Ya en la calle el nº 1041

Kafka decía

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN

Kafka decía que “escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas que lo esperan ávidamente. Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas”. Y es que hay personas que prefiere esconder las palabras mientras oMilena Jesenkatras las van gritando contra el viento en todas las esquinas, que para eso somos libres cada uno. Pero si te las callas te arriesgas a perderlas por el camino, y si las dices… a que sobrevivan en algún corazón herido. Eso le pasÓ a Kafka (tímido, visionario, demasiado sabio para vivir, demasiado débil para luchar, de los que se someten al vencedor y acaban por avergonzarlo”), con Milena (apasionada, salvaje, intrépida y aparte de escritora, maestra, maletera y hasta morfinómana); que se murió del susto a vivir sin atreverse a afrontar la vida dejándola a ella sola con su amor.

Milena había nacido como Franz en Praga, pero trece años después, en 1896. Su infancia fue infeliz con un padre autoritario que no dudaba en pegarle cuando asomaba lo que luego sería su carácter rebelde. Un carácter que se forjó a base de leer todo lo que se podía leer (y lo que no). Al morir su madre cuando ella tiene 13 años, su padre la interna y cuando termina el bachillerato la obliga a que estudie Medicina. Se acabó el estudio en la primera autopsia.

Un día en una de sus muchas escapadas conoce al escritor Ernst Pollack del que se enamora profundamente, deslumbrada por su cultura. Pero Pollack era judío y el padre la encierra en un manicomio. De allí sale para casarse con él. Pero en Viena Pollak la somete a toda clase de perrerías, incluido hacerla convivir con sus amantes bajo un mismo techo en nombre de la libertad sexual (que bien queda eso cuando solo es de una parte). Milena se ganaba la vida a base de acarrear maletas en la estación, dar clases de checo y limpiar casas, mientras Pollak deslumbraba a sus contertulios en los cafés vieneses. En 1919 lee unos cuentos de Kafka y le escribe para que la autorice a traducirlos al checo, y Kafka la acepta. Se conocen y pasa lo que tiene que pasar. Pero no pasa del todo, pues son incapaces de superar los obstáculos que los separan; la angustia de él, su creencia de ser inferior, de no merecer el amor de ella… Kafka muere poco después de tuberculosis sin decidirse a ir a buscarla, eso sí, cartas… tropecientas.

Mientras tanto Milena se convierte en una periodista reconocida, se casa con un conde ruso comunista y tiene una hija. Frente a Pollak, que la maltrataba con su indiferencia, y a Kafka, que prefería encerrarse en su escritorio a encontrarse con la amante, ahí estaba Krejcar. En esos años previos a la Guerra Mundial sus ataques al antisemitismo creciente en Europa son incendiarios. Valiente y temeraria como siempre, no duda en abrir su casa a todo el mundo y pasear con sus amigos judíos por la calle. Quizás el gesto más conmovedor de esta gran mujer se produjo cuando obligaron a todos los judíos de Praga a coserse la estrella de David. Y ella, sin ser judía, la lleva cosida a su solapa como símbolo de rechazo a lo que se les venía encima. Con la firma del infame tratado de Munich de 1938 la Alemania nazi ocupará en un paseo militar Checoslovaquia. Milena se entrega a la resistencia y organiza una extensa red para sacar del país a refugiados y personas en peligro. Pero en 1939 estalla la guerra y todo cambia. Es detenida y enviada al campo de concentración de Ravensbrück. Allí aguantó cinco años junto a Margarete Buber-Neumann, ayudando a quien la necesitaba. Allí moriría en 1944. Tenía 48 años.

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