Ya en la calle el nº 1041

¿Cuándo se jodió Caravaca?

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Orencio Caparrós Bravo. Diciembre 2017
Zabalita, ¿cuándo se jodió el Perú? De modo retórico, Vargas Llosa en su obra, “Conversación en la catedral”, hace preguntar a sus protagonistas repetidamente esta cuestión. La respuesta está en sus más de cuatrocientas páginas, conformando así una de las mejores novelas de la literatura española que yo haya leído. Quien quiera saber, si aún no lo sabe, ¿cuándo se jodió el Perú?, que se lea la novela.

En muchas ocasiones me he planteado esta misma pregunta para España, lo que resulta normal si se considera que he dedicado casi la totalidad de mi vida profesional a explicar Historia de España. Pero que nadie se asuste y deje de leer, porque no pretendo dar un curso de esta materia en unos renglones; en muchos casos un curso entero de un año no ha sido suficiente.
Lo que pretendo aquí es responder a la pregunta de marras pero referida a un ámbito más limitado, más local. ¿Cuándo se jodió Caravaca?, ¿desde cuándo los ciudadanos que sirven a la cosa pública municipal tienen que hacerlo con el temor y el sinvivir permanente de ser personalmente perseguidos?
Veamos un fragmento de historia. Cuando en 1979 el siempre añorado y querido Pedro García-Esteller ganó las primeras elecciones democráticas municipales tras la Dictadura, lo hizo con casi el cincuenta por ciento de los votos, eso no fue motivo para que la oposición, tanto del PSOE como del P C, se lanzaran a una lucha sin cuartel contra el equipo de Gobierno, muy al contrario, personas como Ginés García o Santos Olmo, entendieron que era tiempo de colaborar, poniendo los intereses de Caravaca y los caravaqueños por encima de cualquier asunto personal o partidista. Así fue durante las dos legislaturas en que Pedro gobernó el Ayuntamiento. Y así siguió durante el periodo en que el PSOE gobernó, con el tristemente fallecido Antonio García Martínez-Reina como Alcalde de Caravaca, con un respaldo en votos que osciló entre un cincuenta y dos por ciento en sus dos primeras legislaturas, a un cuarenta y siete en la tercera y última. Durante estos años, 1987 a 1999, la política local fue ganando en carga ideológica, pero nunca se llegó a la persecución o descalificación personal, como lo demostró la comedida oposición que lideró el siempre recordado Gregorio Sánchez Romero desde el CDS, o la colaboración del PP, en la última de las tres legislaturas socialistas, con el prudente y leal Pedro Pozo del PP, y que permitió con su apoyo a la lista más votada, la de Antonio, la gobernabilidad municipal.
Entonces, ¿cuándo se jodió Caravaca? Eso ocurrió inmediatamente después. La noche del 13 de Junio de 1999, tras el recuento electoral, Domingo Aranda se convertía, por deseo de los caravaqueños, en el tercer Alcalde de la Democracia. Y empezó el ruido…El sonido y la furia.
Que Aranda consiguiera más del cincuenta por ciento de los votos, resultado que se repetiría durante cuatro legislaturas, dieciséis años con mayoría absoluta ¡ahí es nada!, no pareció que se encajara con espíritu deportivo. Jesús López, que obtuvo doce puntos porcentuales menos que Antonio Garcia en sus buenos tiempos, apareció, en la entonces Telecaravaca, para avisar que iba a practicar una dura oposición. No mintió, se quedó corto, no fue dura, fue durísima. La explicación de esta actitud está más en razones internas del partido que en una animadversión apriorística contra Domingo. Jesús López contribuyó a que se produjera el cambio de líder dentro del partido, apartando a Antonio García, y abriendo así una división interna en el partido que habría de durar dieciséis años. El sentimiento de frustración y, si se me permite, de ridículo fue lo que creó la negativa a aceptar cualquier iniciativa del gobierno, fuese buena o menos buena, y afrontar cualquier medida como causus belli,., el segundo intento, como es sabido también frustrado, fue motivo para radicalizarse aún más, si cabe.
Fruto de la lucha interna fue la defenestración de Carmen Porras sin motivos aparentes y la llegada de Fernando Romera, convencido de su verdad única y universal. A su lado tenía a Alfonso Sánchez, justiciero obsesionado, hasta los límites de la paranoia, con una especie de teoría de la conspiración y la maldad general. Al alimón Romera y Sánchez, pergeñaron el golpe contra el doctor Elbal, cuya candidatura se veía como posible alternativa ganadora.
Por fin, la lista la encabezó el susodicho Fernando Romera…Y perdió algo más del diez por ciento con respecto a Carmen Porras, ¡y veinte con respecto a Antonio García! Un treinta por ciento de los votos fue su parco logro tras años buscando derrotar a Domingo, los peores datos del PSOE caravaqueño en toda su historia desde 1979. Ante las evidencias cabían dos posibilidades, que yo vea, o aceptar la realidad realizando una oposición prudente o empezar una guerra sin cuartel judicializando la vida política y utilizando los largos tiempos de los procedimientos judiciales para hacer campaña electoral. Todos conocemos el resultado de la disyuntiva, y todos sabemos cuáles han sido las consecuencias a día de hoy.
Seguro que los lectores, con lo dicho hasta aquí, habrán sacado sus propias conclusiones, pero no puedo finalizar sin dar las mías. A saber, estos individuos citados desde 1999, excepción de Carmen Porras, no han hecho otra cosa que darse patadas en nuestros culos. En el culo de cualquiera que haya sido concejal o lo que sea de lo que ellos consideraron no sus rivales sino sus enemigos.
Consiguieron, al menos temporalmente, incluir Caravaca entre los ayuntamientos que cambiaron de signo político, para resaltar el patético y torticero “logro” municipal”, ya que el regional no pudo ser, de González Tovar; situar a Caravaca en todos los medios de comunicación como ejemplo de oprobio y vergüenza; dañar la imagen personal, el bolsillo, y a las familias de caravaqueños cuyo único delito fue hacer lo mejor que sabían y podían por nuestro pueblo. Buscaron la vía penal, porque con ella se abría la caja de Pandora del espectáculo mediático, y no el contencioso administrativo como hubiera sido razonable, y porque de ese modo, algún que otro aprendiz de periodista, podía, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, repetir, a modo de mantra, una culpabilidad (no supuesta, sino afirmada), aunque no hubiera sentencia alguna que así lo demostrara, incluso atreviéndose a sugerir que Aranda debería renunciar a su título de Hijo Adoptivo de este pueblo; no cabe más miseria.
Por su parte, el actual teniente de alcalde, Enrique Fuentes, no dejó escapar la oportunidad para hacer campaña electoral, argumentando, con una impostura que se pasaba por debajo del forro la presunción de inocencia, la culpabilidad de las personas que estuvimos al frente de la política municipal. Debiera pedir perdón, o irse.
Con toda la gravedad de lo anterior, creo que lo peor es el legado de desconfianza que se ha instalado y que afecta a todos los que se dedican y dedicarán a la vida pública municipal. Uno de los problemas de las minas antipersonas es que pueden afectar a quien las ha puesto; el más pequeño olvido y se pisan… Luego cada cual, Sr. Alcalde, recuerda que tiene familia, honor y espíritu de sacrificio, y dos huevos fritos. El recurso a la fiscalía, como si se tratara de una asesoría más, Sr. Alcalde, tiene sólo un nombre: “Denuncia”, lo demás son eufemismos para engañar a los no avisados. Siguen colocando minas…El espacio de un artículo no da para más. Pero hay mucho más.
Desde Junio de 1999 se convirtió a los adversarios políticos en enemigos: un adversario tiene que ser derrotado; un enemigo destruido. Ese fue el cambio de las reglas del juego, y así se jodió Caravaca.

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