Ya en la calle el nº 1041

Juan Pedro Carreño, el Pimpo, un viajero infatigable

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ MARÍA ROBLES SÁNCHEZ, Caravaca de la Cruz, 9-04-2020

        Llevaba ya varios meses ingresado luchando con la enfermedad. Sí, confinado con su enfermedad. Se nos adelantó en el confinamiento. Él que siempre fue un pajarico suelto. El dichoso cáncer acabó con un gran fumador. Fumar para él era un pecado venial. Sólo él sabía la importancia que tenía el echar humo. Y había otras cosas que serenaban su cuerpo y su espíritu. La radio, siempre encendida, a la escucha de Radio María. Predicaciones, misas, charlas, rosarios, el rezo de las horas… eran sus compañeros permenentes. Y no le daba vergüenza.

Juan Pedro Carreño, el Pimpo
Juan Pedro Carreño, el Pimpo

          Su sonrisa abierta e irónica, escondida tras una bocanada de humo, se atrevía contigo cuando te preguntaba siempre: ¿Eres feliz? Nos sonreíamos los dos pícaramente, cómo quién comparte el secreto de la felicidad. Su sonrisa profunda y sincera era tan ancha cómo él. No te juzgaba.  Él sí  era feliz, a pesar de sus enfermedades y su hemiplejia.  Su espíritu emprendedor siempre rondaba su cabeza. Con su chiringuito a cuestas, mesa incluida de ventas, no dudaba en salir a vender recuerdos de Caravaca ya sea en Las Fuentes o en los Salones Castillo o en la Glorieta o en la puerta del Castillo. Su olfato olía la llegada de turismo. Tenía explorados todos los posibles souvenirs y daba trabajo a personas concretas con las que compartía parte de su “negocio”. Yo  gustosamente le imprimía citas constructivas cargadas de mensaje como él quería para vender en pirograbados sobre madera. Conservo una tablilla que en agradecimiento me regaló. 

          Un día lo encontré muy cabreado. Unos gamberros le habían volcado su carromoto y se burlaron de él malamente. No me quiso decir quiénes fueron para que yo no interviniera. Parece mentira que entre nosotros se críen zagales con esa maldad. Me costó animarlo. Pero sé que pasados unos días ya había olvidado y perdonado aquellas actitudes de poco respeto. Tenía mucho genio, pero también tenía un corazón curtido en el perdón.

          Poco a poco su salud fue entrando en duros combates. La velocidad de su vehículo bajó y su mirada se veía perdida como si estuviera soñando despierto. Él, que en ocasiones corría veloz como un joven adolescente. Algún ictus le afectó al habla y poco a poco dejamos de entender lo que quería decirnos.  No te entiendo, Juan Pedro, vocaliza. Y se cabreada, elevaba la voz pero se le entendía mejor.A veces aceptaba mis correcciones, sabía que eran hechas desde el cariño y la amistad.

          Siempre era mi confidente en el tema de los rezos. Un día en que me marchaba para ser intervenido quirúrgicamente le encargué que rezará por mí. Y lo hizo. A los pocos meses al pasar por mi casa, pues somos vecinos,  me espetó: ya puedes rezar tú por mí que tengo un cáncer de pulmón. Se me heló el alma. Se le notaba agitado y su aspecto había cambiado. Empecé a rezar por él. Unos días después me enteré de que estaba ingresado en el Hospital del Camino del Huerto. Lo visité en varias ocasiones, pero no las suficientes. Perdona, Juan Pedro mi falta de caridad. Llevaba en mi cabeza visitarlo en breve pero el confinamiento del covid-19 se interpuso y no me atreví a volver a verlo en prevención de posible contagio.

           Hoy, Jueves Santo, me ha llegado por wassap su fallecimiento.Ya es tarde para verte, amigo. Confieso que este es mi peor pecado, el llegar tarde a las personas. Y dadas las condiciones legales impuestas no podré ir a tu entierro. ¡Qué dolor para Joaquina tu madre y tus hermanos! Sola a solo. Solos. Qué el buen Dios te acoja en su Reino y tenga sobre su mesa de juicio tantas cosas buenas que yo sé y  muchos saben que hiciste. Intercede por los que aquí quedamos.

 

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