Ya en la calle el nº 1037

Un municipalismo más participativo

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José Molina Molina. Doctor en Economía, Sociólogo y Miembro del Pacto por la Transparencia. Es autor del libro: Ciudadano y Gasto Público, Editorial Aranzadi.
Existe un bloqueo institucional, que se transforma en permanentes demandas ciudadanas, que ahora con la reforma de la Administración Local sJosé Molina Molina quieren ahogar en unas restricciones por un lado presupuestarias y por otro en la perdida de competencias. Solo saldremos de esta situación si somos capaces de impulsar un desbloque social. Si hacemos las reformas precisas sin miedos, redefiniendo las reglas de juego. Con esta reforma de las Administraciones locales, se puede abrir un horizonte de más democracia o por el contrario, caer en un centralismo, tendríamos que decir mejor, un caciquismo provincial.
En vez de suprimir instituciones obsoletas como las Diputaciones, claro exponente de nuestra administración decimonónica, queremos romper el constitucionalismo municipalista de nuestro Estado. El silencio de la sociedad civil, se lo puede poner fácil, pero si reaccionamos a tiempo y no aceptamos las imposiciones que nos quieren hacer aprovechando la confusión económica del momento, no perderemos autonomía municipal, ganaremos en democracia y en convivencia, pero hace falta mucho dialogo.
La falta de dialogo en las ciudades ha provocado que la vida ciudadana no evolucione por cauces adecuados. Obsesionados con su crecimiento, nos hemos olvidado de dos cosas esenciales: de los ciudadanos y de la ciudad. No tenemos la ciudad que queremos, sino la que nos ha construido una planificación urbana no exenta de polémicas,  fracasos,  estafas y  mucho fraude encubierto. La ciudad se ha construido desde las alcantarillas del poder y por eso motivo, y no otro, percibimos sus malos olores.
No hemos sabido conservar su historia urbana, ni mantenido sus barrios con la  dignidad con la que fueron organizados históricamente. La especulación por un lado, y el abandono por otro, ha conseguido que hoy no se reconozcan las tradiciones que le dieron vida, se han convertido en espacios de desintegración social y de violencia. Nos hemos cargado la ciudad que soñábamos, y hemos desarrollado nuevos espacios, centros de ocio y comerciales, urbanizaciones, y mucho cemento, sin sentido. Socialmente un desastre, económicamente insostenible y financieramente un veneno que nos destruye con su sistema de financiación.
Hemos especulado con la ciudad, con sus vidas, con sus gentes y  hemos convertido espacios sin sentido, sin metas, sin convivencia y hasta sin ideales comunes. Hemos caído en la trampa de conquistar un nuevo horizonte, en donde no se sostiene la vida. En muchas de las nuevas urbanizaciones, o son zonas de sombras y de zombis, o sus aglomeraciones impiden la convivencia. No son ciudades, son estructuras físicas sin vida, solo se observan coches aparcados, media luz en las viviendas y mucha seguridad, porque el miedo está presente antes subir al ascensor o penetrar en su dúplex. El saludo amistoso de la vecindad, lo hemos cambiado por la cámara de vigilancia que grave los movimientos sospechosos.
¿Es posible otra ciudad? Es posible si entramos en el desafío de los nuevos tiempos, si abandonamos la idea que la ciudad es una mercancía producto de un urbanismo mercantilista. Cuando un alcalde se preocupe más de los ciudadanos y menos de sus planes de desarrollismo urbano, y  le dedique más tiempo a construir convivencia con sus vecinos que a los que quieren especular con el suelo, es cuando obtendríamos un resultado diferente. A muchos alcaldes la historia los conocerá como los “ciudicidas” modernos, asesinos de sus ciudades, al estilo de Bruto, que matan por el poder y la codicia. Estos nuevos lacayos del cesarismo urbano, solo quieren su imperio.
Estas ciudades sin naturaleza, con difícil movilidad, ruidosas al límite, insostenibles, que obligan a una hipoteca en los gastos, son nuestros modernos monstruos.
Son la cultura de nuestro fracaso, vivimos bajo su maldición, sin posibilidad de nuevos sueños,  sin una conciencia de repulsa que nos guíe a buscar soluciones. Sin utopías, tenemos que buscar nuevas fórmulas, salir de estos laberintos del urbanismo, y pensar que la ciudad es para vivir, compartir, producir y desarrollarse, en donde el planeamiento debe pensar primero en la convivencia social y su sostenibilidad, que en el beneficio. Otras ciudades son posibles, y para ello tenemos que empezar a pensar entre todos qué ciudad queremos. Sin olvidar que lo más importante son sus habitantes, no los propietarios de suelo, porque si hay ciudadanos que piensen no hay gobierno que los pare, ni alcalde que lo pueda impedir. ¡Queremos otra ciudad! ¡Queremos otra administración! ¡Queremos otra forma de gobernar! Empecemos a dialogar, para que no permitamos que nos cambien nuestras instituciones con el pretexto que no se pueden financiar. La batalla de las ideas empieza, seguiremos informando para ser más activistas de lo que es nuestro: la ciudad.

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