ANTONIO F. JIMÉNEZ
Yo le estaba escuchando por la radio, otro día más, otra noche más, a él, que tantos besos, abrazos, carantoñas y achuchones múltiples me dio. Me encontraba aquella tarde sentado en la cama, atándome las cordoneras de los zapatos. Un homenaje a Charlie Parker, le oí decir.Deslicé la yema del pulgar y subí el volumen de su voz, siempre apacible y amiga bajo ese toldo blanco de su bigote que nadie veía, mientrasseguí recreándome en el arte de los nudos. Cifuentes, Juan Claudio, Cifu. Me quedaba tan solo el tiróndecisivo de la cordonera cuando comenzó a sonar el saxoevocador. Era ese momento de rabia sonriente en que pensar en las obligaciones que nos aguardan nos produce un hondo decaimiento.Silencié el placer. Pasados unos días, un amigo me comentaba que había escuchado no sé qué en Radio 3 y yo le menté a Cifu con una ilusión inusitadamente desaforada, incluso con ganas de contarle lo de Charlie Parker y mi lentitud al atarme los zapatos aquella tarde. Mi amigo se quedó pensativo. “Cifuentes ha muerto esta semana”, dijo como buscando en mí la certificación.Me dejó mudo. Ahora, en el silencio de casa, he buscado su nombre y aparecen como coronas de flores todas las noticias que anuncian su fallecimiento y repasan su vida y cuentan aquello de que Cifuse trajo a España todo ese jazz del que se empampó cuando vivió de niño en París.Radio Clásica repitió algunos de sus programas a lo largo de todo el día fatídico, cuando yo jugaba a atarme las cordoneras a cámara lenta sin saber que lo que escuchaba era ya el homenaje de adiós; sin tener yo ni idea decómo se había venido la muerte tan callando bajo ese encantamiento de Charlie Parker, que se convirtió en el susurro melódico de una meditabunda oración funeraria.