Ya en la calle el nº 1041

Convencionalismos caravaqueños

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

Define el Diccionario de la RAE la palabra convencionalismo como el acto, la costumbre o la indumentaria que se atienen a normas mayoritariamente observados. Me referiré hoy a los convencionalismos propios de la sociedad caravaqueña durante muchos años, hoy perdidos en su inmensa mayoría en el seno de un colectivo que ha cambiado mucho en muy poco tiempo. Como siempre, invito al lector a completar con sus propias vivencias y recuerdos, los huecos que dejan las ausencias del Cronista.

JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

Define el Diccionario de la RAE la palabra convencionalismo como el acto, la costumbre o la indumentaria que se atienen a normas mayoritariamente observados. Me referiré hoy a los convencionalismos propios de la sociedad caravaqueña durante muchos años, hoy perdidos en su inmensa mayoría en el seno de un colectivo que ha cambiado mucho en muy poco tiempo. Como siempre, invito al lector a completar con sus propias vivencias y recuerdos, los huecos que dejan las ausencias del Cronista.

Convencionalismos caravaqueñosNo he de entrar en lo que se consideran formas de buena o mala educación, ni en la urbanidad (otrora materia de aprendizaje en los planes de estudios en primaria y secundaria); y sí en lo que sin ser bueno o malo, se repetía por costumbre sin estar codificado ni verbalmente ni por escrito en ningún sitio. Buena parte de estos convencionalismos tienen que ver con la actividad diaria relacionada con la religión, lo que explica que en una sociedad cada vez más laica hayan desaparecido en su inmensa mayoría, aunque muchos de ellos perviven e incluso algún día serán estudiados con metodología arqueológica.

En la decoración del hogar no faltaba nunca un cuadro de la “Ultima Cena de Cristo” en el comedor, siendo esta pieza uno de los regalos de boda ofrecidos a los nuevos contrayentes. Tampoco faltaba en el dormitorio conyugal un motivo religioso sobre la cabecera de la cama, que solía ser un crucifijo o imagen de la Virgen María; objeto decorativo convencional que se extendía al resto de los dormitorios del hogar doméstico.

Cuando la familia se sentaba a la mesa, y el cabeza de la misma, o la madre en su defecto, se decidía a partir el pan (redondo, y no en barras como muchas veces ahora), siempre se hacía la señal de la cruz en el reverso o parte plana del mismo. Y si a alguien se le caía al suelo un trozo de pan (en este momento o en cualquier otro del día), al cogerlo se besaba, antes de proceder a su consumición o a disponerlo sobre la mesa.

Si en el transcurso de una reunión entre varios, o conversación entre dos personas, una de ellas estornudaba, el resto de los presentes decían : “Jesús”, y el “estornudante” agradecía el gesto con un efusivo o lacónico “gracias”. Este convencionalismo, cuyo origen y significado ignoro, aún permanece activo en gran parte de la sociedad, sobre todo entre personas de edad avanzada. También sucede cuando una persona eructa en público, y los presentes le desean un “buen provecho”, si bien lo del eructo, si es sonoro, es tenido socialmente como de mala educación por quien lo produce.

El haber transcurrido parte muy importante de mi vida frente al templo mayor caravaqueño de El Salvador, me permitió observar convencionalismos puntuales muy repetidos como el santiguarse las personas al pasar ante la puerta del mismo o cubrirse las mujeres la cabeza para entrar en su interior con un velo, mantilla o simple pañuelo “moquero”, cuando la entrada no estaba programada con anterioridad. En ceremonias religiosas sociales de cierta etiqueta, las mujeres se cubrían (y siguen haciéndolo) con ostentosos y elegantes tocados. En cambio los hombres se descubrían cando la generalidad de los mismos habitualmente llevaban sombrero o gorra, tanto en invierno como en verano.

La religión fue siempre más exigente en las formas con las mujeres que con los hombres. A la costumbre de cubrirse la cabeza, al menos simbólicamente, como acabamos de ver, hay que añadir la de no desprenderse de las medias ni en temporadas o días de mucho calor, y de entrar en el templo con brazos y escotes cubiertos. De la lucha entre viejos e intransigentes curas, y novias y madrinas ligeras de ropa en la ceremonia religiosa nupcial, fui testigo en muchas ocasiones, actuando de “monaguillo” en dichos enlaces; y recuerdo casos concretos, un tanto esperpénticos, que ya no tienen lugar.

Bendiciones de nuevos domicilios y vehículos antes de comenzar a usarlos, entronizaciones de imágenes del Sdo. Corazón de Jesús en domicilios públicos y privados, y otros relacionados con la muerte y exequias de los vecinos, eran convencionalismos muy frecuentes otrora, que paulatinamente decrecen en número e intensidad.

Entre lo social y lo convencional hay que situar la costumbre de “irse con el novio” (que ahora se denomina “vivir en pareja” y es costumbre social cada día más generalizada). Aquello era tenido como una afrenta para la familia de ambos, aunque se consideraba peor socialmente la decisión femenina. Entre los padres de uno y otra se convenía de inmediato la solución, fijando la boda religiosa lo antes posible en el tiempo. Aquello se denominaba “casarse por detrás de la iglesia”. La ceremonia tenía lugar en la sacristía del templo a muy temprana hora de la mañana y con presencia exclusiva de contrayentes, padres y padrinos, con indumentaria sencilla “de diario”. Irse con el novio era, en ocasiones, asunto convenido para evitar los cuantiosos gastos de la boda, pero ello marcaba a la pareja durante años, sobre todo si sucedía en el seno de clases sociales distinguidas.

También entre lo socialmente correcto y lo convencional tenía que ver el saludo callejero entre el hombre y la mujer, quitándose momentáneamente éste el sombrero, o simplemente haciendo ademán de hacerlo, pero esto entra dentro de la urbanidad o buen comportamiento social, amplio código de buenas maneras que entraba en detalles como el comportamiento callejero y en la mesa. El tratamiento, el saludo y un largo etcétera que los niños de mi generación aprendimos en la escuela y cuyo aprendizaje queda ahora a discreción de la familia más próxima, quien de acuerdo con sus conocimientos y sensibilidad, presta más o menos atención a las formas sociales.

Lo dicho hasta aquí trasciende a las simbólicas fronteras locales, y sirve para el resto de los lugares de la Comarca Noroeste e incluso de la Región donde, con ligeras variantes, no es extraño encontrar los mismos convencionalismos, en cada caso adaptados al lugar concreto donde se producen.

 

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