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24 de febrero de 1571: Establecimiento de los franciscanos en Caravaca

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Francisco Fernández García

(Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz)

A lo largo del siglo XVI varias fueron las órdenes religiosas que se establecieron en Caravaca, siendo los jesuitas los primeros en llevarlo a cabo. A continuación lo hizo la Orden de San Francisco cuya fundación se realizó el 24 de febrero del año 1571; sin embargo la relación de Caravaca con los franciscanos es bastante anterior, el P. Pablo Manuel Ortega en su libro publicado en 1740 titulado “Chronica de la Santa Provincia de Cartagena” señala que ya en 1507 se había solicitado y obtenido del Papa Julio II licencia para fundar en la villa de Caravaca un convento de esta orden, cediéndoles el concejo para ello la ermita de San Bartolomé (años después se daría esta ermita a las religiosas de Santa Clara para la fundación del suyo) u “otro cualquiera que pareciese mas a convenir”. La licencia no se utilizó en este momento y hubo que esperar al 21 de junio de 1566 para que se dictase la Real Provisión que autorizaba la fundación de conventos de franciscanos en las villas de Caravaca, Cehegín y Moratalla. A pesar de ello todavía tendrían que transcurrir casi otros cinco años más para que se hiciese efectiva la presencia franciscana en nuestra ciudad.

No se conoce el sitio exacto donde se establecieron, aunque se sabe que estaba cerca de la corredera. El referido P. Pablo Manuel Ortega nos ofrece testimonio de la toma de posesión realizada por el P. Provincial Fray Diego de Carrascosa en representación de dicha orden que tuvo lugar el 24 de febrero de 1571: “llegó el caso de tomar la posesion del sitio; lo cual executo con las ceremonias y solemnidades acostumbradas. Este sitio del que tomo la posesion fue un huerto que era de una señora llamada doña Teresa de Robles; que estaba cercano a lo que llaman la Corredera y baño donde se baña la  Santa Cruz”. Este establecimiento tuvo carácter provisional estando habitado tan solo por dos o tres religiosos que permanecieron en él “poco menos de tres años” hasta que el concejo les hizo donación de otro “en sitio mas acomodado” en 1574.

El lugar elegido por el concejo fue la ermita de de Nuestra Señora de Gracia comenzada a edificar a mediados del siglo XVI a la salida de la población junto al camino de Moratalla y que permanecía inconclusa. El 21 de febrero de 1574 se reunió el concejo de la villa de Caravaca para hacer entrega de la referida ermita y de los terrenos circundantes a los frailes de la Orden de San Francisco en la persona del P. Fray Juan de Aguilar. Tras los actos protocolarios realizados en la sala del ayuntamiento, los miembros del concejo encabezados por el gobernador y el referido fraile “fueron con otra mucha gente del pueblo” a la ermita donde se formalizó la entrega en la capilla mayor de la misma. El 8 de marzo el mayordomo de la expresada ermita hizo entrega de todos los ornamentos a los franciscanos, delimitándose finalmente las tierras para huertos y ejidos que se incluían en la mencionada cesión el 14 de abril, además el concejo les cedió el agua del barranco del Madroñal y fuente de Martín Garcés, que con el tiempo pasó a conocerse como fuente de los frailes, cuya conducción hasta el convento se realizaría mediante una cañería. La descripción que hace el P. Pablo Manuel Ortega de este lugar es la siguiente: “Este segundo sitio cae fuera de la villa, aunque con tan corta distancia como estar algunas casas a menos de ochenta pasos. El Titulo que se le dio a este Convento fue el de N. Señora de Gracia, pero explicanle comúnmente con el de N. P. S. Francisco”.

Además de la importante aportación realizada por el concejo los franciscanos contaron con diversas donaciones de particulares por lo que pudieron edificar un amplio convento con una gran iglesia con varias capillas, convirtiéndose en el lugar preferido por la nobleza caravaqueña, juntamente con la parroquial de El Salvador, para ser enterrados en él tanto en la iglesia como en el claustro y sacristía.

El convento caravaqueño, instituido bajo la regla de los recoletos y reconvertido a partir de 1668 en la de los observantes, adquirió con el tiempo una gran importancia llegando a contar con 35 religiosos en 1755 y siendo señalado como lugar de hospedaje de los “religiosos que transitan de un lugar a otro” en 1701. La magnitud de sus obras hizo que se extendieran durante todo el siglo XVII y parte del XVIII; a mediados de este siglo fue necesario reparar todas sus cubiertas a excepción de las de la iglesia que se mantenían en buen estado, aunque se hallaba sin concluir la capilla mayor, lo que se hizo en 1778, entregando el ayuntamiento para ello 600 pinos.

Durante todo el tiempo que permanecieron en Caravaca los franciscanos fueron objeto de un trato especial por parte del concejo de la villa, que le concedió numerosas limosnas tanto en dinero como en madera y le eximió del pago de los impuestos sobre el ganado que tenían, además durante los años finales del siglo XVII recibieron gratuitamente cinco libras diarias de nieve durante los meses veraniegos, concretamente del 21 de junio al 14 de septiembre. En 1756 el concejo, consciente de las dificultades que estos religiosos tenían para su mantenimiento y el del edificio, solicitó del rey Fernando VI autorización para constituirse en patrono del referido convento y para que “de sus propios pueda dar la limosna que pueda no excediendo dela cantidad de tres mil reales”. En uno de los altares de la iglesia estaba emplazada una imagen de San Roque con la que se realizaba una procesión en el día de su festividad y que era propiedad del Ayuntamiento.

Este monasterio se mantuvo en Caravaca hasta la desamortización de 1845, siendo puesto posteriormente a la venta. En 1849 el huerto cercado de tapias fue comprado por el murciano D. Domingo Casas y algún tiempo después el caravaqueño D. Felipe Martínez Iglesias adquirió el convento, iglesia, huertos y ejidos, que posteriormente aportó a la sociedad “La Constructora Caravaqueña” para construir en ellos la Plaza de Toros de nuestra ciudad. Antes de que esto ocurriera Agustín Marín de Espinosa en su libro de 1856 “Memorias para la historia de la Ciudad de Caravaca” nos ofrece testimonio de cómo se encontraba el inmueble tras su abandono: “En el punto mas excéntrico de esta población y casi a extramuros de ella, aparece el convento del seráfico Francisco, situado hacia el norte, dominando la ciudad por aquella parte, e inmediato al camino que conduce a la villa de Moratalla. El templo es hermoso, cuya nave es de una extensión inmensa; pero se halla en un estado completo de abandono y próximo a su destrucción, a causa de haberle quitado la cubierta y estar su bóveda a la influencia de la intemperie. Solo sirve en el dia este bello local de fabrica de hilados de cáñamo. El convento es de una extensión prodigiosa, con un considerable número de habitaciones que ocupaban los religiosos, y varias oficinas y departamentos para los dependientes y otros objetos a que eran destinadas”.

Transcurrido mas de un siglo y medio desde su marcha de Caravaca, los franciscanos siguen estando presentes en la toponimia de nuestra ciudad, dando nombre a un barrio (San Francisco) y a varias de sus calles (Ejido, Cuesta del Caño, Frente a Gradas, Era, Bajo Era) además del manantial de agua mencionado anteriormente.

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