Ya en la calle el nº 1041

Billie Holiday, Lady Day

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN

Es sin duda el amor quien escribe sobre causas perdidas, es lo que te hace buscar en otros lo que no encuentras en ti. Billie Holiday encontró en su voz la salida de la pobreza, para volver a ella de la mano de su corazón y sus adicciones.  Su voz la elevó durante un tiempo, para caer después en el más largo de los silencios.

Nació como Eleanora Fagan Gough. Su madre recién cumplía 13 años cuando dió a luz un  7 de abril de 1915 en Philadelphia . Su padre, Clarence Holiday, un guitarrista incipiente de 15 años, pronto se fue de gira, para no volver, y la madre, que trabajaba como sirvienta y prostituta, no conocía muy bien el sentido de la maternidad. Es su infancia un relato afroamericano de Dickens, pobreza, malos tratos, abandono y un final con violación a los 11 años por quien se suponía que cuidaba de ella mientras la madre trabajaba: su tío.

En 1928 se marcha a vivir con su madre a Nueva York, a un burdel en Harlem, donde escucha por primera vez la música de Louis Armstrong mientras limpiaba el prostíbulo. Pronto comenzó a cobrar por lo que ya habían tomado gratis y se hizo prostituta. Con 16 años cantaba por 18 dólares en los bares, fumaba marihuana y bebía con regularidad. Una noche loca bebió de más y se quemo el pelo. Lo tapo con lo primero que tuvo a mano: gardenias blancas. Esas flores serían su sello personal unido a su nuevo nombre: Billie.

En  “Pod´s and Jerry´s” la descubrió John Hammond, un productor de discos. Sería el principio de veinte años de escenarios, grabaciones y giras. Billie se transformó en una estrella de los escenarios de los clubes de Nueva York a principios de los 40.

Si su fama subía como la espuma, su vida iba en caída libre. En una de esas giras conocería al saxo tenor Lester Young, quien se convirtió, amante a ratos,  en el amigo más incondicional.

Tuvo dos maridos, y muchos amantes. Algunos de sus amantes fueron sus agentes, y muchos de sus agentes, sus proveedores de drogas, pero todos vivieron de su dinero. Debe ser que de aquella vida de prostituta le quedó el gusto por los proxenetas.

 

Fue encarcelada por drogadicta, lo que le llevo a perder su licencia para poder actuar en los lucrativos locales nocturnos neoyorquinos y la  empujó  a giras cada vez más lejos del mundo y más cerca de las drogas. Las humillaciones por parte de las autoridades eran constantes: la perseguían y la exigían que se declarara como “delincuente” cada vez que entraba o salía del país.

En 1954 viajó a Europa y se dio cuenta de que no sólo era conocida en los Estados Unidos, sino que en casi todo el mundo. En esa época tenía una nueva pareja, Louis McKay, quien le consiguió muchos conciertos y la mantuvo alejada durante algún tiempo de las drogas y sus ganancias. Se quedó con todo lo que ganó. Se casaron en 1957 y duró el matrimonio lo que duró la abstinencia de ella. Cerrada la caja registradora, el tendero salió huyendo.

En sus últimos dos años de vida, vivió sola en un apartamento de Nueva York, perseguida por la policía por drogadicta y alcohólica.

Murió sola el 17 de julio de 1959 en su casa tras ser expulsada del hospital al pillarla drogandose. Tres meses antes había muerto su querido Lester Young y en su funeral le prometió que ella “sería la próxima”. Tenía 43 años  cuando se apagó para siempre, pero hacia tiempo que su voz sólo era un susurro.

 

 

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