Ya en la calle el nº 1041

Un hombre tranquilo

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

FRANCISCO MARTÍNEZ LÓPEZ
Ahora que lo normal es evitar el “usted” y que el “don” desaparece de los nombres más ilustres, quiero hablar de Don Vicente del Bosque. Don Vicente es de esos tipos a los que yo admiro, esa clase de hombres para los que todo es relativo, la victoria y la derrota son tan sólo caras de una misma moneda lanzada al aire, la cara y la cruz se encuentran separadas por un delgVicente del Bosqueado canto que puede dar la gloria a los hombres o hundirlos en el más mísero de los fracasos. En esto Vicente del Bosque se parece mucho a Einstein, quizás porque su teoría de la relatividad se hace patente en un espectáculo aparentemente banal como es el fútbol en el que la grandeza y la miseria están separadas por una delgada línea blanca. Nadie recordará que Holanda fue dos veces finalista exhibiendo un juego que le valió el nombre de “Naranja Mecánica”, pero todo el mundo recuerda a Italia, que con el fútbol más rácano que se recuerda ha conseguido la preciada Copa del Mundo en unas cuantas ocasiones. ¿Qué hubiese pasado si aquel gol de Michel contra Brasil en el mundial de 1986 hubiese sido válido? ¿Qué hubiese ocurrido si Cardeñosa hubiese acertado a meter aquella pelota en el arco iris que tenía frente a él? ¿Y si aquel infame arbitro, de apellido Ghandour, hubiese visto lo que todo el mundo vio en aquel España-Corea? La gloria y el fracaso tan cercanos y tan distintos. Sin embargo, Don Vicente vive estas situaciones como algo natural, sin galopadas por la banda, sin estridencias, si acaso con una leve sonrisa. Vicente del Bosque ha vivido cada gol de la selección de la misma manera, sin inmutarse. No se abraza a nadie y nadie se abraza a él. Agacha la cabeza, se mete las manos en los bolsillos y sale del plano dejando el protagonismo para los demás. ¿Cómo es posible? ¿De qué está hecho un hombre así? Sólo una persona que hace gala de semejante control cuando las emociones nos desbordan a los demás es digna de llevar el “don” junto a su nombre, y es así cuando la pelota entra en la portería contraria, pero también cuando lo hace en la nuestra, no se inmuta. Sabe que su equipo juega bien y compite mejor, son como una empresa en la que el “buen rollo” se ve en los resultados. Escucha a todos y soporta preguntas estúpidas con la misma dignidad que las inteligentes. Don Vicente nos recuerda que el fútbol es tan sólo un deporte, que el gol es fugaz como la vida misma, y que conviene dar a todo esto la importancia que tiene, la justa… poca. Mira uno a su alrededor y echa de menos a hombres como Don Vicente. A él los dioses le han contado el gran secreto: vive y deja vivir. Gracias por el ejemplo, Don Vicente.

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