Ya en la calle el nº 1041

Doña Josefina Zapata

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

Aunque no nació ni murió en Caravaca, el destino la situó entre nosotros durante gran parte del S. XX, perfectamente integrada en el Magisterio y en la sociedad local, y hasta prestando su propio apellido a su esposo D. Francisco García Marín, comDoña Josefina Zapata con la familiao tiempo atrás dejamos constancia en esta misma sección de EL NOROESTE.

De padres Gallegos, Dª. Josefina Zapata Pardo nació en la localidad coruñesa de Culleredo, en junio de 1907, siendo la penúltima de 17 hermanos de los que sólo sobrevivieron once. Sus padres se ocupaban de cobrar el entonces impuesto del “portazgo”, que el cabeza de familia simultaneaba con el cargo de secretario del juzgado local. Muy guapa y rubia, como sus hermanas, todas ellas eran conocidas en el pueblo como “las inglesitas”.

Tras cursar los estudios primarios en la localidad referida, estudió Magisterio en La Curuña, obteniendo su primer destino como Maestra Nacional en Fragachat, término municipal de Betanzos. Tras el que ocupó otros en Puentedeume, Esperela y Betanzos, donde contrajo matrimonio con su colega D. Francisco García Marín, en compañía de quien obtuvo plaza en Zujar (Granada), en 1941, trasladándose a Caravaca en 1943.

La guerra civil le sorprendió en Esperela donde a lo largo de los años de la misma en que motivos bélicos la alejaron de su esposo, voluntariamente ejerció de costurera cosiendo ropa para el ejército de Franco, lo que le valió una condecoración posterior de la Jefatura del Estado por su desinteresado trabajo a favor de la “causa nacional”.

Como era habitual entre los maestros y maestras de la época a que me refiero, sus cuatro hijos nacieron en sitios diferentes de acuerdo con el lugar de destino: Paquito es gallego. Tere y Carmen andaluces, y María José de Caravaca.

En la ciudad se incorporó al claustro de profesores del grupo escolar “Isabel la Católica”, entonces en la C. del Teatro y edificio que con el tiempo llegó a ser “Casa Parroquial” de la feligresía de El Salvador. Allí compartió espacio con recordadas maestras como Dª. Manuela Espinosa, Dª. Esperanza, Dª. Felisa y Dª. Joaquina; encargándose primeramente de los párvulos y después y de manera prolongada del “segundo nivel”. En el citado centro escolar permaneció hasta su desaparición, momento en que fue destinada al colegio “La Santa Cruz”, donde concluyó su vida profesional, a los 59 años, jubilándose anticipadamente por culpa de una fibrosis pulmonar crónica.

La familia tuvo su domicilio, desde su llegada a Caravaca, en la C. Larga, cambiando el mismo a Rafael Tegeo entre 1973 y 1976, fecha esta última en que abandonaron Caravaca, trasladándose a vivir al barrio murciano de Vistabella donde, tras larga depresión agravada por la edad, falleció en diciembre de 1991.

Dª. Josefina fue mujer de educación eminentemente tradicional, que vivió siempre a la sombra de su esposo, cuya arrolladora personalidad la protegió de por vida. Muy preocupada por la salud física y espiritual de sus hijos, aquella por el temor a la tuberculosis, enfermedad de la que fallecieron algunos de sus hermanos, y ésta por su acendrada religiosidad que le llevó a pensar en la vida conventual durante su primera juventud.

Compaginaba el trabajo docente con largas horas de oración y las labores domésticas, para las que tenía especial habilidad. Manejaba con soltura los “bolillos”, cuyo encaje aprendió en Camariñas, y era una virtuosa del “fribolité”.

Muy vinculada a la Orden Franciscana Seglar (entonces denominada “Orden Tercera de S. Francisco”), con sede en la iglesia del convento de Sta. Clara, fue durante años “hermana ministra” de la misma. Entretenía a sus hijos, durante la infancia de éstos, leyéndoles vidas de santos, especialmente “La historia de un alma” (autobiografía espiritual de Sta. Teresita del Niño Jesús).

De muy poca relación social, sus salidas al margen de la escuela y la iglesia, eran al domicilio de su vecina familia “Villajos”, y al mercado de abastos o al comercio de comestibles que Cruz Barreras regentaba en el Puente Uribe.

Hacendosa en la costura, solía adquirir las telas con las que ella misma cosía los vestidos de sus hijas, en el comercio de tejidos que regentaba “el Tío Amarillo” en la C. del pintor Rafael Tegeo (aún con actividad comercial y nutrida y acreditada clientela); así como a un comerciante en telas que visitaba su casa. En la costura familiar, como era habitual entonces, ayudaban profesionales a domicilio como Antonia y también Isabel (que venía de Navares).

Sus alumnas, entre ellas Pilar Yago y Gertrudis Ramos entre otras, la recuerdan como una mujer meticulosa, exigente y ordenada en el trabajo. De buen cuerpo, alta y muy rubia. De modales distinguidos y exquisita educación. Muy poco dada a la relación social, limitada a compartir con sus colegas de profesión la fiesta anual del Día del Maestro por S. José de Calasanz en el mes de noviembre y poco más. Con una amiga íntima (Soledad Pulido), con quien le unían aficiones religiosas y devociones comunes; y muy buena cocinera especializada en cocina gallega.

Dª. Josefina, como era conocida por la sociedad caravaqueña de su tiempo, aún es recordada con veneración por sus alumnas, hoy venerables madres y abuelas, para quienes no sólo fue maestra de primeras letras, sino que prolongó su actividad docente con el ejemplo y la lealtad a unos valores que, heredados de sus mayores, supo transmitir con el ejemplo, proponiéndolos y nunca imponiéndolos.

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