Ya en la calle el nº 1041

La política y la verdad

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

PEDRO ANTONIO MUÑOZ PÉREZ

No sé si se va a aprender alguna lección política de este tiempo. Las divisiones son demasiado profundas, no porque la gente común se haya vuelto más sectaria, sino porque la parte nociva de la clase política se ha dedicado a alimentarlas y ahondarlas, y hasta inventarlas cuando no existían. Antonio Muñoz Molina. Volver a dónde. Seix Barral. Barcelona, 2021.

La política y la verdad

Entre un pollo de granja y uno de corral, la mayoría nos decantaríamos sin duda por la segunda opción (de hecho, a la hora de la compra, nos seduce el señuelo de que el color amarillento de la piel es garantía de algo parecido a la autenticidad campesina). La publicidad de un hipermercado propaga las bondades de los huevos de gallinas criadas “en el suelo”. Conozco urbanitas/domingueros (gore-tex lovers) que peregrinan a las poblaciones de nuestros campos en busca de las esencias de un buen conejo criado a la antigua usanza en algún cobertizo o chambado precario, pero con el marchamo de “auténtico”. Por no hablar de las continuas alabanzas a las carnes gustosas y prietas del “cordero segureño”, montaraz y austero, pastoreado a careo en las estepas de secano y en los pastizales serranos. Se añora la elaboración artesana de los productos de la matanza del chino doméstico, engordado en su marranera a base de harinilla, salvado y berbajo; aquellos jamones curados al relente, con su correspondiente veta de tocino pegada a la corteza; aquellos embutidos de sabor contundente, que no se corcaban, sin más aditivos ni conservantes que el pimentón o la choricina y los aromas de las especias. En nuestra comarca, la manera tradicional de criar animales para consumo humano ha sido durante siglos una actividad económica sostenible, y complementaria de la explotación agrícola, para asegurar el aporte de proteínas a la dieta, en la que, por supuesto, el consumo de carne era moderado, cuando no excepcional, propio de las festividades y grandes ocasiones (el arroz con conejo o con pollo de los domingos y fiestas de guardar, por ejemplo).

Pero hete aquí que llega Alberto Garzón y lo trastoca todo, el muy comunista. Sin calcular el alcance de sus palabras en esta España embrutecida por el sectarismo y el miedo (quizá este haya sido su mayor error, aparte de no hacer nada para solucionar lo que critica), sus declaraciones a un medio británico han provocado una oleada de indignación y de rechazo que ha hecho tambalear el equilibrio del gobierno de coalición. Una jauría hambrienta de carroña se ha lanzado a la yugular del ministro de consumo. E inmediatamente, la mayor parte de la clase política, temerosa de perder comba en los sondeos de voto, se ha sumado a la reprobación y al linchamiento público. Poco importa si se ha tergiversado (hay quien habla directamente de bulo) su discurso. En la entrevista se decía que, en comparación con la de la ganadería extensiva, la carne de las macrogranjas tiene “poor quality”, lo que significa de calidad más “pobre” o “peor” (algo en lo que cualquiera estamos de acuerdo), pero alguien, con evidente mala fe e intencionalidad partidista, quiso traducir como de “mala calidad”, y de ahí todo el pifostio que se ha montado.

La ciudadanía, convenientemente saturada de informaciones contaminadas, sospechosas, contradictorias, duda y en la duda se deja llevar por los sentimientos y desdeña la razón. Solo hacía falta que los encargados del laboratorio de ideas en el think tank de FAES encontraran un eslogan para azuzar los ánimos. Como en su día hicieran con Ayuso en las elecciones madrileñas (“Comunismo o libertad”), se han sacado de la manga uno que bien pudiera figurar en los anales de la publicidad política más epatante y original: “Más ganadería, menos comunismo”. Y enseguida los dirigentes del PP se han lanzado como locos a hacerse fotos con las vacas. A dar mítines y ruedas de prensa en medio de las dehesas salmantinas, oliendo a boñigas y flatulencias, con tal de dar su apoyo al maltratado sector ganadero, víctima de las políticas social-comunistas de este gobierno.

Política y verdad son un binomio mal avenido en estos (y otros) tiempos, para abundar en las desgracias de una ciudadanía perpleja y castigada por los efectos de la pandemia. Decía Hannah Arendt: “La verdad factual, si se opone al provecho o al placer de un determinado grupo, es recibida hoy con una hostilidad mayor que nunca”. Y eso parece estar ocurriendo. Los bulos son virus que producen infoxicación, una enfermedad perniciosa cuyos síntomas son la demagogia y el populismo, la antesala de los totalitarismos (no hay más que observar la estrategia de VOX). Lo que vino a decir el ministro Garzón, con evidente inoportunidad en vísperas de un proceso electoral, es una obviedad, lo mismo que advierten todos los organismos científicos y sanitarios nacionales e internacionales. Pero también lo que dicta el sentido común. Las macrogranjas contaminan los suelos y los acuíferos, esquilman recursos naturales y energéticos y, para colmo, perjudican a la ganadería tradicional, porque la relegan y acaban por extinguirla debido a su falta de competitividad. La carne obtenida de semejante manera, aunque esté certificada por la normativa sanitaria, compite en cantidad y precio pero no en calidad con la de animales criados a la manera tradicional. Y además, los beneficios no redundan en el lugar donde se ubican (por cierto, ¿alguien pediría que se las instalen al lado de su pueblo?). La cuestión es qué es lo que queremos los ciudadanos/consumidores; dónde está la verdad en este debate por encima de ideologías y simpatías políticas. Y a qué estamos dispuestos a renunciar de nuestra calidad de vida (salud incluida) cuando unos y otros nos piden el voto babeando de ambición.

 

 

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