FRANCISCO MARTÍNEZ
Presidían el tribunal cuatro personas elegidas de entre la multitud: un desahuciado a quien el sida envenenó la sangre, acurrucado en una manta pese al sofocante calor, un niño que había muerto de hambre con el cuerpo reducido a pellejos y los ojos abiertos de par en par, junto a él, una madre a la que le habían arrebatado a su único hijo en la guerra y finalmente una niña de quince años que aparentaba el triple, con un cuerpo tan frágil y un rostro tan demacrado que ya ni siquiera podía venderse a los hombres en los sucios arrabales de su ciudad. El juicio había despertado tanta expectación que la sala se encontraba abarrotada por todos aquellos que habían sufrido a causa de hambrunas, guerras e injusticias. En una de las esquinas de la inmensa sala una familia que había perecido en un tsunami pugnaba por hacerse sitio entre un numeroso grupo de víctimas de la peste negra. Los alguaciles intentaban mantener el orden frente a una marea humana que había esperado durante siglos aquel juicio, nunca antes se había sentado en el banquillo de los acusados alguien con tanto poder, sin embargo, las pruebas presentadas por la acusación eran concluyentes y los abogados no tuvieron más remedio que basar su defensa en la declaración de enajenación mental transitoria por lo que solicitaron la libre absolución. El fiscal por su parte argumentó como cargo principal el de negligencia. Tras varias horas de deliberación en aquel día del Juicio Final, los hombres decidieron que Dios era culpabl.