Ya en la calle el nº 1041

Carmen Pozo, la cuarta reina cristiana

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Los Reyes Cristianos Carmen Pozo y Francisco Javier Martínez Girones

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de la Región de Murcia.

Corría el otoño de 1968. Gobernaba en Caravaca como alcalde José Luís Gómez Martínez y regía la Cofradía de la Vera Cruz, Manuel Sainz de Vicuña y García Prieto (Marqués de Alhucemas). Las Fiestas aún no habían cumplido dos lustros desde su reconversión en 1959, pero la ilusión y los logros obtenidos iban en aumento. Era Presidente del Bando Moro el juez Francisco Martínez Muñoz, y del Cristiano el médico Alfonso Zamora Samper.

Durante la última edición de Fiestas había cumplido felizmente su reinado Loli  Nevado Medina y seguía en su puesto, como Rey Cristiano, Francisco Javier Martínez Gironés. Se hacía preciso encontrar la persona adecuada para representar dignamente la figura histórica de Beatriz de Suabia, y la directiva del Bando se fijó en una preciosa muchacha que daba perfectamente el tipo de lo que para nosotros era una Reina Cristiana. Vivía en la entonces calle del General Mola y estudiaba Ciencias Biológicas en la Universidad de Murcia. La elegida era Carmen Pozo García (aunque en su partida de nacimiento figurase el nombre de Mari Cruz).

Tan pronto fue aceptado el reto por su madre, Carmen García, viuda del industrial Francisco Pozo, comenzaron los preparativos. La reina electa contó con sus mejores amigas par acompañarle como damas de su corte (según era costumbre entonces): María Dolores Carrillo, Liles Castillo, María José Suances, Rosa García-Esteller y Margarita Tudela; y entre todas buscaron un picadero en Murcia donde aprender, y soltarse, en el manejo de los caballos que habrían de montar meses después. En la zona de “Puertas de Castilla”, un tal Parrita las acogió como sus amazonas, pero inesperadamente falleció el  animal, de nombre “Romero”, que había de montar Carmen. Fue en este momento cuando apareció en escena el rejoneador Silvestre Orenes, con amplio y bien poblado picadero en la pedanía capitalina de Santa Cruz, quien las acogió y dirigió hábilmente en el necesario adiestramiento. En la cuadra, el caballo “Duque” fue el preferido por la Reina. Un animal negro, joven, nervioso, esbelto y muy noble, con el que nunca tuvo ningún problema durante los cinco meses que duraron las prácticas diarias vespertinas, ni a lo largo de los días de fiesta.

Su presentación pública tuvo lugar durante la Navidad siguiente, en el transcurso de una fiesta en los salones del “Círculo Mercantil”, en la que actuó como maestro de ceremonias el incondicional Félix Sabater, e hizo la presentación oficial el ya citado presidente del Bando Cristiano. Los grupos y mesnadas rindieron pleitesía a su reina, y le obsequiaron con ramos de flores y cajas de bombones, que la soberana repartió, con exquisita delicadeza, entre las damas asistentes al acto (a excepción de una de la cajas, que aún conserva sin abrir, más de medio siglo después). Una orquesta amenizó el baile, que se abrió con un vals que bailaron el rey Francisco Javier y la reina Carmen, al que se sumó después toda la concurrencia.

Si la principal preocupación de la Reina y sus damas había sido, hasta ahora, el dominio de sus respectivos caballos, la de su madre y sus tías (Carmen y Cruz Pozo) era la de reunir el ajuar adecuado con que sorprender al pueblo el siguiente dos de mayo. Se repitieron las visitas a la casa “Cornejo” de Madrid (donde aconsejaron el alquiler de indumentarias, a lo que ellas se negaron pues la ilusión de todas era tener su propio ajuar festero). También se repitieron las visitas al Museo de Prado, para ilustrarse en pinturas de la época sobre detalles como escotes, peinados y otros extremos. Ya en Caravaca se tuvo en cuenta el siempre acertado consejo de Pedro López Guerrero (el popular Perico el Alto), y se encargó el bordado de trajes y capas a las Hermanas Valdivieso. Los abalorios se adquirieron en Madrid, en un comercio especializado de la calle “de la Bolsa”, que se alternaron en las salidas con joyas familiares antiguas. La corona, como no podía ser de otra manera, salió de las manos del gran platero, maestro de tantos otros, Antonio Ros,

De la peluquería se encargó otra maestra local: Fermina, que tenía su negocio en la calle del “Poeta Ibáñez”, junto a la “Botica de las Columnas”. La costurera fue Anita Ortiz, por lo que se puede afirmar que la reina Carmen contó con un equipo de gran calidad artística, casi exclusivamente local, que trabajó intensamente durante meses para que todo estuviera dispuesto en la radiante mañana del dos de mayo de 1968, cuando el grupo de “Caballeros de S. Juan de Jerusalem”, acompañando al rey Francisco Javier, fueron a recogerla en su casa para incorporarse por primera vez a la gran maquinaria festera.

Nuestra Reina aun recuerda las palabras ilusionadas de su madre momentos antes de salir del domicilio paterno: “Cariño, ya estás en la calle. No hay retroceso”. También recuerda, entre otros muchos momentos, la primera subida al Castillo, sobre “Duque” al galope la cercanía física a la Santísima Cruz durante la ceremonia del “Baño del Vino” y su incorporación  a la “Cuesta”, despojada de parte de su indumentaria, para vivir, como lo había vivido siempre, la intensidad emocional de la “carrera”. Presenciar el “Parlamento” desde uno de los balcones de la entonces casa de la familia “Sebastián de Erice”  (pues aun no se había implantado la costumbre de acompañar al Rey durante el desarrollo del mismo). Los bailes nocturnos en la “Lonja” (antes de la llegada de “los Refugios”). La “Diana del día uno” con la “Banda de Pablo” a las puertas de su casa, poco después del amanecer; y la gentileza (siempre demostrada) de los Caballeros de S. Juan cuando, el Cinco por la tarde, en la escolta a la Santísima Cruz durante su subida al Castillo, se despojaron de sus capas para cubrir su cuerpo, y el de sus damas, en el momento en que la lluvia primaveral (siempre tan inoportuna durante las Fiestas), hizo acto de presencia.

Muchos son aún sus recuerdos de aquellos dos intensos años, que fueron el comienzo de otras muchas experiencias festeras con sus hijos y nietos. Con sus damas, todas ellas inseparables amigas aún, y con aquel, su Rey Francisco Javier, con quien contrajo matrimonio años después y con el que, más de medio siglo más tarde, ya en el otoño de la vida, encara el futuro, rodeada del cariño de los suyos, y también de los demás.

 

 

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