Ya en la calle el nº 1041

Un parto extraordinario

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Pedro Antonio Martínez Robles

A esa hora de la mañana en que escuché la noticia andaba aún un poco metido en los brazos del sueño. «Una mujer rumana ha dado a luz en su propia casa, asistida por un equipo médico del SAMUR, que no tuvo tiempo de trasladarla al hospital». Fue en un noticiario matinal, entre las 6 y las 7, hora en que suelo abandonar la cama con la tristeza de quien empieza a sentirse vencido por el tiempo y la inquietud de un cuerpo abocado ya a las primeras incomodidades de la madurez, y añora la lenidad de la adolescencia, el dulce abandono de esos años en los que despertar antes del amanecer suponía un delito. En el televisor, el locutor daba las noticias de siempre, esas que ya han perdido la propiedad de sorprendernos por su carácter cotidiano: disputas entre políticos, raptos, accidentes, atracos, crímenes, estafas…

Todo lo que define la condición del hombre, su parte más oscura y, desgraciadamente, la más común. Escuchar esa retahíla se ha convertido en un acto rutinario que cada vez despierta menos interés; por eso, cuando oímos una noticia como la que escuché ayer, una nimiedad fuera de todo lugar, nos parece extraordinaria. Algo tan normal y tan natural, hace apenas tres décadas, como parir en la propia cama, se ha convertido hoy en un hecho noticiable que llama más nuestra atención que cualquier acto de barbarie. Pero así son las cosas y así las vamos asumiendo, casi sin darnos cuenta. No hace tanto, nacer y morir en nuestra cama era lo más natural del mundo; hoy nacer o morir fuera de un hospital es algo extraordinario; no es aséptico ni recomendable, y, tal vez, en cualquier momento empiece también a dejar de ser humano. Pero como nuestras costumbres son harto mudables, no es de extrañar que algún día lo que empiece a ser inhumano sea todo lo contrario, nacer o morir en un hospital, y volvamos a entender, con la mayor naturalidad del mundo, que en esta vida lo sorprendente es que sea lo más espantoso lo que menos nos impresiona, y los actos más normales lo que más estupor nos produce.

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