Ya en la calle el nº 1041

Zinemaldia, la fiesta en la que queremos colarnos todos los años.

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

ANA ANDÚJAR/ http://daregirl.wordpress.com/
Si una película es un reflejo de la vida, un festival de cine es esa noche de ensueño en la que todo sale bien, el vestido es perfecto, la compañía inigualable, en la orquesta toca una deslumbrante Jessica Rabbit y como buena fiesta, la resaca es antológAna Andújar, Zinemaldiaica. El festival internacional de cine de San Sebastián reúne todos los ingredientes para ser una bacanal de películas y estrellas, colocadas en un escenario tan bello como la ciudad guipuzcoana, pero que podría ser mucho más si precisamente su propio fulgor no encandilara lo que tan bien gustan de llamar “fiesta del cine”.
Vivir un festival de este calibre desde dentro es un lujo, trabajar para un engranaje casi perfecto, una úlcera. Nada se escapa al equipo de un nuevo festival puesto desde hace pocas ediciones en manos de José Luis Rebordinos, flamante director del evento, bien querido en su ciudad y entre cinéfilos por dirigir con batuta férrea y freak el Festival de cine de Terror de San Sebastián durante 21 años, en el que era una auténtica eminencia por haber creado un divertimento tan canalla y auténtico como una semana de películas fantásticas y gore, sangrientas y aventureras, con un público entregadísimo y vivaz en sala, donde gritar y beber no sólo estaba permitido, sino casi era condición sine qua non. De la mano de Rebordinos, que había ascendido en 2011 a la categoría dorada del panorama festivalero, el Zinemaldia bebía savia nueva y esperaba un futuro arriesgado y prometedor.
Pero como en todos los eventos donde dinero y promoción pintan igual que el arte, los condicionantes pesan más que los deseos personales o el olfato de crear un festival totalmente único en nuestro país. El Zinemaldia es diferente. Nada que ver con sus primos de Valladolid o Gijón, donde las películas seleccionadas tienen un punto kamikaze más allá de la chequera. Ni siquiera con Sundance, del que el Zinemaldia dice ser su hermano europeo. Los festivales son ventana de promoción para productoras y realizadores, y ningún parroquiano puede sentirse molesto por ello. Sin embargo, mientras los mencionados festivales, el castellano y el asturiano, ponen a disposición del público actividades relacionadas o conciertos para que el ciudadano disfrute del evento en su ciudad, en San Sebastián se vive una especie de Feria de Sevilla del séptimo arte: las fiestas son privadas, algunos pases, exclusivos, y hay quien dice que el dinero gastado en traer grandes estrellas hollywoodienses a pasear por una ciudad que apenas conocían antes de ponerle el contrato sobre la mesa (véase a Denzel Washington agradecido a la belleza del Mediterráneo en plena playa de la Concha) quizá podría invertirse en pulir más esa semana mágica dedicada al cine, pero también para aquellos que no pasean su acreditación al cuello como un faisán recién cazado.
Lo primero: en San Sebastián se ve gran cine, y se ve mucho cine. El donostiarra es un viejo amaestrado de la pantalla grande: no en vano, durante todo el año hay varios festivales menores (del terror, de derechos humanos, de surf) y una amplia selección de filmoteca con el ciclo Nosferatu. Forma parte de la cultura de esta gente asistir al cine y pagar por ello. Así que no es de extrañar que las entradas para el Zinemaldi se agoten semanas antes de su estreno, incluso cuando se compran a ciegas, porque a veces ni la programación está lista cuando se empiezan a adquirir los primeros tickets. Este año no ha sido una excepción, y la 62 edición del Donostia Zinemaldia ha vuelto a romper récords de público y seguimiento por medios y redes sociales.
Diferentes secciones para un festival que juega a lo grande: desde Oficial hasta la categoría de Nuev@s Director@s, Zabaltegi y su original propuesta o Perlas, donde se encuentra lo mejorcito de la cita. Para coronar, un especial dedicado al cine del este, “Eastern Promises” y una retrospectiva sobre Dorothy Arzner, junto a nuevas fracciones como “Savage Cinema” dedicado al cine de deportes extremo o aventura, y “Culinary Cinema” con hermosas películas y documentales sobre comida y cocina, que casi siempre iban unidos a una historia o política determinada. Una amalgama imposible de agrupar en un solo fardo, y que hace de este festival algo tan grande como es.
Entre nuestras películas destacadas o favoritas la ganadora: “Magical Girl” de Carlos Vermut, es un cuento que necesitará del logo de su Concha de Oro como mejor película para tener salida comercial, pues es fantasía y relato bizarro, y poca taquilla se augura a proyectos así en el cine comercial español. Quizás un soberbio José Sacristán, que hace ya tiempo que sólo elige propuestas acróbatas como esta y sale vencedor, o una bella Bárbara Lennie, sean los amuletos de la suerte de una película en la que los chantajes y los bajos instintos llevan el mando de la acción. En la misma sección oficial otros dos destacados: “Loreak” de Jon Garaño y José Mari Goenaga, primera película íntegramente en euskera en entrar en competición, una suerte de historia de mujeres y sentimientos enmarcados en ramos de flores, entre el drama y la comedia oscura, o “Une nouvelle amie”, de FranÇois Ozon, quien ya tocó el cielo donostiarra con “En la casa”, y que ahora vuelve a meter las narices en la familia para entregarnos una historia tan real e irreal como la vida misma.
Nuevos realizadores como Anna Sofie Hartman, quien con “Limbo” explora la sensibilidad femenina encarnada entre una profesora y su alumna, o “Urok/The lesson”, de Kristina Grozeba y Peter Valchanov, relatando los turbios caminos de la moral cuando la necesidad entra primero a meta. Mención especial tiene la sección de “Horizontes Latinos”, que siempre hace de escaparate a ese vecino tan desconocido y que guarda cine de tal calidad. El drama social de Rio de Janeiro en “Casa Grande”, los adolescentes buscando al Bob Dylan mejicano Epigmenio Cruz en “Güeros” o la desolación familiar en la brasileña “Praia do Futuro”, muestran un cine tan poco común y alejado de estereotipos como delicioso a la vista.
Y seguimos con perlas como denota el nombre de su categoría en este festival, con la ya archiconocida y no por ello menos grandiosa “Boyhood”, la huída sin fin de “Catch me daddy” y el descubrimiento de una estrella como Sameena Jabeen Ahmed, el “Bande de filles” francés de Céline Sciamma, lo nuevo del maestro de la animación Isao Takahata “The tale of princess Kaguya” o el jovencísimo y hipster realizador Xavier Dolan “Mommy”, la historia del fotógrafo Sebastiao Salgado a manos de su hijo Julian y Wim Wenders en “The salt on earth”, o la genial “Gett, the trial of Viviane Amsalem”, película desgarradoramente real, rodada en una habitación, con la soberbia actuación de su misma directora, Ronit Elkabetz, en lo que parece una segunda parte de “Nader y Simim, una separación”, la que fue Oso de Oro y Oscar a película no inglesa en el 2011.
¿Y nuestros “guilty pleasures”? Tenemos la miniserie “Petit Quinquin”, rodada en un pueblo de rednecks franceses con actores locales no profesionales, con el correspondiente bizarrismo y humor, la cinta de animación “Rocks in my pockets”, la biografía sobre la esquizofrenia de la familia fémina de la ilustradora Signe Baumane o “Negociador” de Borja Cobeaga, donde un enorme Ramón Barea interpreta a un torpe pero bienintencionado Manu Aranguren, el político que ejerció de interlocutor entre el gobierno de Zapatero y ETA hasta que el etarra Thierry (un aterradoramente fiel Carlos Areces en el film) rompió la tregua con el atentado de la T4. Buena dosis de comedia negra en un festival que se ve salpicado de nuevo por una realidad que da poca risa, en un panorama cultural acuciado por las subidas de IVA y la falta de apoyos a lo que no asegura taquilla, pero que sin embargo brilla con luz propia en originalidad y visión de futuro, pues el arte no se puede contener en un solo frasco. Y si una película es un reflejo de la vida, un festival como el Zinemaldi la fiesta en la que queremos colarnos todos los años.

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