CARLOS MARTÍNEZ SOLER
Cuando Homeland apareció en nuestras vidas tardó muy poco en convertirse en el fenómeno televisivo de la temporada. La serie articulada en torno a una trama con la CIA y el consiguiente juego de espías de por medio, se amparaba en una correcta realización, en uso medido de los efectos digitales y en unas interpretaciones simplemente brillantes. Pese a que a muchos les cueste reconocerlo, la bipolar Carrie Mathison ya forma parte del imaginario popular audiovisual.
En su primera temporada, todo en Homeland nos parecía relativamente novedoso, y sus giros de guión, meticulosos y cuidados, funcionaban como un perfecto engranaje de relojería.
Pronto llegó su segunda entrega y las dudas comenzaron a surgir. Muchos nos preguntábamos, ¿es posible estirar más el chicle del doble juego entre Carrie y Brody?. La respuesta era sencilla: sí. Sus creadores dotaron a la serie de un ritmo más dinámico, ágil, adrenalítico, en el que las dosis de violencia y agresividad también aumentaron, dando como resultado un final de temporada sublime, de esos que te dejan con la boca abierta.
Ante el inminente final de su última temporada, la tercera, las dudas sobre Homeland siguen presentes: ¿tiene sentido la permanencia de Brody?, ¿Carrie es bipolar o simplemente un genio?… Lo que antes parecía infundado, ahora tomaba forma y sus primeros cinco capítulos contribuían a ello: una balsa de aceite, con una trama plana, sin rumbo fijo y carente de alicientes. Sin embargo, llegados a este punto sus creadores se han vuelto a sacar un As de la manga, uno de esos giros de guión tan suyos, haciendo que todo adquiriese sentido y atrapando al espectador justo antes de que éste tirase la toalla. El problema está en saber en hasta cuándo el público aceptará estos trucos, aunque para ello sólo necesitamos tiempo, que como siempre se trata del mejor juez…