Ya en la calle el nº 1041

José María Sandoval

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de Caravaca y de la Vera Cruz.

Otra de las personas que, por méritos propios, se ganó en vida el aprecio y cariño popular, y por tanto no merece caer en el olvido y sí figurar en el virtual cuadro de honor de quienes, consciente o inconscientemente, hicieron posible la Caravaca de hoy, fue José María Sandoval Sánchez , cuyo recuerdo se ha mimetizado con el lugar urbano donde desarrolló gran parte de su actividad laboral y familiar, hasta el extremo de que, al pasar por la intersección de las calles Colegio y Pocico, aún sin proponértelo viene a la memoria la imagen bonachona y apacible de Sandoval, siempre a pie de obra, embutido en su cubrepolvo azul y ocupado en la encuadernación de un libro o en una manualidad inconclusa.

José María Sandoval nació en Caravaca el 12 de junio de 1925, siendo el primero de los cinco hijos fruto del matrimonio formado por José Sandoval y Felisa Sánchez, a quien siguieron Pura, María, Antonio y Dolores; quienes vinieron al mundo en la casa familiar de la C. Domingo Moreno, donde aquellos establecieron su domicilio.

Su formación tuvo lugar en el Colegio de las Monjas de la Consolación, de la mano de Sor Evarista. El obligado servicio militar transcurrió en Palma de Mallorca en donde, además de hacer muchas amistades, aprendió los secretos de la electricidad y la radiotécnica, actividades a las que le habría gustado dedicarse, y en las que siempre sobresalió, aunque como aficionado y no de manera profesional.

Con su moto Guzy
Con su moto Guzy

De nuevo en Caravaca y con los papeles bajo el brazo, se colocó como dependiente en la tienda de comestibles que Adelino tenía en la Esquina de la Muerte; y se casó, el 15 de marzo de 1955, con Sagrario Romera Robles, su novia de toda la vida, con quien mantuvo noviazgo durante doce largos años, estableciendo el domicilio familiar, primero en Domingo Moreno y luego en la C. Colegio, donde nacieron sus hijos José Joaquín y Felisa María.

Su cuñado Tomás Romera lo introdujo en la Oficina de Contribuciones al frente de la cual figuraba en Caravaca Carlos Oliva Llamusí quien, además de José María, tuvo como empleados al citado Tomás, a Martín Robles, a Alfonso Ferrer el Pili, y más tarde a Paco Yago, José Robles Sabater y Antonio García Ferrández. La Oficina de Contribuciones (donde se abonaban impuestos como el actual IBI y otros relacionados con la propiedad rústica y urbana), se ubicaba en la entonces calle de María Girón, frente al Hotel Victoria, en edificio hoy de propiedad municipal, ocupando la planta baja del mismo, mientras que las dos superiores eran viviendas donde habitaban las familias de Pedro Antonio Orrico y Pedro Robles.

La actividad en Contribuciones sólo tenía horario de mañana, por lo que José María, hombre inquieto y trabajador de veinticuatro horas diarias, montó un discreto negocio de encuadernación artesanal y restauración de libros antiguos que, con el tiempo, amplió a imprenta en la que se imprimían trabajos de poco volumen como recordatorios de primera comunión e impresaje oficial, siendo sus principales clientes Paco Liceo (quien le encomendaba con frecuencia encuadernar fascículos coleccionables), Luís Martínez Carrasco, Miguel Robles, Rafael Orrico, Luís Jiménez Jaén y la gran mayoría de la población que requería trabajos de la naturaleza de los mencionados. También fueron sus clientes los ayuntamientos de Caravaca y de las localidades vecinas de Cehegín, Moratalla y Calasparra.

Animado por la familia montó una pequeña tienda en la Pl. del Arco, donde el público se abastecía de material de oficina y servía para recibir trabajo de encuadernación y restauración. El negocio se trasladó pronto a la C. del Colegio, terminando en el bajo de su propio domicilio.

Obligado por las circunstancias laborales hubo de hacerse cargo de la oficina de contribuciones de Moratalla, para cuyo desplazamiento adquirió una moto Guzy de color rojo la cual, con el tiempo, fue sustituida por otra, en este caso marca Lambretta. Con posterioridad a Moratalla, y ya como funcionario de carrera de la Agencia Tributaria, se incorporó a la oficina de Mula, a donde a diario se desplazaba en La Alsina, ya que nunca quiso conducir vehículos de cuatro ruedas.

Sin embargo, las tardes seguían siendo suyas, aprovechando el tiempo sin perder un solo instante. Se hizo agente comercial y representó colchones de la marca Sema. Conservas de pescado como Albo. Productos higiénicos como el dentífrico Denticlor, y la crema de manos Uve; así como regalos publicitarios y de empresa, cuya marca Edijar puso en él toda su confianza.

En la azotea de su casa
En la azotea de su casa

A pesar de lo dicho aún sacaba tiempo para colaborar en actividades locales relacionadas con la Semana Santa y las Fiestas de la Cruz. En la primera fue alma (junto a Demetrio Espallardo, José Muñoz, Lorenzo de Gea, Perico el Altoy José Antonio Jata) de la revitalización de la misma que ha llegado a nuestros días y que dio comienzo en los años sesenta del pasado siglo.

En los primeros años de la reconversión de las Fiestas de la Cruz colaboró en la organización de las mismas formando, en 1963, un grupo de motoristas que, con sus propias motos despejaban la carrera para los desfiles, en actividad similar a la que hoy lleva a cabo la policía municipal en la tarde del 4 de mayo. Su figura, junto a la de Roque Gabarrón, walki-talki en mano y brazalete identificativo, coordinando el desarrollo de desfiles y procesiones, fueron imagen inseparable de los primeros años de la actual configuración festera.

Colaboró como técnico en la Emisora Parroquial y, en sociedad no lucrativa con su gran amigo Jaime Hervás, hallaban solución a cualquier problema que presentaban los aparatos de radio y pequeños electrodomésticos de uso común. Su familia aún conserva una colección de siete aparatos de radio, que sus respectivos dueños le fueron regalando al dejar su funcionamiento por imposible. En su honor y recuerdo es preciso afirmar que todos ellos funcionan a la perfección tras las oportunas reparaciones llevadas a cabo por José María.

También formó parte del grupo de radioaficionados de Caravaca, junto a Fernando Barquero, José Ramón Medina, Manolo León, Pedro y Mariano García-Esteller Guerrero y Juan García Talavera, siendo su indicativo: I Y Z (Eco-bravo 5 India Yanki Zulú).

Desde la perspectiva del tiempo, a José María Sandoval se le recuerda por muchas cosas, y entre ellas por haber sido un gran artesano manual, a quien nada se le resistía. Nunca se le vio perder el tiempo en bar o cafetería alguna, ya que siempre tenía mucho trabajo que hacer. Así lo aceptaron sus amigos: el relojero Pedro San Nicolás y el droguero Matías el Levi, entre otros, con quienes disfrutaba en amena tertulia, siempre en el taller de su casa, mientras trabajaba.

Sagrario, su mujer, acostumbrada a la vida ordenada y metódica de José María, le acompañaba diariamente a la misa que a las 9 de la mañana se celebra en la Residencia de Ancianos del camino de Mayrena. El 10 de noviembre de 1999, al regresar en dirección a su domicilio, le sorprendió la muerte en plena calle. José María le sobrevivió 45 días, falleciendo de manera repentina, en su propia casa, el 25 de diciembre siguiente, mientras concluía un trabajo manual con el que sorprender a sus nietos en la siguiente Fiesta de Reyes.

Tantos años después de su muerte, aún parece que permanece encendida la luz de su taller, a pie de calle, donde Pocizo se entrega a Colegio; con José Maria dentro, encuadernando el libro de su propia vida.

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