Ya en la calle el nº 1037

Un cuarto de siglo sin la divina voz de la inolvidable Eva Cassidy

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Pedro Antonio Hurtado García

Hace tiempo que venimos deseando que no se produzcan óbitos de artistas, primero para no sufrir irreparables pérdidas y, como consecuencia de ello, para poder dedicar nuestro espacio a otros mitos de la música, la interpretación escénica o la grabación de oro, pero el tiempo no nos ha dado tregua desde hace meses e, incluso, años. Esta semana, se nos presenta una oportunidad magnífica, porque, además de haber dedicado páginas al mundo del espectáculo, la verbena, las grandes estrellas, los músicos ambulantes, las charangas y toda esa amalgama de grandes de la instrumentación, queríamos recuperar una modesta sección dedicada a artista que habiendo sido o manteniéndose, todavía, entre las grandes estrellas de la música, no gozan de la popularidad que merecen y, por añadidura, son hasta especialmente desconocidas para el gran público.

Nos dejó muchas joyas.- Hoy, hemos querido traerles a nuestros lectores a una gran voz, prodigiosa, limpia, brillante, clara, cristalina y, como dicen muchos, aterciopelada. Ella es Eva Cassidy (02-02-1963, Oxon Hill-Washington D. C.-EE.UU./02-11-1996, Bowie-Maryland-EE.UU.). Nos quedamos sin ella, hace ya un cuarto de siglo, con solamente 33 años, pero nos dejó auténticas joyas musicales, algunas de ellas bien poco conocidas por la gran mayoría y, hoy, con esta reseña, queremos dedicar nuestro respeto, nuestra admiración y la invitación a todos nuestros lectores para conocer a esta estrella que quedó apagada, quizás, por los muchos artistas que ocupan el firmamento musical y que, probablemente por ello, se dejan poco espacio unos a otros. Pero conocer su música, la gran cantidad de discos que nos dejó inmortalizados, pese a su escasa vida profesional, es un mérito que debemos aprovechar y un lujo que, necesariamente, tenemos que reconocer en favor de una voz edulcorada y brillante de la interpretación.

Abultadas ventas póstumas.- Corría el año 2001 cuando se confeccionaba la lista de los álbumes más vendidos en Reino Unido durante el citado año, momento en el que ya no estaba ella entre nosotros, pero su nombre se hacía sentir entre Dido, Davis Gray, Robbie Williams o Travis. Era Eva Cassidy, sobrepasando los tres cuartos de millón de unidades vendidas después de un lustro de su desaparición y con pocas referencias por parte de los seguidores de esta ejemplar estadounidense.

Maravillosas canciones e irrepetibles versiones.- Mientras escribimos esta crónica, escuchamos su disco recopilatorio titulado “The best of”, con versiones que, sin duda alguna, en la mayoría de las ocasiones, superan al original, como es el caso de “Over the rainbow”, “Imagine”, “What a wonderful world” y una deliciosa colección de canciones que dan color a su garganta, sensibilidad al oído y vía libre a las emociones. Y es que escuchar música es una bendición habitual en casi todos los sentidos, pero hacerlo a través de voces tan privilegiadas es un lujo que se convierte en gloria divina. Y resulta penoso que sus canciones tengan que escucharse cuando ella ya no está, que se hayan tenido que divulgar, incluso, gracias a sellos independientes que han tenido la sensibilidad de conservar para nosotros estas conmovedoras canciones y una voz que te acaricia los sentidos.

Inquebrantable sencillez.- Eva Cassidy no intentó jamás ser una diva, sino que su carácter era de extremada sencillez, insegura, huidiza, pero firme sobre el escenario, aunque frágil ante la adversidad, licencia que no se permitía. Tanto es así que, en una de sus primeras actuaciones en vivo, con unos jovencísimos 13 años, se le deslizó el micrófono de la mano, llegando al estrellársele contra el suelo, lo que le hizo romper en llanto y afirmar que nunca más se encaramaría a un escenario, cuando tenía la costumbre de encerrarse en su cuarto para cantar, pintar y volcarse plenamente con su propia formación cultural. De origen alemán e irlandés, aunque estadounidense de nacimiento, contaba como músicos en la familia a su padre y hermano, buenos aficionados que solían escuchar temas de Dylan, Buffy Sainte-Marie, Pete Seeger y artistas de semejante línea interpretativa.

Conformista, pero con altas metas.- Por su parte, la propia Cassidy proclamaba que tendría suficiente con llegar a grabar segundas voces para Stevie Wonder y otros artistas de semejante calado. Pero sin olvidarnos de que sus primeras maquetas “domésticas” conocidas, que datan de 1984 y que fueron recientemente rescatadas por su padre, Hugh Cassidy, dejan manifiestamente claro un prodigioso sentido musical e interpretativo próximo a todo lo que ofreciera olfato jazzístico, góspel, soul o rhythm and blues. Era, además, ferviente admiradora de la adorable Ella Fitzgerald, aunque también de artistas de otra dimensión como Linda Rondstadt. En resumen, unos gestos que le otorgaron un resultado melódico que siempre se comparó con el de Nancy Wilson. Pero, sin ser despreciable nada de lo dicho, la mayor consideración de la que pudo gozar la siempre joven artista fue el tener como confesos y fervorosos admiradores nada más y nada menos que a Mick Fleetwood, Shirley Horn, Paul McCartney o Roberta Flack, entre otros muchos.

Entre las voces más grandes.- Y, para sorpresa de mayorías, cuando los oyentes de la BBC elaboraron la lista de las cien mejores voces de todos los tiempos, a través de sus democráticas votaciones, la inolvidable y querida Eva Cassidy se alzó con el puesto número 21, por delante y a notable distancia de Shirley Bassey, Dinah Washington, Édith Piaf, Nina Simone, Kate Bush, Sarah Vaughan o Joni Mitchell, por citar solamente unos cuantos y muy reconocidos ejemplos. Por lo que se convierte en una verdadera pena que la mayoría de sus discos hayan tenido que ser presentados como póstumos y que, pese a todo, continúen sin ser conocidos, por su calidad, con la intensidad y gloria que merecen: técnica, alejada de pretenciosidad de todo tipo y con el único “pecado” reconocido de haber sido víctima de un melanoma que la arrebató la vida a una edad que no está diseñada ni pensada para morir, sino para vivir, crear, complacer, disfrutar y hacer gozar a sus seguidores.

Inolvidable.- Pero no le olvidaremos nunca y sentiremos su muerte como sentimos que se acabe esta crónica, al tener que dejar de seguir escuchando sus inmaculadas y proverbiales canciones. Buenos días.

 

 

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