Ya en la calle el nº 1041

Pasión flamenca a ritmo de jazz

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

ANTONIO F. JIMÉNEZ

Pablo Martínez era a la vez un Michael JackPasión flamenca a ritmo de jazzson y un bailaor flamenco. De espaldas, daba órdenes a la Big Band haciendo aspavientos, indicando mientras bailaba electrónicamente; alzando los brazos, moviendo caderas, desapareciendo, volviendo al escenario, mirándoles desde una esquina. Es un metrónomo viviente; es un espectáculo sin parangón: contempla satisfecho a sus compañeros, esboza una leve sonrisa, como si viera lo que el público no ve. Buenas gracias, muchas noches. Eso fue lo primero que le dijo a su público paisano la pasada noche del sábado en la Casa de la Cultura de Bullas.
Cuando uno de sus músicos se marca un solo, Pablo le aplaude, y cuando el público aplaude también, Pablo se lleva la mano al esternón, se palpa la caja torácica, la caja del pecho, la caja del corazón agradecido, la caja de resonancia de donde emanan sus impulsos, la droga de la música, la gramática lírica del aire. Pablo no pidió aplausos para él. Estuvo tremendo. Estuvieron sublimes. El público al borde de la lágrima. Nadie ha visto una cosa igual, se comenta en el descanso de esta primera tanda. Han tocado temas de aquella Big Band original. Suenan como americanos, dicen los que han salido a echarse el pito de la emoción contenida, el cigarro inminente después del coito musical.
La segunda parte es para presentar a su banda, con la que Pablo ha sacado el disco ‘De madrugada’, y que contiene temas que fusionan el jazz con el flamenco, el flamenco con el jazz, incluso con ingredientes de salsa, bossa nova. Afuera el frío no disipa la emoción. Es verdad, sonaban a los felices años del jazz. Como a las bandas sonoras de Woody Allen. Tocaron, entre otras muchas, la clásica Body & soul. Ya saben: “Mi heart is sad and lonely”. Cantó el trombón de Pablo. Le hicieron los coros los otros tres, los saxos (entre ellos el del padre y la tía de Pablo), las trompetas, las guitarras, el bajo, el piano, la batería. Los solos eran límpidos. Nadie, ni siquiera la Cloti, la madre de Pablo, ha visto algo semejante. Por no hablar de la segunda parte.

La velada flamenca
Pablo Martínez fue el trombonista orquesta, el músico de Vitrubio: ora toco el trombón, ora canto, ora sacudo el cajón, ora me levanto, ora miro sonriendo, más loco que antes, el saxo sexual y afónico de Lluc Casares. Saxofón y trombón juegan a pillarse, a decirse cosas a contrapunto. El trombón de Pablo se harta y grita un pitido agudo que va levemente disipándose. Como una queja infantil. El público ríe. El humor en la música es tema para investigación, me aseguró una vez un viejo organista.
Martínez está ahora subido a un tablao desde donde se elevaban antes los músicos de la Big Band. Está como hierático. Está como examinando a los de su banda. De repente hace un amago de taconeo, y vuelve a la rigidez. Ahí fue cuando más feliz se le notó. Impertérritamente feliz. Conociéndole sobre las tablas, no nos hubiera extrañado que se hubiera arrancando con un baile de tacón al estilo de Sara Baras. Tocaron Zapatito: un tema del flautista Jorge Pardo: el padre de ellos: el primero que ideó la fusión del jazz y el flamenco: flamante Premio Nacional de las Músicas Actuales 2015. Pardo ha colaborado con la banda de Pablo en algunos temas del disco ‘De Madrugada’.
Pablo Martínez Flamenco Jazz Band casi se despidieron con un tema que era una elegía a la prima del cantante. No tenía tocos menores, ni bajos entristecidos ni flemáticos. Tenía fuelle, salsa, amor, vida. “Porque el amor es lo único que nos salva”, dice la letra que escribió Pablo desde Holanda ―donde reside― cuando se enteró de la triste noticia. Pero la música resucita. La música comete lo inusual: un holandés, Jeff Heijne, tocando la guitarra flamenca. Sus rizos le caían por la cuerdas, sus dedos finísimos y tranquilos acometiendo la limpieza flamenca del desgarre. Finito, parece que le gritaban sus compañeros de banda. ¡Olé, Finito! Joan Comaposada, el bajista, tenía el poder de los graves, el trueno armónico, hermano del bombo de la batería. El batera, por cierto, que se llama Joan Terol, cerró el concierto tocando sin baquetas, a pelo con sus manos. Podríamos decir que tocó en cueros. Se despojaron de todo. Pablo nunca pedía aplausos para él. Pone el brazo en bandeja y se los brinda a sus compañeros. ¡Olé, jazzmen!

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