Ya en la calle el nº 1041

Las tablas de Iñaki Gabilondo

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

ANTONIO F. JIMÉNEZ
Iñaki Gabilondo, rejuvenecido y lustroso, con su voz de trueno y sus ojos desmarcados y felinos, como los de Manuel Vicent, vino al TeGabilondo, en el Museo Salzilloatro Circo de Murcia el pasado 16 de octubre para presentar el programa Contigo, de la Cadena Ser, que celebra sus ochenta años en Murcia, y se trajeron, para la ocasión, al maestro, que, pese a su desconcertante jovialidad, guarda dentro de su memoria tantos años de Historia de España, tantos nombres y personalidades, tantos momentos tensos, de los que le tocó hablar en directo, como aquella noche del 23 F, cuando Gabilondo estaba recién estrenado en Televisión Española y tuvo que informar, casi a punta de pistola, de toda la tramoya del Golpetazo, mientras los de Tejero se ponían finos en el bar del Congreso y el país sintonizaba en sus transistores una voz más allá de las marchas militares, pero Iñaki, pese a la tragedia que podía suponer el éxito del Golpe, dio la información con una templanza asombrosa, sin titubear, sin espasmos, sin alarmismo, con sus ojizarcos de felino y la melena setentera, embadurnado de transición y de la americana –aunque le faltaba la barba-, muy de la época transgresora que acababa con la sobria indumentaria de los años de dictadura.
Pues ese mismo Iñaki se subió al escenario del Teatro Circo de Murcia, acogido por un caluroso aplauso, y dijo que llevaba tiempo buscando una palabra que definiera la relación entre la radio y la gente, «porque –expresó- nos metéis en vuestros coches, en vuestras cocinas, en vuestros cuartos…, pero no tenemos una relación marido, mujer; padre, hijo; abuelo, nieto; tío, sobrino; ¿qué tipo de relación tenemos entonces?». El público reía la sorna de Iñaki y los dos viejos de a mi lado comentaban: «¡Qué tío, tú!». Se subieron al escenario con Iñaki algunos miembros de la familia Sánchez Parra Servet, de larga tradición y reputación en Murcia, para que comentaran con Gabilondo los aspectos de la vida española que han ido cambiando a lo largo de estos ochenta años, pero, de súbito, un sonido gallináceo desde el palco interrumpió la conversación: «¡Esos han sido unos franquistas asquerosos!», y el hemiciclo, esta vez el del Teatro Circo, no se agachó bajo los escaños sino que mandó callar a la mujer, que, endiablada, no cerraba el pico y ya sólo se le oían balbuceos ininteligibles, hasta que, con aplomo, se levantó Iñaki de la silla del entrevistador y se dirigió a la gallina, con la misma mesura que cuando le tocó informar a todos los españoles la noche del 23 F, y resolvió el pseudogolpe, citando además y sorpresivamente “Todo tiene su tiempo”, del Eclesiastés, y siguió a lo suyo, repasando el panorama político, social y cultural de la ciudad, aludiendo a los cambios que ha experimentado Murcia en estos ochenta años de radio, entrevistando a personajes destacados de la ciudad: Pepa Aniorte, Jerónimo Tristante, el Dr. Pedro Luis Ripoll, Miguel Ángel Cámara, que con este último volvió a vociferar la mujer del palco, que no la habían echado al final,  pero esta vez ya nadie le dio importancia y quizá Iñaki recordaría aquella máxima de Don Quijote cuando Sancho se apabulló del ladrido de los perros: «Ladran, luego cabalgamos», y siguió Gabilondo cabalgando, recordando a grandes figuras como Paco Rabal o Antonio Campillo y  sin dejar de dirigirse al público de enfrente y al público oyente, y en ningún momento notaba uno el decaimiento humano de Gabilondo, el cansancio que a sus 71 años es como más proclive, como más normal, y era casi espasmódico verle ahí, moviéndose de aquí para allá, resolviendo golpes, con su voz de trueno y sus ganchos periodísticos, taconeando sobre las tablas del Teatro Circo, por cuyos muros y balaustradas se iba expandiendo el eco de sus ondas, y la gente se iba como resintiendo por el deleite de escucharle, porque, comentó Iñaki, el verbo sentir expresa con mayor precisión y toco poético el sonido, en vez de ese verbo rápido y facilón que es oír.  Aquel mediodía, cuando salimos del Teatro Circo, todos teníamos cara de haber sentido sus tablas.

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