Ya en la calle el nº 1040

Unidos para siempre

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Pascual García ([email protected])

A aquellas últimas filas del cine las llamaron siempre no sin cierta sorna las filas de los mancos, porque no se veían las manos y todo permanecía en la penumbra confortable y un tanto picarona de las caricias profundas que los muchachos hacían a sus novias o viceversa: en un tiempo fueron el exponente de la máxima libertad sexual, allá por los años setenta, cuando íbamos saliendo con cierto desparpajo y celeridad de la caverna franquista, sobre todo porque los turistas europeos, a medio vestir, inundaban como una plaga benéfica nuestras playas y nuestros hoteles, y aquí nadie podía decir ya que no había visto a una mujer denuda en el cine o en la televisión. Pero muy pronto pasamos en Moratalla de la teoría a la práctica, entrelazamos nuestros brazos con los brazos de la chica que nos gustaba y pegábamos nuestras lenguas a sus lenguas suculentas con un descaro adolescente para que nadie pudiera decir que éramos los últimos en liberarnos de aquel yugo carnal de nuestros ancestros, porque ya éramos tan europeos y tan americanos como los primeros.

Teníamos hambre y sed y comimos y bebimos con insolencia y procacidad para escándalo de ancianos y personas de bien, de  viejas del visillo y probos funcionarios, en realidad solo hacíamos lo que un hombre y una mujer vienen haciendo desde hace milenios, porque de lo contrario el planeta estaría despoblado y la tristeza camparía a sus anchas.

En los bancos de la Glorieta, a resguardo de miradas impertinentes se refugiaban las parejas buscando la soledad y la oscuridad preceptivas. Ellas y ellos descubrían e inventaban el amor y el deseo, como si nunca antes un hombre y una mujer lo hubiesen experimentado.

Y luego estaba el cine, sobre todo esas últimas filas a donde no llegaba la luz, en el patio de butacas y en el gallinero. Yo creo que si un espacio merece el nombre de paraíso serían precisamente estos dos, el que compartía voluntariamente una muchacha y un muchacho durante unos minutos atentos a las imágenes de la pantalla, pero más atentos al tacto de sus manos y al placer de sus bocas y a la excitación creciente de sus cuerpos.

Aquellas sesiones de cine fueron memorables para muchos y ya no pudieron olvidarlas nunca, de hecho, con el paso del tiempo referirían sus hazañas epidérmicas sentados a la mesa con la familia o con los amigos, cuando el delito ya hubiera prescrito y se hubiese convertido en una chanza divertida y ligera.

¿cómo llegó a cogerle la mano el muchacho a la muchacha? ¿Cómo se atrevió a recorrer todo el espacio desconocido en la oscuridad hipnótica del cine, casi tanteando desde su posición hasta el lugar donde se encontraba la mano de ella?, Y ahora recuerda que cuando se la dio, la otra mano, la mano femenina no rechazó el contacto, ¿sino que se abrió como una rosa y la acogió en su interior cálido y levemente sudado? Fue en ese momento cuando él supo que ella también estaba por él, y que todo aquel roneo del principio, las sonrisas sin cuento y las suposiciones eran verdad de la buena.

A partir de aquella noche y sin proponérselo se vieron siempre en la puerta del cine y todos los domingos entraron a ver la película, fuera la que fuera porque lo fundamental era el espacio, la intimidad y el apartamiento y porque eran conscientes de que se estaba fraguando entre ellos una verdadera historia de amor.

La siguiente noche sus manos ya se conocían y buscaron otros predios donde solazarse mientras sus labios iniciaban un acercamiento definitivo. Pero sobre todo, eran felices, muy felices en ese útero oscuro y emocionante de la penumbra del cine. Aquella noche se dieron el primer beso y se dijeron te quiero aunque no supieran muy bien lo que significaba, y a partir de ese momento no cesó el avance en las trincheras de la piel cálida, sucumbieron en el dulce combate los senos y los sexos muy despacio, y todo sucedió como lo habían ideado siempre. Durante la semana soñaban el uno con el otro y el domingo se amaban en silencio en el abrigo del cine, daban rienda suelta a sus pasiones adolescentes y vivían el amor más puro y excitante que hubieran imaginado.

Estaban unidos para siempre y ya nadie tendría poder contra ellos.

 

 

 

 

 

 

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