JAIME PARRA
Estantes vacíos, colas a las puertas de los supermercados y carros hasta arriba de todo tipo de productos fueron la tónica del primer confinamiento en España.
Si algo ha puesto de relieve esta crisis es la importancia para sostener la economía de trabajadores de profesiones no siempre valoradas pero esenciales –cajeras y reponedores de supermercado, camioneros, temporeros o personal de limpieza- con un alto riesgo de contagio.
Mari Toñi Buitrago es una de estas personas cuya labor ha sido indispensable en esta pandemia. Trabaja de cajera en el supermercado caravaqueño Mía Cruz, que se encuentra en la calle Cartagena.
Junto a su compañero José Manuel trabajó durante los meses más duros del confinamiento. “El estrés que hubo en la tienda fue muy grande. Los clientes se pensaban que se iban a quedar sin productos de higiene o sin comida”.
Mari Toñi, tras la dura jornada, llegaba a casa con ansiedad: “era entrar y quitarme la ropa, ducharme… Realmente tenía miedo, más que por mí por mi hija pequeña, por mi marido, por los familiares más mayores, que nosotros somos de juntarnos mucho”.
Con el paso de los meses, todo se ha calmado: las avalancha de compras compulsivas, las colas en la calle, el que no se respetara el uso de la mascarilla o la distancia de seguridad…
Los clientes de Mía Cruz valoran la simpatía de Mari Toñi, su buen oficio, así como el de sus compañeros de trabajo; al igual que la sociedad está cada vez más valorando a estos trabajadores con sueldos bajos pero en primera línea del coronavirus. Falta saber si esta estima se mantendrá una vez que aparezca la vacuna y nos olvidemos de esta situación.