Ya en la calle el nº 1041

Cuatrocientos años celebrando las Fiestas en honor al Santísimo Cristo del Rayo

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Jesús Sánchez Martínez/Cronista Oficial de la Villa de Moratalla

APUNTE HISTÓRICO.

El pasado año, se cumplieron 401 años del “milagroso suceso” del Stmo. Cristo del Rayo.

Helo aquí:

Era martes, 15 de junio de 1621. Las tres de la tarde. Las campanas de la torre anunciaban al vecindario la proximidad de una tormenta, advirtiéndose gran profusión de aparato eléctrico. Las gentes, ante el insistente tañido del bronce, acudieron masivamente a refugiarse en la iglesia según costumbre. Abarrotado estaba el recinto cuando de repente,  se produjo un gran trueno debido a una chispa eléctrica que penetró por encima del retablo mayor, chispa que vino a impactar, precisamente, en un Cristo Crucificado de madera que coronaba el referido retablo Cuando al rato se disipó la humareda, se advirtió que ni crucifijo–salvo quedar ennegrecido por la acción del rayo– ni tampoco la multitud refugiada en el recinto eclesial,  habían sufrido daño alguno. ¡Había sido un milagro! Así lo entendieron las mentes de aquella época, así se ha venido transmitiendo y así consta en la página ciento cinco del Libro quinto de Bautismos donde al lado de la inscripción del niño al que bautizaron con el nombre de Pedro, hay una nota marginal que dice: Este día y Año sucedió el Milagro del Stº. Cristo del Rayo. En la primera página de dicho libro, hay una nota manuscrita que lo advierte: Enquince de Junio de mil seiscientos y veinte y un años Sucedió el Milagro del Santo Christo del Rayo en esta Parroquial de Moratalla esta anotado eneste Libro alfolio ciento Zinco alabuelta dela hoja Y para q. Conste semando poner esta Razon=

            Al año siguiente (1622)  para conmemorar el suceso con esplendor, la mayordomía nombrada al efecto con objeto de organizar los festejos, decidió hacerlo con “una suelta de reses bravas por las calles del pueblo”         festejo típico de la feria de septiembre cuya comisión organizadora al no disponer de los fondos necesarios, permitió que la reciente Mayordomía del Stmo. Cristo del Rayo, con mayor poder económico, asumiese la organización de dicho festejo el cual, además de “cristianizarlo” por estar considerado “pagano”, lo trasladó a junio para la conmemoración del “milagro”, fiesta o agasajo que hoy en día constituyen las llamadas Fiestas Mayores, los típicos Encierros por Vereda, siguiendo la tradición. Hemos de aclarar, no obstante,  que pese a denominarse en algunos sectores Fiestas Mayores, el Stmo. Cristo del Rayo no es el Patrono de Moratalla sino, Jesucristo Aparecido, patronazgo que comparte con la Virgen de Rogativa y Remedio, pero esa es otra historia. Aclaremos: el Concejo de aquella época, declaró estos festejos “Fiestas Mayores” pero dedicadas al Stmo. Cristo del Rayo, no a los Patronos de la Villa.

CAMBIO DE FECHAS

“Desde siempre”, las Fiestas se han venido celebrando a partir de los días 7-8 hasta el 15-16, aproximadamente, salvo excepciones., reservando el día 15 exclusivamente para  los actos religiosos. Pero en 1967, debido a la notoria ausencia de vecindario en los festejos por encontrarse trabajando en las fábricas de albaricoque, unido a la coincidencia con los exámenes de estudiantes,  se decidió trasladarlas a finales de junio concretamente del 24 al 30, una semana completa,  y como quiera que en aquél entonces tanto el día de San Juan como el de San Pedro (24 y 29, respectivamente) eran “festivos nacionales”, unidos a que siempre acontecía algún fin de semana, “se aseguraban”  tres o cuatro días no laborales por lo cual, tanto vecinos como gente de localidades limítrofes, podrían asistir a las Fiestas de Moratalla. Sin embargo, en 1985 hubo otro cambio de fechas, las actuales del 11 al 17 de julio. Y así se siguen celebrando, este 2022 con más ganas y expectación dado que en los dos últimos años se han suspendido debido a la pandemia del Covid-19, siendo los miembros de la Peña Miuras quienes se encargan de su organización.

AL AMANECER, EN BENÁMOR

Concretamente, en la Casa de Cristo y en especial el día 11 de julio, fecha del primer y esperado “Encierro”.

Es como una cita conmigo mismo, sí: al amanecer, en Benámor. Y será el reencuentro con la sierra que me cautiva. Otra vez el encanto, el misterio, el embrujo, el duende, el sabor exclusivo de estas tierras, su aroma. Sí, otra vez Benámor. Al amanecer, allí estaré siguiendo la liturgia del tiempo. Porque Benámor tiene algo especial, “algo inherente al medio físico, a la tierra, al agua, al aire que se respira, al bosque de pinos que puebla el entorno…

Al amanecer, en Benámor. Con la majestad del Buitre presidiendo desde lo alto y el encanto y elegancia de la Sierra de Los Frailes. Oliendo el romero, el tomillo, el espliego. Y en aire, flotando la cantinela perenne y monótona del concierto del alba, de los mil y un sonidos de los montes, al que en esta ocasión se une el tintineo de cencerros. Esquilas que denuncian y advierten la presencia de las reses que protagonizarán nuestras fiestas. Allí están, tranquilas; mordisqueando la hierba fresca y esperando que llegue la hora. Al amanecer estaré allí para contemplarlas en su aparente soledad, hablar en sordo dialogo con ellas y luego, acompañarlas por la vereda hacia el Pueblo, camino de la Fiesta.

El relincho de un caballo rompe el enmascarado silencio del alba y conforme la luz empuja a las sombras otras voces, otros relinchos, se van uniendo al canto del amanecer. Es como un concierto de bienvenida al nuevo día. Un concierto especial en el que todo Benámor participa aportando sus sonidos particulares en una partitura universal que nadie ha escrito todavía.  Y ahora, ocasionalmente, habría que incluir no sólo el relincho de los nuevos caballos que van llegando al lugar sino también, el vocerío de las gentes y el mugido de las reses, de las reses bravas que disfrutan de Benámor y esperan ser conducidas a la Fiesta en este once de julio.

No quedan ya vestigios de las sombras de madrugada. El horizonte lo domina ahora el sol. Benámor está totalmente despierto. Los gañanes han separado a las reses que entrarán en el primer encierro. Los cencerros de los cabestros van marcando el camino y la comitiva se pone en marcha por la vieja vereda.

El caminar es lento, pausado. Alguna res se detiene y muerde un lentisco nacido junto al sendero; otra se para y mira el revoloteo de una mariposa que danza sobre un romero; pero la manada continua. Hay gente que, a modo de rito, año tras año, suele acompañar la caminata de las vacas por la vereda, compartiendo comentarios y alegrías, renovando al tiempo viejas amistades y aspirando aromas de la sierra. Los caballistas recuperan una vaca que, espantada por algo o sabe Dios por qué, salió casi al trote por entre los pinos cuando, ya al fondo, se divisaban las primeras casas de la población y estábamos a punto de cruzar la carretera al Campo de San Juan.

Era el “primer punto caliente”, al decir de los gañanes. A partir de ahora -continuaban comentando- era preciso guardar silencio y “no hacer extraños” cerca de los animales; cualquier movimiento raro podría espantarlos y hacer “que se volvieran”. Cierto era que multitud de vecinos y gentes venidas de fuera para participar en el festejo, se aglomeraban en el trayecto, en las inmediaciones del viejo Puente de Jesucristo. Y es por eso, por el gentío -quizá- que se advertía cierto nerviosismo entre las reses y los vaqueros, sabedores del problema que podría surgir, presionaron  a los cabestros acelerando el paso, camino de La Pujola.  Aquí, el primer descanso. Tiempo al tiempo entre juncares, baladres y pinos ribereños. Muchas personas en el entorno contemplando la vacada, mansa en el vado del río, mientras alguna rana indiferente y perdida en algún charco, ofrece su concierto particular. Hay que tomar fuerzas antes de emprender la subida al Cerro Hilario, entre almendros ya pasados de flor. La manada acelera el paso; alguna res quiere ir por libre y campea brevemente por esos bancales, pero es obligada a regresar al grupo para cruzar la carretera. A partir de aquí, todo es ya rápido. Las gentes, los corredores, van tomando posiciones cerca del monumento al Nazareno. Alguien grita ¡ya vienen!, y hay quien corre desesperadamente, pero es una falsa alarma. El vallado está repleto de espectadores y toda la carretera; la Plaza del Ayuntamiento y la Calle Constitución, también. En el aire, suena música de fiesta, el público comienza a moverse; se oye, a lo lejos, el tintineo de los cencerros, el galopar de los caballos, el mugido de las reses; la gente corre; el vocerío aumenta; otra vez, gritos de ¡ya vienen, ya vienen…! Y es verdad. Ahora sí. Jinetes, cabestros, vacas y participantes, inician la carrera. El encierro ha comenzado…, todos corren con alegría por las calles de Moratalla… al tiempo que en el cielo, estallan cientos de cohetes.

Y Benámor quedó allí, prisionero de su embrujo, de su encanto, de su misterio, de su duende. Benámor quedó allí esperando que alguien más descubra todo eso…

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