia con los amigos de siempre o a los labios de aquella chica, de aquella mujer de hoy,   que perdimos por una mezcla de ignorancia, soberbia mal fundada y debilidad, sabemos con la contundencia inicua que nos proporciona la madurez que nada de todo aquello volverá, pero también sabemos, es lo que hemos aprendido en los últimos años, que resulta precisamente tan importante porque lo extraviamos, porque ya no está con nosotros, porque el amor de nuestra vida es el amor que, en el fondo y de alguna manera, rechazamos, y es justo este detalle el que lo convierte con el paso de las décadas en una joya, en el anhelo con mayúsculas al que cada noche, antes de cerrar los ojos por una horas, dedicamos nuestro pensamiento.

Reconozcamos que todos guardamos en una gaveta de nuestro corazón el nombre de una mujer o el de un hombre que con frecuencia pronunciamos en voz baja con deleite no siempre fácil de disimular. Lo llevamos con nosotros al trabajo, nos acompaña en los instantes más caros y, tal vez, no podamos desprendernos de ellos ni siquiera en el lecho de muerte.

Serán cenizas mas tendrá sentido/ polvo será mas polvo enamorado, escribía Quevedo, que no parecía haber tenido demasiada suerte en el amor, como le había ocurrido a Cervantes, por cierto, y justo al contrario de lo que le pasó a Lope, pero algo escondían esos versos monumentales de una inspiración divina, un secreto sentimental, una emoción desbordada que, por otra parte, sabemos que no pudo materializar. Y a eso íbamos, a la evidencia insoslayable de que el amor de nuestra vida, ese que nos persigue implacable y tenaz lo es únicamente porque no logramos alcanzarlo, no tuvimos la dicha de gastarlo a fuerza de besos y actos de amor sobre una cama de sábanas blancas a cualquier hora del día y de la noche durante todos los años de nuestra vida

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