Ya en la calle el nº 1040

Ventajas de no ser joven ya

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Pascual García ([email protected]

No quiero presumir de viejo todavía, porque me estoy reservando ese placer para el momento justo en que ya nadie me pueda afear estas palabras, pero mientras tanto quiero decir que con la edad que yo tengo mi padre ya empezaba a ser viejo y que muy pocos años después se jubilaría del todo. Por supuesto que no voy a comparar la existencia de un hombre que nació a principios del siglo pasado, vivió nuestra lamentable guerra civil, y lo que es peor, padeció los rigores de una durísima posguerra de hambre y privaciones y, no obstante, sobrevivió a todo, se casó y formó una familia.

         Aunque estoy a punto de jubilarme, todavía podría proseguir con mi labor en el aula porque las fuerzas no me han abandonado del todo y la ilusión tampoco, pero tal vez haya llegado el momento de encontrar los provechos y las utilidades de ese alejamiento progresivo de la juventud en que me hallo. Ya no pretendo llegar antes que nadie a ninguna parte, porque si no he sido jamás muy veloz, ahora lo soy mucho menos, y junto a esta tara he adquirido el derecho de que las fuerzas me abandonen de vez en cuando, estoy empezando a desistir de las viejas proezas sexuales en la cama y las estoy sustituyendo por la felicidad de la piel, por la ternura y por la dicha de los orgasmos contados, intensos, definitivos. Y no se me exige luchar por todo, cortarme la cara por una persona más débil, porque esa persona empiezo a ser yo, ni ante las mujeres ni ante los niños he de disimular lo que no tengo ni lo que nunca fui del todo, porque además hay muchas cosas que ya no llegaré a ser jamás ni lo pretendo.

         Sé que nunca he sido feo, pero hace mucho que empecé a ser invisible delante de muchas mujeres,   contaré los años y los logros hasta la fecha de hoy y me olvidaré de lo mucho que me queda todavía y de los años que tal vez no cumpla nunca porque me vaya antes, apenas sin decir adiós. Admiro a los viejos y me gustaría pasar de los noventa, pues en este estado de modesta precaución uno puede resistir más, sin competir en días, en fortaleza o en poder, me mantendré en un discreto segundo plano y me desgastaré lo mínimo, la química y la farmacopea están de mi parte y disfruto del mejor sistema de salud del mundo.

         Tener razón o no tener razón en cualquier diatriba empieza a importarme un bledo y he descubierto esa palabra mágica que no te obliga a lo innecesario, por eso cada vez más digo no y no me explico, no porque sí, no porque no puedo, no sé, no me apetece, no es el momento y basta. Yo creo que esta es la meta de una persona longeva y avispada, decir que no sin argumento, negarse a lo que no le gusta, a lo que no puede o a lo que no sabe. Porque a estas alturas el verdadero premio es que nos hayan dejado en paz al fin.

         Empiezo a paladear las ventajas de ser viejo sin haber llegado del todo a serlo. Miro hacia atrás y siento tanta pereza por el trabajo que he llevado a cabo, por los empeños, por tantos proyectos cumplidos, por tantos sueños hechos realidad. Es posible, pienso, que el auténtico galardón a todo eso consista en disfrutar de unos años de descanso y en merecer la paz eterna, aunque no exista ni dios ni el diablo.

         Pero antes de regocijarse con estas gangas de una vejez prematura, persistiré en los muchos deleites de la vida ahora que empieza a írseme de las manos lentamente.

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